martes, 13 de mayo de 2014

BODAS DE ORO DE ANTONINO Y NATIVIDAD







El día 10 de Mayo pasado se celebró en la iglesia de Santo Tomas de Moratinos las bodas de oro de los hijos del pueblo afincados en Valladolid, Nati y Antonino. Este último merece tal título por la vinculación que siempre ha tenido con el pueblo y con su trato afable se ha ganado la amistad de todos los vecinos.

En cuanto a Nati no tiene ninguna objeción, pues aquí nació y compartió su infancia y juventud hasta que se casó junto a sus padres y hermanas. Ni que decir tiene que este matrimonio como muchos de entonces, en los que nos incluimos, deseamos tener muchos hijos que en este caso fueron cinco, Ángel, José, Tere, Puri y Juanma, todo un buen ramillete que en estas celebraciones compensan todos los trabajos y privaciones que tuvieron para criarlos.



Agradecidos debemos estar los vecinos de Moratinos por la buena costumbre que se va imponiendo de celebrar en el pueblo actos transcendentales como estas bodas, y el bautismo de los hijos de los que aquí marcharon para ganarse la vida en el amplio mundo.

Sería una pena que el paso de las generaciones mermara esta costumbre muy enriquecedora para ambas partes. Nosotros ganamos en modernidad y ellos pueden recordar las costumbres de sus ascendientes, que aunque la vida les vaya lo mejor posible y los encumbren a puestos de relevancia, nunca renieguen de sus orígenes y se sientan orgullosos de ser de pueblo.




Tanto a mi mujer Raquel como a mi la ceremonia nos resultó emocionante, pues además de no faltar ningún detalle, nos hizo recordar nuestras bodas  de oro de hace diez años.

El paso del tiempo que parece todo lo olvida, no puede borrar el estado de emoción indescriptible que estas ceremonias proporcionan al sentirse rodeado de los hijos, nietos y demás familia y seres queridos, que se sienten obligados a que el matrimonio pase uno de los días más felices de nuestras vidas.

Según confesión de Antonino al terminar el acto me dijo, que se sentía contrariado por no haber podido decir unas palabras de agradecimiento por la masiva asistencia, pues la mucha emoción que sentía en aquel momento se lo impidió.



Esta conducta que denota su grandeza de alma me trajo a la memoria un caso parecido que nos pasó en nuestras bodas y para que se calmaran se lo detallé. Habíamos convenido con el organista y la vocalista que al terminar el acto entonara el Salve Regina a la Virgen del Rosario, a la que mi mujer fue siempre muy devota.

Pues bien, llegado el momento, el conjunto de emociones durante la ceremonia sentí como un nudo en la garganta que me impedía entonar nada, a pesar de que el organista me daba el tono para la entrada. Gracias a la vocalista que apreció el problema me sacó del apuro.

La similitud de estos dos casos nos debe hacer comprender lo iguales que somos las personas en nuestro interior aunque nos parezca en lo exterior muy diferentes.



Con todos los asistentes en la iglesia engalanada, nuestro párroco D. Gaspar nos ofreció una homilía muy apropiada al acto recordando el sacramento del matrimonio con la imposición de anillos y la entrega de las arras que ahora se hace por duplicado porque la mujer ahora está tan obligada como el marido a atender las necesidades del hogar.


También dio mucho realce al acto la actuación de un buen organista de la familia del novio, que nos obsequió a la entrada de la novia con la marcha de Mendelssohn, al ofertorio con la excelente Ave María de F. Shubert y otras muchas composiciones.    

Acostumbrados a oír en la consagración la marcha real con dulzaina y tamboril, que me perdone el buen organista Juan Valero pues me pareció un tanto apagada, ya que el excesivo acompañamiento la priva del ritmo y viveza que toda marcha necesita.

A la salida no podía faltar la lluvia de arroz y serpentinas que inundaron el pueblo con sus imitaciones de billetes, llamando la atención de los peregrinos a Santiago que se agachaban para verlos.

También se sirvió para todos los vecinos un abundante refresco intercambiando saludos entre los que asistían a estos actos por primera vez en un pueblo.

Después del buen banquete servido en el restaurante El Castillo, instalado recientemente en este pueblo se organizó un animado baile a la puerta de los novios en la plaza donde hubo de todo menos la juventud autóctona que desgraciadamente falta en muchos pueblos como este.


No debo cerrar esta crónica sin recordar las vivencias que he tenido durante los sesenta años de mi estancia en Moratinos.

Para satisfacer su afición por la caza Antonino se trasladaba desde Valladolid casi todos los fines de semana hábiles para ella. Según propia confesión, la noche del viernes después de descabezar un fugaz sueño, cogía su coche y llegaba a este campo muchas veces antes de amanecer.

De esto puedo dar fe pues para eludir las horas de calor muchas faenas agrícolas se realizan durante la madrugada más extrema, y muchas veces me cogía la delantera Antonino, que antes de amanecer ya se le vislumbraba maneando los sitios más propicios para la caza. Muchas veces comentábamos juntos las incidencias del día aunque por poco tiempo, pues enseguida continuaba incansable buscando las piezas entre los muchos vericuetos que estas usan para protegerse.

Hasta bien entrada la tarde no se le veía entrar en el pueblo para descansar en casa de sus suegros del inevitable desgaste que esta afición lleva consigo, en especial días de calor.

Siempre conocí a los padres de esta familia de Antonio e Isabel afanados en sacar adelante a sus siete hijas labrando sus fincas y complementando esto con alguna labor de albañil que le mandaran.

Por ser de más edad que nosotros, cuando ellos dejaron de tener hijos cogimos el relevo siete matrimonios más jóvenes de manera que el nacimiento de nuestra hija Avelina coincidió con el de otros seis quintos, logrando con ello un gran aumento de natalidad.

Nunca podré olvidar las lagrimas que Antonio un hombre que parecía brindado por la vida, derramaba cuando se enteraba del nacimiento de otra hija. Solo por el ferviente deseo de tener un hijo merecía que Dios se lo hubiera concedido, pues el segundo que tuvo en el matrimonio no se le logró. Cuando en la ceremonia se pidió por nuestros difuntos me acordé de Marucha, la hija mayor de este matrimonio que como estuvo casi siempre aquí fue a la que más conocí. Muchacha hacendosa y voluntaria que heredó de su madre la voz y la afición a cantar, que desarrollaba en cualquier faceta de su vida, además de ser el alma mater del coro en la iglesia.

Cuando los herbicidas no habían llegado al campo se cogían cuadrillas para escardar los sembrados y vendimiar los muchos majuelos que entonces había.

Siempre contaba con Marucha pues sabía que la encantaba ganar algún dinerillo y convivir con sus compañeras.

Alguna vez para combatir la monotonía de estos trabajos la invitaba a que nos cantara alguna canción del variadísimo repertorio que tenía, a lo que accedía muy gustosa. Nunca había pena donde Marucha estuviera, pues también tenía un don especial para contar chistes.

Con esto no descuidaba la labor pues con su destreza manual su líneo siempre era de los primeros.

Podría alargar esto mucho más pero no lo juzgo oportuno, pues mi memoria funciona y recuerdos no me faltan.

Solo deseo que las nuevas generaciones que lo lean sepan sacar las consecuencias oportunas que más les convengan para su vida actual.



          Como regalo de vuestras bodas de oro os he compuesto este pequeño poema

       

Antonino es su nombre
Y siempre fue buen chaval
Ella buena ama de casa
Y se llama Natividad



En Valladolid fundaron
Con alegría su hogar
Porque allí nunca faltaba
Donde poder trabajar



Modesto junto a Raquel
Que en este pueblucho están
Os desean estéis bien
Y vengáis más por acá



La jubilación ganada
Trabajando día a día
La disfrutemos a tope
Hasta el fin de nuestros días

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