En mis paseos por el campo puedo apreciar los muchos fenómenos de la naturaleza, con más perspectiva y profundidad que cuando era labrador activo, afanado siempre en hacer las labores agrícolas lo mejor y más rápido que pudiera.
Viene esto a cuento de que este año la última sementera de otoño se ha hecho en malas condiciones, con la tierra muy engranotada, donde la semilla apenas tiene tierra mullida para germinar.
A pesar de esto, escarbando con la punta de mi bastón en el suelo, se puede apreciar que incluso el grano no tapado con un poco de tierra desde el momento de caer en el suelo, con unas condiciones mínimas de humedad y temperatura, su vigoroso germen rompe la cáscara del grano y se divide en dos partes, una que tiende hacia arriba convirtiéndose en el primer tallo de la planta y otra, no menos vigorosa, se dirige hacia abajo donde implanta su raíz.
Este fenómeno, que a fuerza de ser visto, nos parece anodino, no lo es tanto pues los grandes investigadores con todos sus recursos modernos e infinidad de materias adecuadas para poder hacer cualquier semilla artificial, llegan a hacer un grano de trigo, que parece igual que el natural, pero que sembrado sobre la tierra no germina, pues la sabia Naturaleza se reserva el secreto de la vida, para que no pueda ser manipulado por el hombre.
Este, herido en su amor propio, ha intentado contrarrestar esta ventaja con toda clase de productos químicos, que inoculan en la semilla para que tenga las características que más convengan a sus intereses.
Es de rabiosa actualidad la batalla que se ha desatado entre los científicos sobre si es viable el empleo de semillas transgénicas.
Mi curiosidad me ha llevado a asesorarme de la variedad de opiniones que sustentan las diversas naciones del mundo.
Empezaron a aplicar esta técnica en casi todas las naciones de América en especial Canadá Estados Unidos y Argentina. En Europa más lentamente también se va implantando, pues el lucro económico es tan grande que nadie quiere renunciar a él.
La presión ejercida en estas primeras naciones es tal, que incluso la semilla que nazca espontáneamente en sus fincas es también propiedad de la multinacional, incluso hasta el tercer año.
Se cuenta el caso de un propietario de Canadá, que harto de aguantar esta presión llevó a los tribunales a una de las mayores empresas que existen en América.
Después de muchos gastos y papeleos, el alto tribunal, amparándose en la intocable ley de las patentes, sentenció a favor de la compañía y el pobre labrador tuvo que conformarse, pues como gracia especial, no le condenaron a pagar los gastos tan cuantiosos, que hubiera sido su total ruina.
La presión ejercida en estas primeras naciones es tal, que incluso la semilla que nazca espontáneamente en sus fincas es también propiedad de la multinacional, incluso hasta el tercer año.
Se cuenta el caso de un propietario de Canadá, que harto de aguantar esta presión llevó a los tribunales a una de las mayores empresas que existen en América.
Después de muchos gastos y papeleos, el alto tribunal, amparándose en la intocable ley de las patentes, sentenció a favor de la compañía y el pobre labrador tuvo que conformarse, pues como gracia especial, no le condenaron a pagar los gastos tan cuantiosos, que hubiera sido su total ruina.
Son tantas sus atribuciones que pueden inspeccionar las fincas tirando desde helicópteros productos que detectan las semillas de su soja, aún a costa de dañar otros cultivos.
Los detractores de los transgénicos además de condenar estos abusos, sostienen que los productos alimenticios que se hacen con ellos son tóxicos y quedan muchos residuos permanentes en la tierra.
Esto se ha demostrado en Argentina donde siempre fue muy abundante la producción de trigo, y su exportación internacional la principal fuente de riqueza.
La bajada de los precios del trigo hizo que se extendiera el cultivo de la soja transgénica, que por su gran riqueza en proteínas, alcanza altos precios en el mercado internacional, propiciando que amplias extensiones dedicadas al trigo hayan pasado a la soja.
Los detractores de los transgénicos además de condenar estos abusos, sostienen que los productos alimenticios que se hacen con ellos son tóxicos y quedan muchos residuos permanentes en la tierra.
Esto se ha demostrado en Argentina donde siempre fue muy abundante la producción de trigo, y su exportación internacional la principal fuente de riqueza.
La bajada de los precios del trigo hizo que se extendiera el cultivo de la soja transgénica, que por su gran riqueza en proteínas, alcanza altos precios en el mercado internacional, propiciando que amplias extensiones dedicadas al trigo hayan pasado a la soja.
En pocos años la contaminación de las aguas ha sido tal, que en muchos poblados, enclavados entre estos cultivos, han tenido que ser abandonados.
Otro peligro latente es que con su fuerza expansiva acaba con otros cultivos tradicionales, poniendo en peligro la biodiversidad de las especies.
En Canadá, con el abuso de este cultivo, muchos labradores que quieren volver a lo tradicional ya no pueden, pues las semillas autóctonas no se encuentran por ninguna parte.
Aunque en España todavía es pequeña la presión de los transgénicos, las compañías internacionales han impuesto como un chantaje vergonzoso la obligación de comprar todos los años sus semillas, bajo la amenaza de no comprar las cosechas recogidas.
El control de las semillas hibridas químicamente preparadas casi hacen los mismos efectos que las transgénicas.
La semilla de girasol siempre va encaminada a la mayor riqueza de aceite. En Alemania, que siempre fue la avanzada en el cultivo de la remolacha, la fuerza de sus sindicatos independientes han impuesto a las azucareras que se cultiven tres tipos de remolacha de diferente riqueza en azúcar según la región en que se cultive.
Otro peligro latente es que con su fuerza expansiva acaba con otros cultivos tradicionales, poniendo en peligro la biodiversidad de las especies.
En Canadá, con el abuso de este cultivo, muchos labradores que quieren volver a lo tradicional ya no pueden, pues las semillas autóctonas no se encuentran por ninguna parte.
Aunque en España todavía es pequeña la presión de los transgénicos, las compañías internacionales han impuesto como un chantaje vergonzoso la obligación de comprar todos los años sus semillas, bajo la amenaza de no comprar las cosechas recogidas.
El control de las semillas hibridas químicamente preparadas casi hacen los mismos efectos que las transgénicas.
La semilla de girasol siempre va encaminada a la mayor riqueza de aceite. En Alemania, que siempre fue la avanzada en el cultivo de la remolacha, la fuerza de sus sindicatos independientes han impuesto a las azucareras que se cultiven tres tipos de remolacha de diferente riqueza en azúcar según la región en que se cultive.
En cambio en España las azucareras imponen el cultivo de remolacha que son verdaderos azucarillos, pues contienen el veinte por ciento de azúcar en detrimento de su rendimiento en peso.
Ante este general e incierto futuro varias naciones europeas no quieren autorizar el uso de tanta química, pues estiman que en el futuro puede ser la causa de grandes problemas.
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