En el internado de Sahagún, por tener pocas alumnas, el ambiente era familiar, enseñándoles a comportarse correctamente aun en los menores detalles, tales como el comedor, donde también les estimulaban a comer de todo.
Otros padres coincidían con nosotros en la gran labor que hacían con las niñas inapetentes, como Avelina, lo que fue acaso la causa de llevarla pronto al internado.
Ya entonces empezaba a notarse el excesivo celo de los padres por la alimentación de sus hijos; y conscientes de ello, muchas familias acomodadas de Sahagún dejaban que sus hijas hicieran la comida del mediodía en compañía de la comunidad.
También les enseñaban a actuar en público, como salir los domingos a pedir para el culto en la misa mayor, recitar poesías y actuar en pequeñas obras de teatro, en una de las cuales actuó Avelina vestida de ángel, con lo que perdían el miedo e iban perfilando su carácter.
Prueba de ello fue que un año, el día del Corpus, una vecina muy ocurrente disfrazó a la niña de Virgen, poniéndola de cara al público en uno de los altares que se levantaban en cada barrio y por los que pasaba el sacerdote con el Santísimo. Nosotros temíamos que no fuera capaz de aguantar, pero supo permanecer inmóvil todo el tiempo que duró la posa, con la vista de todos fija en ella.
En el internado de las teresianas en León, donde Avelina hizo el bachiller, el ambiente era más sofisticado, pues esta Congregación aparentaba dar una enseñanza más corriente, pero trascendía, a poco que te fijaras, el afán de marcar su sello particular de buenas educadoras.
Una vez, en las reuniones de padres, un listillo de “capi” que tal vez fuera un desertor del arado, comentaba con los reunidos, con aire despectivo, la aridez de esta comarca y la incultura de sus habitantes, que se trasmitía a los hijos y que estimaba un obstáculo para la buena marcha del colegio.
Indignado por su descaro, le rebatí uno a uno sus planteamientos, acusándole de fatuo y egoísta, por querer la educación sólo para sus hijos, tal vez menos aplicados que los de los labradores.
La polémica subió de tono hasta que la directora zanjó la cuestión diplomáticamente.
Hablando con padres labradores, me dicen que la gente se va mentalizando sobre esta cuestión; pero en aquellos años, en que empezaba la masificación de la enseñanza, muchos de ellos tuvieron que aguantar, si no un caso tan llamativo como he contado, sí un comportamiento adverso larvado, como si te miraran por encima del hombro.
En el internado de los maristas de León, donde cursaron el bachillerato Hilario y Carlos el ambiente era un poco más abierto, lo que no impedía que no se les midiera a todos los alumnos por el mismo rasero.
En las reuniones de padres, que no servían para nada, no se abordaban los verdaderos problemas de la enseñanza. Cuando se debatía el tema de las expulsiones, motivadas por la mala conducta de algún alumno aislado, que nunca falta, como estaba establecido que antes de la expulsión se amonestara al alumno tres veces, la primera y segunda se hacía normalmente, pero la tercera y definitiva nunca llegaba, sobre todo si el infractor era hijo de una persona influyente.
Con este mal ejemplo, los buenos alumnos se sentían defraudados, por no ver castigados al envalentonado compañero que se hacía destacar por su mal comportamiento.
El primer día de curso era muy ajetreado. Los nuevos alumnos eran sometidos a una verdadera selectividad, con el natural nerviosismo de los padres, que a toda costa querían ver ingresados a sus hijos.
Los veteranos, como era mi caso, llevábamos muy mal que fuéramos cargados con los libros de texto anterior usados por Hilario, y que ya no sirvieran para Carlos.
En la tienda para venta de los textos, que era una verdadera librería, se formaban verdaderos tumultos por los padres, que teníamos que comprar libros caros, muchos de ellos iguales a los que teníamos que traernos para casa.
No sé si actualmente sigue el auténtico momio montado entre las editoriales y los colegios, para todos los cursos cambiar en los libros cuatro fotografías y poco más, con lo que lograban sangrar la cartera de los sufridos padres.
De los colegios mayores donde estudiaron Hilario y Carlos poco puedo decir, pues a los padres ya no nos avisaban más que para pagar el correspondiente recibo trimestral.
Cuando Raquel hizo el bachillerato en Sahagún se había generalizado mucho la enseñanza y había menos abusos.
Un domingo, en el instituto de Sahagún, en una reunión de padres, me impactó ver al señor director hacer las funciones del conserje, por disfrutar esté del descanso del fin de semana.
Esta contraposición de derechos y obligaciones, nos es difícil de entender a los de mi tiempo, que pensamos que los avances sociales están bien, siempre que haya igualdad de condiciones. Del nocivo autoritarismo antiguo hemos pasado al no menos pernicioso abuso del inferior, que, como revancha, cree tener más derechos que su superior.
Raquel siguió sus estudios en León, también en el colegio de las teresianas que había cambiado poco con los años; y cuando ingresó en la universidad, estuvo en el Colegio Mayor de las Agustinas, junto a la Escuela de Magisterio.
En aquellos años 70 se iniciaba, con la mejora de la situación económica, un continuo ascenso en la cantidad de los jóvenes que estudiaban que hubiera sido muy beneficiosa si no se hubiera rebasado el orden natural de ella.
Como siempre nos ha gustado movernos en los extremos se pasó al desprestigio de la formación profesional que estaba implantada y apreciada en los pueblos cabecera de comarca. Como todo el mundo quería ir a la universidad empezaron a faltar alumnos y tuvieron que convertirse en centros de enseñanza media en los que se preparaban con las consiguientes pruebas para pasar a la universidad.
Con esta nueva tendencia se llenaron las universidades con la necesidad de aumentar el número de ellas masificando la enseñanza superior. Pasados unos años la salida de licenciados fue tal que la demanda de la administración del Estado y las empresas particulares no fueron capaces de absorberles.
Con este grave problema de paro de licenciados el Estado y los partidos políticos tratan de minimizarlo echándose la culpa unos a otros y no quieren darse cuenta que es un problema de cantidad que se ha logrado por culpa de todos.
Si en un recipiente que esta lleno de agua tratas de echar más esta se derrama buscando un espacio. Igual pasa con los licenciados, que al no tener cabida en España tienen que salir al extranjero y dejar allí el rendimiento de su trabajo joven, después de haber gastado el Estado ingentes cantidades de dinero para su formación.
Este grave problema nos tiene que hacer volver a la antigua situación en que la formación profesional se educaban muchos jóvenes que hoy ejercer las más distintas profesiones, y sin ningún desdoro, contribuyen a su
bienestar y el progreso de la sociedad
1 comentario:
Las antiguas universidades laborales, como la de Gijón, estaban a la altura de la mejor Formación Profesional impartida en Eurapa. Dicen que la alemana es la mejor. Es una pena que nuestros ciclos formativos actuales estén tan depauperados, pues a ellos acuden en la inmensa mayoría de los casos alumnos fracasados del Bachillerato o la Universidad. Poco a poco tenemos que conseguir vacunarnos de la "titulitis", inflamación provocada en la mente de los padres por ver a sus hijos a toda costa con un título universitario, a pesar de que ello conlleve paro, destierro y desmotivación.
De los internados se puede hablar largo y tendido. Mi experiencia personal sobre ellos tiene luces y sombras como todo en la vida. No me puedo quejar porque he llegado como adulto a tener una mente crítica del mundo, despierto y humano a la problemática que me rodea y sabedor que tengo que seguir creciendo como persona.
Este artículo ha removido mi adolescencia, padre. ¡Felicidades!
Un beso.
Carlos.
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