jueves, 25 de noviembre de 2010

RECUERDOS MUNICIPALES: PRIMERA PARTE

El municipio de Moratinos lo han constituido el pueblo del mismo nombre, San Nicolás del Real Camino y los caseríos próximos de San Martín de la Fuente y Villátima.
Se da la circunstancia que yo, como nacido en San Nicolás, desde mi adolescencia recuerdo participar en las comunes celebraciones, que se hacían en los dos pueblos principales.
Si nos remontamos a los años 1936 al 1939 que duró la guerra civil, las manifestaciones que casi obligaba a hacer el gobierno, cuando se tomaba alguna capital importante, empezaban en San Nicolás, pero dada la proximidad, casi siempre terminaban delante del ayuntamiento, situado en Moratinos.
Con esto las autoridades municipales querían darles un marchamo oficial de todos los componentes del municipio. Quisiera prescindir de estas reuniones, un tanto forzadas por las circunstancias, y ahondar en los sentimientos personales que mi memoria recuerda.
El venir a Moratinos, especialmente los domingos y días de fiestas, constituía para chiguitos y mozos como una costumbre muy arraigada que se hacía casi inconscientemente, pues salir a la carretera y vernos en Moratinos era lo más natural para pasar la tarde y regresar satisfechos con este desplazamiento voluntario.
Este fenómeno social creo se debía a que en estos pequeños pueblos nunca hubo mucha juventud y juntándonos, en un pueblo tanto como en el otro, se formaba un grupo más heterogéneo que facilitaba el trato y diversión juvenil, tanto cuando se hacían bailes improvisados con pandereta o gramola, o simplemente paseando por la carretera.
Fue siempre tradicional en este ayuntamiento celebrar una fiesta el día de la talla de los quintos. Como entonces se apreciaban más las golosinas que ahora, recuerdo que alguna vez vinimos los chiguitos a “correr” los confites y almendras, que ese día el Sr alcalde tiraba desde el balcón del ayuntamiento. Con este detalle la corporación reunida en pleno ese día, quería que el ambiente de fiesta fuera general y no circunscrita a los mozos que se tallaban y a sus familiares.
Cuando el aguacil te entregaba la cartilla militar a tu nombre poco antes de la talla, te sentías por primera vez en tu vida como alguien que tenía la obligación de prestar el servicio militar. Después de la afiliación de cada quinto, se procedía a su talla y medida del perímetro torácico. El médico titular te hacía un somero reconocimiento y levantaba acta si alegabas alguna causa por la que creías no ser acto para realizar el servicio militar.
En este día tan especial nos reuníamos los quintos por la noche y entonábamos varias canciones y en especial recuerdo una que voy a transcribir.
Los quintos, los quintos,
se van a marchar ;
pobrecitas novias. ¡cómo llorarán!
Las que lloran son las madres,
que las novias no lo sienten ;
les quedan cuatro chavales,
y con ellos se divierten.

Tenía más estrofas pero siento no recordarlas.


Antes de suprimir el servicio militar obligatorio hubo unos años en los que algún avispado se libró del servicio militar alegando motivos de conciencia, que no era más que un pretexto para pasar seis meses cómodamente cerca de casa haciendo unos servicios sociales sustitutorios.
Sobre este tema compuse este pequeño poema que me parece oportuno incluir aquí.

¡Dichosos aquellos tiempos en que quinto me llamaban!
¡Dichosos los veinte años, quién de nuevo los pasara!
Con el haber del soldado el Estado te pagaba
todo el tiempo de la mili que en su servicio gastabas

Objetores de conciencia en aquel tiempo no había
pues este especial camelo ningún cuerdo se creía.
Felices aquellos tiempos que empezabas el flirteo:
no quiero lo que me dan , lo que no me dan sí quiero.



Para sufragar los gastos del secretario, el ayuntamiento de Moratinos está mancomunado con el de Lagartos. Según un secretario muy campechano que sirvió a los dos ayuntamientos, con el pretexto de que en Lagartos “no echaban puchero”nos acompañaba y dábamos buena cuenta a un par de pollos de corral guisados con lo que esta corporaciónf inalizaba esta fiesta.
Cuando entro en el salón de sesiones de esta ayuntamiento, recientemente restaurado, recuerdo perfectamente el conjunto deelementos que entonces conformaban su mobiliario.
Entrando a la derecha estaba la plataforma con la placa metálica numerada, con la que fuimos medidos varias generaciones al entrar en quinta. Un banco corrido de doble asiento servía para acomodarse a los muchos vecinos que asistían a las sesiones o reuniones generales.
En dos amplios armarios, con diferentes estanterías se archivaban las copias de actas y libros del registro civil.
Cuando llegó la concentración parcelaria, para mostrar los planos, fueron retirados de las paredes un buen mapa de España. También un completo cuadro con las medidas de capacidad de granos, líquidos y pesas tradicionales, con su equivalencia en el sistema métrico decimal.
No podía faltar la tradicional estufa de hierro fundido alimentada con carbón que se guardaba debajo de la escalera que unía las dos plantas.
Pero lo que mejor recuerdo es una pequeña estantería que conteníalos restos de libros que quedaban de una biblioteca fundada, según rezaba en una placa por D. Feliciano Borge Cuenca.







Por el año de fundación creo que fue en los años de la dictadura de Primo de Rivera, durante la cual la enseñanza primaria recibió un gran impulso, tanto por dotación de complementos didácticos, como escuelas y bibliotecas. Así mismo cursaron la carrera y la ejercieron un singular lote de maestros muy preparados, que renovaron la enseñanza.
De esto puedo dar fe, pues tuve la suerte de disfrutar de uno de ellos, D. Paco, cuya ejecutoria ya explico en mi libro y que fue sin duda el mejor maestro que he tenido.
Mi afición a la lectura hizo que pronto leyera los pocos libros que quedaban. El tema de ellos era muy variado y ameno.




















Recuerdo uno que se titulaba El Sabor de la Tierruca escrito en 1882 por Jose María de Pereda, al que se le tiene por el mejor escritor de las costumbres de la montaña donde nació.
Me agradó tanto su lectura, que a pesar de los muchos años transcurridos recuerdo perfectamente un pasaje del mismo, que con vuestro permiso voy a relatar.
Se trataba de un matrimonio de pastores, que se ganaban la vida cuidando un rebaño de ovejas en la alta montaña cántabra. Tenían una hija que nunca había salido del hogar de sus padres. Estos creyeron que había llegado el momento en que se relacionara con jóvenes de su edad. "Paréceme dijo el marido, que como el tiempo está bueno y el ganado “atilanta” bastante debemos bajar a nuestra hija al baile del pueblo".
Así lo hicieron, pero la falta de comprensión y mala uva que ha existido siempre, en especial en núcleos pequeños, hizo que los mozos del lugar se mofaron de su falta de picardía para saber desenvolverse en el ambiente juvenil, no sabiendo capear el temporal que se le vino encima. Dándose cuenta de ello el Sr Cura y otro Sr de capital que veraneaba allí, le echaron una mano y la sacaron del apuro.
Cuando regresó con sus padres a la montaña dijo llena de rabia en el armonioso habla cántabro: “Gente burra, gente cuchina. Amen cayese un rayu que les abrasase a tous menos al cura y al otru".

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