Estas dos palabras,
que parece que no tienen relación alguna a simple vista, en la pura realidad si
lo tuvieron allá por los años de nuestra posguerra civil.
Con ocasión de comentar en el banco
el poco interés que pueden pagar por el dinero, y que puede estar cerca el día
que tengamos que pagar por tenerlo seguro en los bancos, me vino a la memoria
las fatigas que tuvieron que pasar los que no confiaban en los bancos y querían
tener su dinero en lugar seguro.
No todos los de entonces éramos tan
radicales y los bancos empezaron a administrar la mayoría de capitales y
pagaban más intereses que ahora pero no faltaron quien creían tenerlo más
seguro bajo la baldosa y otros muchos sitios más inverosímiles.
Al año de acabar la guerra, como el
dinero de los vencidos no tenía validez, hubo una escasez de moneda circulante.
Para amortiguar
esto se dio la orden que todos los billetes antiguos tenían que pasar por las
delegaciones del Banco de España para ponerles un sello.
Esta operación se
llamaba estampillar y servía para que los billetes antiguos tuvieran validez
por unos años, hasta que poco a poco se fueran cambiando por la nueva moneda.
Excuso deciros el esfuerzo que tuvieron
que hacer los de la baldosa para sacar del escondite su dinero y llevando a
estampillar al banco, pues si no perdía su valor.
Debo confesar que alguno lo supo
hacer con el mayor sigilo valiéndose de amistades y gente ducha en estos
menesteres que les ofrecieron la mayor confianza.
Una vez cambiado por billetes
legales volvieron al escondite que en habla coloquial empezó a llamarse “nido”.
Ahora van algunas historias con "nidos"
Érase una vez un hombre sin hijos
que tenía varios sobrinos esperando la herencia, mas he aquí que uno de ellos logró
enterarse donde tenía el nido su tío.
Con el mismo sigilo y sagacidad que
había empleado para hacerse con el secreto, fue vendiendo su casa, labranza y
tierras.
Después de la muerte de su tío en una noche- madrugada, para evitar
enfrentamientos, se llevó en un camión junto con el contenido del nido los
muebles de su casa para vivir en un pueblo que en principio nadie sabía donde
estaba. Como el tiempo todo lo calma pasados unos años, disfruta de la vida en
su nueva residencia.
Un nuevo caso se dio también pero
este más sangrante, pues se trataba de un padre con un solo hijo, que por
desavenencias familiares tuvieron que vivir separados. Al anciano padre un día
le dio una parálisis cerebral cuando estaba distante de su casa y hubo que
llevarle de urgencia a la casa de un familiar.
Como no podía hablar, por señas
quería decir a su hijo dónde había guardado el dinero, haciendo círculos con la
mano e indicando con el dedo hacía arriba.
Por querer acompañar a su padre lo
más posible, cuando fue a su casa la encontró totalmente registrada con el
contenido de los armarios esparcidos por el suelo, pero sin rastro del nido que
su padre le quería indicar.
Se supone que algún familiar
enterado del asunto se adelantó y se lo apropió. El hijo por más que revolvió
toda la casa no encontró nada. Siguiendo las señas de su padre desmontó todo el
tejado sin resultados positivos y aprovechando el destrozo causado modernizó
toda la estructura de la casa.
Otro caso se dio, pero muy
diferente a estos, de una madre que tenía una sola hija y varios hijos.
Pensando en beneficiar a esta, bajo el forro de los bolsos que antes llevaban
las mujeres a modo de las modernas mariconeras debajo del delantal, fue
juntando en billetes de mil pesetas una buena cantidad.
Al morir esta, según la costumbre
casi sagrada de llevar cada sexo la ropa de sus progenitores, se dio cuenta del
nido que su madre había preparado para ella.
Mas he aquí que en un alarde de generosidad poco común se
lo mostró a sus hermanos.
Esto nos demuestra la existencia de
todo en la viña del Señor, y que el mundo siempre será así, a pesar de las
vueltas que queramos darle.
Más vale que no llegue el día
mentado al principio, en que tengamos que pagar el dinero en el banco. Si fuera
así tal vez alguno se viera tentado a guardarlo en el nido más sofisticado
posible, pues la historia tiende a repetirse.
Que los casos descritos sirvan de
freno, especialmente a los que vivimos en pueblos pequeños que al estar
desprotegidos por la mucha gente de las grandes ciudades y de cualquier otro
apoyo individual, sería una verdadera temeridad servir de presa a cualquier
malhechor que aprovechara en su beneficio esta
oportunidad.
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