PELOTA A MANO
Recuerdo ver jugar a los mozos a la pelota los domingos después de la misa. El frontón era la pared espadaña de la iglesia y tenía sus peculiaridades muy bien aprovechadas por los del pueblo y un tanto difícil para los forasteros.
La pared lateral en vez de estar a la izquierda como en todos los frontones, estaba a la derecha, en su parte delantera se ampliaba el frontis con una pared más baja que la principal con muy poco espacio de juego que se llamaba el “rincón” y que en realidad lo era, cuya modalidad de juego sólo se aprendía por algún especialista con mucho entrenamiento.
Para participar la mayor cantidad de gente posible se jugaba tres contra tres, dos en lo que podíamos llamar el campo de juego grande y otro que se encargaba de jugar en el rincón. Los juegos eran de quince tantos y ganaba la partida el que primero hiciera dos quinces.
El castigo por perder era pagar una cuartilla (cuatro litros) de vino de la cosecha que era consumido por todos los asistentes a la partida. Los que ganaban seguían jugando con nuevos contrincantes con lo que se lograba que participaran en el juego casi todos los mozos aficionados a este deporte.
LAS TABAS
También recuerdo las partidas de tabas que se jugaban al remanso de alguna pared aprovechando el tibio calor del sol invernal. Las tabas son un pequeño hueso que tienen las ovejas en sus patas delanteras y se jugaba tirando al alto tres de estas hasta que una de ellas quedaba de canto. Al empezar a jugar se sorteaba el que debía empezar a jugar, tirando al alto una sola taba y se pedía una posición de las dos que tenía más normales que se llamaban “penca y suiz”.
El que acertaba tiraba las tabas y “casaba” una cantidad de dinero a todos los asistentes al corro y si lograba que alguna de las tres tabas quedara pinada de canto en una cara que se llamaba “carne” cobraba a todos lo que había apostado, si sacaba “culo”, la cara opuesta a carne, perdía lo que apostaba y pasaba a tirar las tabas otro del corro.
Al que se agachaba para recoger las tabas del suelo y entregárselas al que las tiraba se le llamaba “garite” y recibía la propina del que ganaba. Este personaje podíamos decir que era el maestro de ceremonias del juego contribuyendo con sus ocurrencias a la alegría del corro. Una vez recogidas las tabas las besaba y soplaba en la mano antes de entregarlas y cantaba cuando estaban en el aire: “hala pindeja, carne de oveja” o también “carne en viéndola” y otras frases graciosas que se le ocurriera.
Este juego también tenía momentos de emoción si el que tiraba las tabas quería dárselo. Si cuando sacaba la primera carne decía : “o todo o nada, juego los tres golpes” se entendía que no recogía las ganancias hasta lograr tres carnes seguidas.
Suponiendo que se jugara una peseta por cada jugador del corro, este, a la primera carne, tenía que jugar dos pesetas, a la segunda cuatro y a la tercera ocho. Algunas veces se conseguía pero la mayoría se fallaba por salir el culo y ganaban todos los que no tiraban las tabas. Si alguno no quería exponer, seguía jugando normalmente y ganaba o perdía según el juego normal.
Como en todos los juegos, este tenía también sus trampas pues algunos las tiraban con efecto o muy bajas y entonces cualquiera de los que jugaban podía decir en voz alta: “barajo” y automáticamente quedaba invalidada la jugada.
Otra trampa poco corriente era jugar con tabas emplomadas. Algún manitas poco escrupuloso, daba unos pequeños taladros en la parte que marcaba el culo y metía en ellos unos perdigones de plomo y lo tapaba con una mezcla de cera, yeso y resina que al secar imitaba muy bien el hueso de la taba. Con este contrapeso había más posibilidades que saliera carne que lo contrario.
En algún pueblo cercano se cruzaban apuestas importantes, aquí se jugaban pequeñas cantidades he incluso los chavales jugábamos con cartones de las cajas de cerillas.
El que acertaba tiraba las tabas y “casaba” una cantidad de dinero a todos los asistentes al corro y si lograba que alguna de las tres tabas quedara pinada de canto en una cara que se llamaba “carne” cobraba a todos lo que había apostado, si sacaba “culo”, la cara opuesta a carne, perdía lo que apostaba y pasaba a tirar las tabas otro del corro.
Al que se agachaba para recoger las tabas del suelo y entregárselas al que las tiraba se le llamaba “garite” y recibía la propina del que ganaba. Este personaje podíamos decir que era el maestro de ceremonias del juego contribuyendo con sus ocurrencias a la alegría del corro. Una vez recogidas las tabas las besaba y soplaba en la mano antes de entregarlas y cantaba cuando estaban en el aire: “hala pindeja, carne de oveja” o también “carne en viéndola” y otras frases graciosas que se le ocurriera.
Este juego también tenía momentos de emoción si el que tiraba las tabas quería dárselo. Si cuando sacaba la primera carne decía : “o todo o nada, juego los tres golpes” se entendía que no recogía las ganancias hasta lograr tres carnes seguidas.
Suponiendo que se jugara una peseta por cada jugador del corro, este, a la primera carne, tenía que jugar dos pesetas, a la segunda cuatro y a la tercera ocho. Algunas veces se conseguía pero la mayoría se fallaba por salir el culo y ganaban todos los que no tiraban las tabas. Si alguno no quería exponer, seguía jugando normalmente y ganaba o perdía según el juego normal.
Como en todos los juegos, este tenía también sus trampas pues algunos las tiraban con efecto o muy bajas y entonces cualquiera de los que jugaban podía decir en voz alta: “barajo” y automáticamente quedaba invalidada la jugada.
Otra trampa poco corriente era jugar con tabas emplomadas. Algún manitas poco escrupuloso, daba unos pequeños taladros en la parte que marcaba el culo y metía en ellos unos perdigones de plomo y lo tapaba con una mezcla de cera, yeso y resina que al secar imitaba muy bien el hueso de la taba. Con este contrapeso había más posibilidades que saliera carne que lo contrario.
En algún pueblo cercano se cruzaban apuestas importantes, aquí se jugaban pequeñas cantidades he incluso los chavales jugábamos con cartones de las cajas de cerillas.
LA PITA
Juego de gran pulso y tino que consistía en derribar una pita de madera que se preparaba con adornos y se ampliaba sus bases para que se pinara mejor y de unos veinte centímetros de alta. Los tejos que así se llamaban con los que había que acertarla eran dos discos de hierro de aproximadamente diez centímetros de diámetro y trescientos gramos de peso.
Para establecer el orden del juego de los participantes se “ tiraba a mano” que era ver quien aproximaba más el tejo a una raya marcada sobre el suelo de algo más de un metro de largo, marcando en sus extremos una raya perpendicular en cada uno que se llamaba “gallífaro” y cuando el tejo de algún jugador rebasaba dicha raya lateral siempre era el último en jugar.
Determinado el orden, se ponían sobre la pita las monedas que se jugaban, y desde una distancia que siempre elegía el primero en jugar, se lanzaban los dos tejos. El primero para acercarle lo más posible a la pita y el segundo con más fuerza para desplazar a la pita lo más lejos posible del dinero.
Como las monedas, al dar a la pita, se esparcían en todas las direcciones, muchas veces, por medio de una cuerda se medía la distancia que había entre cada una de ellas al tejo o a la pita y en el primer caso las ganaba el que tiraba y en el segundo quedaban en “cama” que se decía cuando la pita estaba caída y tiraba el siguiente para ver si podía levantar la cama. Cuando después de varias tiradas, ningún jugador lograba ganarla, se volvía a tirar a mano como al principio y las monedas que quedaban sin ganar se añadían a la “pona” normal.
EL FÚTBOL
Por los años cincuenta se extendió por esta región la afición de su juego y todos los jóvenes, por ser un deporte nuevo ponían mucha ilusión por ejercitarlo.
En San Nicolás se empezó a jugar como diversión local, pero como los demás pueblos lograban formar sus equipos representativos, intentamos hacer lo mismo. Para empezar se hizo una derrama entre los jóvenes con el fin de comprar las camisetas y balón reglamentario imprescindible en cualquier equipo. Recuerdo que acompañado por otro chico fuimos a León y compramos, además del balón y el equipo del portero, diez camisetas numeradas blanqui-rojas. Los pantalones, para no aumentar el presupuesto, nos lo hicimos cada uno el nuestro de color azul oscuro.
Queriendo dar constancia y nombre al club, mandamos bordar a las monjas de Sahagún un escudo con el nombre rimbombante de Real San Nicolás, que lucimos sobre el pecho con tanta ilusión como cualquier equipo de campanillas.
Como partíamos de cero y poco enterados de este juego compramos un reglamento para enterarnos de las medidas reglamentarias de porterías y campo y lo más elemental en las faltas de castigo en el juego así como también el sabernos poner el número del dorsal que correspondía a los diferentes puestos del equipo.
Con estas pobres ayudas y un mundo de ilusiones, comenzamos a entrenar y adaptarnos a los diferentes puestos. La portería la cubría un tocayo mío, Modesto, que por desgracia ha fallecido no hace mucho, que suplía sus cualidades físicas con una excelente colocación y anticipación a la jugada con lo que lograba unas paradas no espectaculares pero sí muy efectivas. La defensa era el puesto que mejor se cubría, pues es más fácil destruir que crear. Por su fortaleza física y decisión jugaban en estos puestos los hermanos Pepe y Ángel, Nicolás, Sixto o José Luis que eran contundentes despejando, especialmente cuando calzaban las pesadas botas de arar en el campo, claveteadas de relucientes tachuelas que imponían respeto en los delanteros contrarios.
De medios jugaban Luis y los hermanos Fidel y Vicente, que como eran jóvenes y muy voluntariosos, enlazaban bien las líneas corriendo mucho, subiendo y bajando según pidiera el juego.
En la delantera jugábamos Zósimo, Agustín y el que lo cuenta. Los dos primeros, además de juventud, tenían un buen toque de balón y rápido regate para burlar las defensas contrarias y yo hacía lo que podía desde el extremo derecha jugando casi siempre rayando el fuera de juego, que entonces casi no se sabía lo que era y aprovechando algún fallo de la defensa.
Aunque las tácticas de juego eran un lujo para un equipo tan bisoño como el nuestro, por lo menos los números de las camisetas, procurábamos llevarlas según la moda del cuatro- tres- tres que empezaba a usarse entonces, como también la W.M. El catenasio italiano y el defensa escoba.
Lo que mejor resultaba en nuestro caso era el patadón y adelante, procurando suplir nuestra falta de técnica con la férrea voluntad de sacar el partido adelante.
Si he mencionado la anterior alineación se debe sólo a que me la recordó la foto que adjunto, sacada en Villelga, sin suponer que jugáramos siempre los mismos. Se procuraba que jugaran todos los mozos y algún casado joven, que con mucha ilusión, incluso nos acompañaban en nuestras salidas.
Colaborando todos se hicieron dos porterías reglamentarias y se marcó un campo de buenas dimensiones, ya que la llana y espaciosa era del pueblo se prestaba a ello.
En San Nicolás se empezó a jugar como diversión local, pero como los demás pueblos lograban formar sus equipos representativos, intentamos hacer lo mismo. Para empezar se hizo una derrama entre los jóvenes con el fin de comprar las camisetas y balón reglamentario imprescindible en cualquier equipo. Recuerdo que acompañado por otro chico fuimos a León y compramos, además del balón y el equipo del portero, diez camisetas numeradas blanqui-rojas. Los pantalones, para no aumentar el presupuesto, nos lo hicimos cada uno el nuestro de color azul oscuro.
Queriendo dar constancia y nombre al club, mandamos bordar a las monjas de Sahagún un escudo con el nombre rimbombante de Real San Nicolás, que lucimos sobre el pecho con tanta ilusión como cualquier equipo de campanillas.
Como partíamos de cero y poco enterados de este juego compramos un reglamento para enterarnos de las medidas reglamentarias de porterías y campo y lo más elemental en las faltas de castigo en el juego así como también el sabernos poner el número del dorsal que correspondía a los diferentes puestos del equipo.
Con estas pobres ayudas y un mundo de ilusiones, comenzamos a entrenar y adaptarnos a los diferentes puestos. La portería la cubría un tocayo mío, Modesto, que por desgracia ha fallecido no hace mucho, que suplía sus cualidades físicas con una excelente colocación y anticipación a la jugada con lo que lograba unas paradas no espectaculares pero sí muy efectivas. La defensa era el puesto que mejor se cubría, pues es más fácil destruir que crear. Por su fortaleza física y decisión jugaban en estos puestos los hermanos Pepe y Ángel, Nicolás, Sixto o José Luis que eran contundentes despejando, especialmente cuando calzaban las pesadas botas de arar en el campo, claveteadas de relucientes tachuelas que imponían respeto en los delanteros contrarios.
De medios jugaban Luis y los hermanos Fidel y Vicente, que como eran jóvenes y muy voluntariosos, enlazaban bien las líneas corriendo mucho, subiendo y bajando según pidiera el juego.
En la delantera jugábamos Zósimo, Agustín y el que lo cuenta. Los dos primeros, además de juventud, tenían un buen toque de balón y rápido regate para burlar las defensas contrarias y yo hacía lo que podía desde el extremo derecha jugando casi siempre rayando el fuera de juego, que entonces casi no se sabía lo que era y aprovechando algún fallo de la defensa.
Aunque las tácticas de juego eran un lujo para un equipo tan bisoño como el nuestro, por lo menos los números de las camisetas, procurábamos llevarlas según la moda del cuatro- tres- tres que empezaba a usarse entonces, como también la W.M. El catenasio italiano y el defensa escoba.
Lo que mejor resultaba en nuestro caso era el patadón y adelante, procurando suplir nuestra falta de técnica con la férrea voluntad de sacar el partido adelante.
Si he mencionado la anterior alineación se debe sólo a que me la recordó la foto que adjunto, sacada en Villelga, sin suponer que jugáramos siempre los mismos. Se procuraba que jugaran todos los mozos y algún casado joven, que con mucha ilusión, incluso nos acompañaban en nuestras salidas.
Colaborando todos se hicieron dos porterías reglamentarias y se marcó un campo de buenas dimensiones, ya que la llana y espaciosa era del pueblo se prestaba a ello.
De nuestras salidas a jugar en pueblos próximos recuerdo la que hicimos a Pozuelos del Rey, pueblo cerca de Villada, una tarde gris del mes de Diciembre. Como ya teníamos concertada la fecha, no nos arredró salir del pueblo, acompañados por varios casados, andando por un camino de herradura y en parte campo a través, con el cielo plomizo y encapotado que poco antes de llegar comenzó a nevar copiosamente, por lo que resultaba difícil jugar un partido de mero trámite y en plan amistoso.
Con buen criterio los mozos de Pozuelos, muy atentos, al no haber bar en el pueblo, nos acomodaron en una bodega que tenía una espaciosa lagar cuyos tablones y madera de prensa nos sirvieron de mesas y asientos bastante confortables.
De la cercana Villada trajeron dos lechazos asados que con otros aditamentos y abundante vino de cosecha, nos brindaron una buena merienda-cena que trascurrió en un ambiente muy cordial por tratarse de juventudes afines en costumbres de pueblos muy pequeños como los de ambos.
En este buen ambiente se nos hizo muy tarde para volver por el camino de ida, nos fuimos a dormir a la pensión de Sofoca en Villada, después de tranquilizar por teléfono a las familias del pueblo. Siguiendo la juerga en la pensión, por la mañana, medio dormidos, cogimos el célebre tren mixto, del que ya os he hablado, que nos trajo a Sahagún retornando al pueblo contentos por el buen trato recibido.
A los pocos días que vinieron ellos a jugar aquí, quisimos corresponder con la misma moneda y después de jugar el partido de trámite, que no recuerdo como acabó, organizamos una fiesta para todo el pueblo en la era. Una semana antes, escotando a cántaro de vino por mozo, preparamos una gran limonada siguiendo las instrucciones de una especialista de Sahagún. En un gran “pozal” mezclamos los catorce cántaros de vino con dos sacos de azúcar y los kilos de limones correspondientes.
Por la noche después del trabajo, con la disculpa de probar y macerar la mezcla, nos pasábamos unos buenos ratos. Para trasportar esta ingente cantidad de limonada tuvimos que echarla en una carral, que puesta sobre una escalera, llevamos entre todos a la era. Servida en jarras se consumió en plan de fiesta y el que no supo reprimir a tiempo el buen sabor de la mezcla acabó dando tumbos y algunos tuvimos que hacer de enfermeros llevándoles a sus casas bastante enfilados.
Con buen criterio los mozos de Pozuelos, muy atentos, al no haber bar en el pueblo, nos acomodaron en una bodega que tenía una espaciosa lagar cuyos tablones y madera de prensa nos sirvieron de mesas y asientos bastante confortables.
De la cercana Villada trajeron dos lechazos asados que con otros aditamentos y abundante vino de cosecha, nos brindaron una buena merienda-cena que trascurrió en un ambiente muy cordial por tratarse de juventudes afines en costumbres de pueblos muy pequeños como los de ambos.
En este buen ambiente se nos hizo muy tarde para volver por el camino de ida, nos fuimos a dormir a la pensión de Sofoca en Villada, después de tranquilizar por teléfono a las familias del pueblo. Siguiendo la juerga en la pensión, por la mañana, medio dormidos, cogimos el célebre tren mixto, del que ya os he hablado, que nos trajo a Sahagún retornando al pueblo contentos por el buen trato recibido.
A los pocos días que vinieron ellos a jugar aquí, quisimos corresponder con la misma moneda y después de jugar el partido de trámite, que no recuerdo como acabó, organizamos una fiesta para todo el pueblo en la era. Una semana antes, escotando a cántaro de vino por mozo, preparamos una gran limonada siguiendo las instrucciones de una especialista de Sahagún. En un gran “pozal” mezclamos los catorce cántaros de vino con dos sacos de azúcar y los kilos de limones correspondientes.
Por la noche después del trabajo, con la disculpa de probar y macerar la mezcla, nos pasábamos unos buenos ratos. Para trasportar esta ingente cantidad de limonada tuvimos que echarla en una carral, que puesta sobre una escalera, llevamos entre todos a la era. Servida en jarras se consumió en plan de fiesta y el que no supo reprimir a tiempo el buen sabor de la mezcla acabó dando tumbos y algunos tuvimos que hacer de enfermeros llevándoles a sus casas bastante enfilados.
En otra ocasión para que nos llevasen en su remolque agrícola a jugar a Villlalcón, distante unos veinte kilómetros, recuerdo que nos pasamos toda la mañana empeñados en hacer arrancar el tractor. Este que fue el primero que se vio por estos pueblos quizá porque era de petróleo o por que su amo no estaba muy impuesto en la mecánica, llevaba unos días sin funcionar, por lo que intentamos hacerlo entre todos. Atando dos fuertes maromas le sacamos a la carretera y con la fuerza unida de al menos veinticinco personas y después de cansarnos de dar tirones, se le ocurrió arrancar y pudimos hacer cómodamente el bien ganado viaje.
Vivía en Villalcón Don Primitivo, veterinario titular muy conocido en esta zona, que se brindó a hacer de árbitro. Después de jugar dos cortas medias partes para que no nos cansáramos mucho, en plan chungo nos decía : - Vamos a tirar una tanda de penaltis para que se estiren los porteros. Con este plan jovial nos hizo pasar un buen rato y al final dictaminó un diplomático empate y en el bar del pueblo pasamos una tarde de convivencia con muchos chicos que conocíamos.
Como veis, en muchos sitios que visitábamos, el fútbol sólo era el pretexto para fomentar el buen trato con la mocedad de los pueblos cercanos. Como todos jugábamos por diversión sin estar sujetos a ningún calendario o torneo, el resultado no era lo más importante. Por fortuna muy pocos eran los pueblos que guiados por un prurito de amor propio mal entendido, se tomaban en serio el resultado del partido, con lo que contribuían a fomentar un ámbito hostil que nosotros entendíamos no merecía la pena aumentar.
Durante unos diez o doce años esta afición al fútbol perduró, hasta que se generalizó la emigración y muchos jóvenes marcharon del pueblo. Los que quedamos, con el paso inexorable del tiempo, algunos nos casamos y otros ya mayores no supieron cultivar la afición a los pocos jóvenes que aún quedan en estos pueblos.
Acompaño fotografía, que conservo en el álbum familiar, del equipo que jugamos en Villelga y un poema dedicado a nuestro querido equipo.
Botas con las que jugué al fútbol. En lugar de tacos, llevaban unas bandas de cuero.
La foto está amarillenta , fruto del paso de los años. Este equipo en poco se parece a uno de esos archimillonarios de las grandes estrellas. El estadio en el que jugábamos no era tampoco de los que salen por la tele. Sin embargo este sí que era el equipo de los sueños de todos aquellos que lo componíamos. Se llamaba Real San Nicolás, jugaba en las eras de los pueblos donde íbamos, en este caso Villelga, junto al cauce del Templarios.
Vivía en Villalcón Don Primitivo, veterinario titular muy conocido en esta zona, que se brindó a hacer de árbitro. Después de jugar dos cortas medias partes para que no nos cansáramos mucho, en plan chungo nos decía : - Vamos a tirar una tanda de penaltis para que se estiren los porteros. Con este plan jovial nos hizo pasar un buen rato y al final dictaminó un diplomático empate y en el bar del pueblo pasamos una tarde de convivencia con muchos chicos que conocíamos.
Como veis, en muchos sitios que visitábamos, el fútbol sólo era el pretexto para fomentar el buen trato con la mocedad de los pueblos cercanos. Como todos jugábamos por diversión sin estar sujetos a ningún calendario o torneo, el resultado no era lo más importante. Por fortuna muy pocos eran los pueblos que guiados por un prurito de amor propio mal entendido, se tomaban en serio el resultado del partido, con lo que contribuían a fomentar un ámbito hostil que nosotros entendíamos no merecía la pena aumentar.
Durante unos diez o doce años esta afición al fútbol perduró, hasta que se generalizó la emigración y muchos jóvenes marcharon del pueblo. Los que quedamos, con el paso inexorable del tiempo, algunos nos casamos y otros ya mayores no supieron cultivar la afición a los pocos jóvenes que aún quedan en estos pueblos.
Acompaño fotografía, que conservo en el álbum familiar, del equipo que jugamos en Villelga y un poema dedicado a nuestro querido equipo.
Botas con las que jugué al fútbol. En lugar de tacos, llevaban unas bandas de cuero.
La foto está amarillenta , fruto del paso de los años. Este equipo en poco se parece a uno de esos archimillonarios de las grandes estrellas. El estadio en el que jugábamos no era tampoco de los que salen por la tele. Sin embargo este sí que era el equipo de los sueños de todos aquellos que lo componíamos. Se llamaba Real San Nicolás, jugaba en las eras de los pueblos donde íbamos, en este caso Villelga, junto al cauce del Templarios.
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