En diferentes correos mi amigo, el peregrino Juan
María, que encontró acogida, conversación y descanso en Moratinos, me manda multitud de buenas fotos hechas por él de la catedral de Barcelona dedicada a Santa
Eulalia y de otros lugares de la ciudad.
En el comentario adjunto detalla los problemas que tuvo su construcción, y que la falta de personal, debido a la peste, originó que una fachada tuvieron que rematarla con una pared lisa. Años más tarde se quiso embellecer con adornos de piedra labrada, que sujetaron a la antigua pared con unas clavijas de hierro, como este metal se oxida mucho y aumenta de tamaño, ejerce una gran presión sobre la piedra, que acaba deteriorándola. Para evitar esto se ha tenido que sustituir las clavijas de hierro por otro material moderno menos expansivo.
A esta catedral de Barcelona no la podía faltar su leyenda, que como a muchas de ellas, se remonta a la época de construcción. Aquí se trata de unas ocas que avisaron al guardián de que unos ladrones intentaban robar. Respecto al número de ocas se dice que eran trece, que coinciden con el número de años que tenía Santa Eulalia cuando fue martirizada.
Según las referidas fotos el
aspecto exterior de la catedral es muy bello, dada la uniformidad de sus
capiteles. En su interior destaca un magnifico cimborrio.
No es extraño que los turistas acudan en masa para visitarla.
Este comentario me ha hecho
recordar los diferentes modos que el hombre ha usado para la conservación de
los monumentos más representativos.
La torre Norte de la catedral de
León, llamada de las campanas, es la más antigua. Debido al tiempo y a las
humedades sus muros amenazaban abrirse, acaso también por el mayor peso de las agujas.
El colegio catedralicio encargó al arquitecto Demetrio de los Ríos un arreglo de carácter preventivo. Aplicó dos cinchos atirantados de hierro con los que logró detener el movimiento expansivo que denotaban sus muros. Actualmente se conservan en buen estado, dado que el hierro está en el exterior y su poca oxidación no afecta para nada a la piedra.
Otro caso digno de
comentar es la cimentación de la ciudad de Venecia sobre la que he leído dos
versiones. En una se dice que se logró clavando estacas profundas de roble
sobre el suelo fangoso y que la acción del salitre las ha cubierto de una capa
petrificada muy resistente.
En la otra se dice que eran estacas de abedul que los constructores cubrieron con una capa de cal extraída de unas minas cercanas, y que preserva de la humedad a los pisos de sus viviendas.
El caso es que esta ciudad fuere
como fuere se está hundiendo lentamente, pues las últimas comprobaciones dan un
hundimiento de veinte tres centímetros a lo largo del siglo pasado.
Si no se corta este avance el
metro escaso que tiene sobre el nivel del mar pronto será peligrosamente
reducido.
Este fenómeno, según la
opinión más generalizada, se debe a la extracción de agua dulce del subsuelo,
produciendo con este vacío que el suelo vaya cediendo.
Para compensar esta falta de
apoyo se estudió el proyecto de inyectar en el subsuelo cemento líquido. Pero
se ha abandonado esta técnica, pues además de ser muy costosa, los resultados
podían ser dudosos.
Para agravar este problema parece que también
las mareas del Adriático han cambiado y cada cierto tiempo Venecia se ve
inundada constituyendo un freno para el numeroso turismo que se concita para
disfrutar de las muchas y bellas atracciones que esta ciudad ofrece.
Como solución más viable se está casi acabando el montaje de unas compuertas hidráulicas que cierren el paso a esta marea en situaciones normales, pero se teme que no sean suficientes para contener los fuertes temporales del Adriático.
Sería una verdadera desgracia que
esta ciudad llegara a desaparecer después del gran esfuerzo que tuvo que
realizar la República de Venecia para su fundación.
La repúblicas de Génova y
Pisa no quisieron darla terrenos para que no se pudiera fundar aquí pues la
temían como fuerte competidora en el comercio del Mediterráneo.
Pero Venecia, para mostrar al
mundo su poderío, no tuvo reparo en gastar ingentes cantidades de dinero en
fundar esta ciudad y dotarla de muchos palacios repletos de obras de arte.
En un crucero que hicimos por el
Mediterráneo en el medio día que tuvimos libre, solo pudimos visitar el gran
palacio Ducal. Es admirable la magnificencia con que están decoradas sus muchas
dependencias. Allí se agrupan pinturas de celebres pintores, como Tintoreto,
Tiépolo, Ticiano y otros muchos.
La sala de los cientos era capaz
de albergar otros tantos regidores de la República. No tiene un solo palmo que
no esté pintado y sus paredes marcadas con bajo relieves dorados.
Para conservar su favorable
situación, no dudaban en castigar severamente a todo el que no cumpliese sus
leyes. Debajo de estos bellos salones tenían montadas las más férreas
prisiones, de las que logró fugarse el célebre Casanova. Su nombre quedó desde
entonces como emblema de los buenos especialistas en fugas.
Con estos relatos podemos apreciar la
meritoria labor que se hace en todo el mundo para conservar nuestro patrimonio,
utilizando los diversos materiales que hoy existen y los que se inventen, cada
vez mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario