Días pasados, con motivo de la muerte de la duquesa de Alba, los medios de comunicación nos hartaron de repetir tanto su vida como la de su familia.
Esto me hizo recordar cierto parecido inverso entre su familia y la mía, pues en aquella son cinco hombres y una mujer y en la nuestra se cambian los términos: cinco mujeres y un hombre.
Cualquiera otra comparación sería odiosa, queriendo solo exponer que de los años 20 al 40 los matrimonios con seis hijos ocupaban la escala media de la natalidad, habiendo matrimonios que llegaban a diez y doce hijos y por debajo de los de seis alguno que solo tenía dos o tres.
Esta tasa de natalidad era muy semejante tanto en el ambiente rural como en la alta sociedad, que como los medios económicos no les faltaba lograban dar estudios superiores a toda la familia logrando que todos sus miembros fueran políticos, médicos, abogados, jueces, notarios, catedráticos y directores de muchas empresas con lo que copaban la mayoría de los puestos de relevancia que existían.
Con el paso de los años esta tendencia se fue aminorando entrando en este reparto también los hijos de la clase baja, que a fuerza de privaciones y esfuerzo lograban sacar una carrera y entrar también en la clase alta.
Estas familias medias de entonces tenían la ventaja que si el hermano mayor despuntaba en algo, los demás hermanos , estimulados por una sana emulación, seguían los pasos del primero.
Esta ventaja no la podían tener los hijos únicos que, en algunos casos, se aprovechaban del cariño de sus padres y se convertían en verdaderos tiranos y no se esforzaban como los de otras familias numerosas.
Esto a los jóvenes de hoy les puede parecer exagerado, pero remontándose a los años citados podrán comprobar la veracidad de lo expuesto.
Como los padres, en todo tiempo, siempre han querido lo mejor para sus hijos, los nuestros no podía ser menos, y dentro de sus posibilidades procuraron educarnos lo mejor que pudieron.
Mi madre, que había tenido una hermana modista, estaba empecatada en que alguna de sus hijas lo fueran. Como primer paso, en vista de que en Moratinos había maestra, aquí mando a la hermana mayor para que aprendiera, además de la enseñanza primaria, a coser, bordar y demás labores femeninas que entonces enseñaban las maestras, no así el maestro que en San Nicolás había.
Como complemento de esto había en el pueblo próximo de Riosequillo una buena modista que se dedicaba a la enseñanza, y allá subían mis hermanas cargadas con sus mochilas todos los días.
En Sahagún completaban su formación y recuerdo que en casa había un arca lleno de modelos de toda clase de vestidos hechos con papel, con los que practicaban los patrones que venían en los figurines y demás revistas de la confección.
Como complemento y premio a su constancia mis padres las compraron una máquina de coser del modelo más moderno que había.
Para que aprendieran todas las obligaciones de la casa mi madre las imponía turnos para hacer las diferentes comidas, que ellas se repartían según preferencias y gustos de cada una, logrando que todo funcionara como verdaderas amas de casa.
Excuso deciros que mi padre y yo estábamos ajenos a todo esto, pues como norma general de aquel tiempo, los hombres no aprendimos, por desgracia, ni a freír un huevo.
Si las mujeres aprovechaban el tiempo de invierno para aprender cosas, no digamos nada de los hombres, siempre metidos en las múltiples faenas que el campo reclama.
Si como único varón no tenía con quien compartir las obligaciones, no me puedo quejar pues que para mi también eran las atenciones de todos, satisfaciendo mis deseos.
A este respecto diré que entonces tener una bicicleta no estaba al alcance de todos y en la guerra civil fueron objeto de requisa por el Estado. Se las comparaba casi con los pocos y viejos coches que tenían las familias pudientes, que sufrieron una requisa general los que estaban en buen funcionamiento.
Las bicis las querían para formar el fugaz ejército que llamaban pomposamente El Batallón ciclista, que fracasó estrepitosamente. La guardia civil también hizo sus pinitos en bicicleta, hasta que se demostró que no había cosa más vulnerable que un hombre haciendo equilibrios sobre dos ruedas.
En la vida práctica de los pueblos se fue imponiendo la bici que era más rápida que cualquier animal de monta y más fácil de mantener.
Como había que asistir a muchas ferias también disfruté de una buena silla de montar sobre una yegua en la que llevaba todo lo necesario para pasar a veces tres días fuera de casa.
Mis padres también quisieron que disfrutara de una beca que daban al que hiciera estudios en el seminario, donde estuve dos cursos, que aunque el latín empleaba la mayoría del tiempo por lo menos “aprendí a aprender” que junto con mi afición a la lectura me ha sido muy útil en la vida.
Podría relataros muchas más ventajas que tenían estas familias numerosas que fueron el sustento y el progreso de los difíciles años de la posguerra.
Más de estos temas en el índice del 5 de Febrero del 2009 titulado Antonio.
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