domingo, 23 de enero de 2011

TIERRA DE CAMPOS... ¡¡¡ QUIÉN TE HA VISTO...Y QUIÉN TE VE!!!




















Desde tiempos remotos ha existido esta extensa zona, actualmente interprovincial y perteneciente a Castilla, que entonces se llamaba La Vieja. Comprende parte de las provincias de Palencia, Valladolid, Zamora y León.
Dada la fertilidad del terreno y su apropiada ondulación orográfica, fue siempre dedicada al cultivo del trigo del que siempre se obtuvieron abundantes cosechas, incluso antes de la llegada de los fertilizantes.
Esta circunstancia, única en España, la convirtió en zona privilegiada, en la que la riqueza y bienestar de sus habitantes se tradujo en competir para engrandecer mejor sus respectivas poblaciones.
Cada barrio de estas ostentaba su propia iglesia, dotada de un buen órgano, tallas y cuadros de mucho valor artístico, siempre donados por la generosa actitud de los vecinos.
En este ambiente de prosperidad surgieron célebres pintores e importantes escultores, que dejaron en muchos de estos pueblos espléndidas obras que son admiradas por las nuevas generaciones.













También las letras tuvieron sus grandes autores y poetas como Jorge Manrique, que nos dejó, en la difícil rima de pie quebrado, sus inmortales Coplas a la muerte de su padre.
En ellas además de expresar su dolor nos enseña, con sencillas palabras, las más trascendentales verdades de nuestra existencia.
Con el paso de varias generaciones esta bonanza económica también se tradujo en el aspecto físico de sus habitantes, especialmente en la frescura y belleza de sus chicas jóvenes.















Palencia, como centro de esta región, concentraba en sus fiestas patronales de San Antolín un buen número de ellas, que lucían su palmito paseando radiantes por su Calle Mayor.
Esta exhibición era bien comentada incluso por habitantes de Valladolid y León que reconocían su belleza.
Mis muchos años me dieron la ocasión de tratar con amigos y conocidos, que tenían por norma ser en todo momento generosos con sus amigos, galantes con las mujeres y procurando siempre amistad con todo el mundo.
Este comportamiento especial dio pie al renombre que tuvo El Hidalgo Castellano, que quería pasar su vida ni envidioso de lo que pudieran tener los demás, ni envidiado por sus vecinos y amistades, a las que siempre trataba con el máximo respeto y gran generosidad.

Esta manera de ser, acaso debido a la pujanza y bienestar disfrutado en esta zona, ha ido perdiéndose por el pragmatismo e intereses que la vida moderna nos impone a todos.










Durante los años de la guerra civil y la posguerra los precios de los cereales se mantuvieron, dada su escasez, y las dificultades políticas impedían que se pudieran importar de otros países. Pero normalizada la situación la importación de cereales comenzó y la abundancia en el mercado internacional hizo que no pudiéramos competir con sus bajos precios.
Por esta causa la decadencia de esta zona cerealista se agudizó y con su empobrecimiento fomentó que la juventud emigrara a las zonas industriales donde tenían más porvenir.
Al faltar la juventud la tasa de natalidad bajó en picado, por lo que la población se ha envejecido de manera alarmante, ya que el cuarenta por ciento de la población actual pasamos de los sesenta años.
Los pueblos pequeños y, en menor medida los medianos, han perdido la mitad de su población por estar, con alguna pequeña excepción, la mayoría ya jubilados.
Con este panorama muchos pueblos de esta tierra de Campos están abocados a desaparecer y de nada les servirá las mejoras modernas que la administración quiere introducir, no dudo que con la mejor intención, pero con pocos resultados prácticos, como ya he expuesto en otros escritos. Como testigo de nuestro triste final tenemos el espejo de Villacreces, pueblo cercano que lleva ya varios años deshabitado y sufriendo la más denigrante rapiña.
Sobre este tema compuse este poema, dolido por el estado de ánimo resultante de las dos visitas que realicé a este desventurado pueblo.





RECORDANDO A VILLACRECES... CON TRISTEZA

















Un pueblo de Valladolid,
Villacreces se llamaba;
hará ya cincuenta años
que este lugar visitaba.

Para comprar par de mulas
en la prensa anunciadas
por los buenos labradores
que en este pueblo habitaban.

Cinco rebaños de ovejas
sus buenos campos pastaban,
con el celo de sus dueños
mucha producción les daban.

Para completar el ciclo
un buen queso elaboraban
y en el mercado de Sahagún
de mucha fama gozaba.


Mas estos buenos recuerdos
se convirtieron en nada
al ver todas sus viviendas
por el suelo derrumbadas.


Tristeza da ver que muchos
la circunstancia aprovechan
y como aves de rapiña
a su casa todo lo llevan.


Desmontando uno a uno
los ladrillos de la iglesia
se llevan a las ciudades
que su calidad aprecian.


Los fundadores del pueblo
con mucho esfuerzo y unión
bella torre levantaron
envidia de la región.

Sólo queda en pie la torre
como orgullo de este pueblo
y en camposanto olvidado
descansan en paz sus muertos.


En mi primera visita
a este pueblo abandonado
creí que respetarían
al menos su camposanto.

Mas en la segunda, aprecio
que sus tapias han tirado
y los cuatro panteones
hechos añicos quedaron.

Entre restos de sus piedras
tablas de cajas se encuentran
mas los huesos que contuvo
fueron objeto de venta.

Dicen que los elefantes
respetan mucho a sus huesos;
peor que animales somos,
si no respetan los nuestros.

Sus vecinos que con esmero
estas tierras bien cuidaron,
no podrán ser su reposo
pues sus tumbas profanaron.


Honda pena me conmueve
ver que pronto llegue el día
que se conviertan en ruinas
muchos pueblos de Castilla
.







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