No podría precisar desde cuando conozco a Rufina, hija de mi tío Francisco, hermano de mi padre, pues desde que yo recuerdo siempre la asocio con mi abuela Patricia con la que pasó la niñez y parte de su adolescencia.
El recuerdo que tengo de mi tío Francisco, cuando venía los domingos a ver a su madre e hija es la de un hombre bueno y sincero sin ambages ni postizos que viendo la soledad de su madre no dudo en traer de Sahagún donde vivía a su hija, para que primero la acompañara y después la asistiera.
Esta costumbre de traer los chiguitos de los pueblos grandes a la escuela de los más pequeños, no era nueva pues duraba desde los buenos tiempos de Don Marcelo.
A mi modo de ver se debía a que los varios padres que estaban casados en Sahagún estimaban que la formación de sus hijos era más completa en el pueblo, donde acudir a la escuela, más que obligación era como un aliciente muy necesario y útil en la vida del pueblo.
No dejaba de ser también instructivo el contacto con el señor cura en la catequesis, donde además del catecismo se aprendían otras cosas útiles para la vida.
Ocioso es decir que Rufina era, tanto para mis hermanas como para mi, como una hermana más, pues con ella compartimos además de escuela y catequesis los juegos y diversiones propios de nuestra edad, así como los trabajos y obligaciones que desde muy pequeños impone la rígida costumbre rural.
Con ella compartimos también la buena enseñanza de Don Paco y demás maestros y sufrimos la desastrosa de Don Leovigildo, así como las manías de Don Ángel.
Acaso Rufina aprendiera a comportarse más formalmente que nosotros pues la generación de nuestra abuela era un tanto rígida, que la de nuestros padres, pero no la impidió participar con nosotros en alguna fechoría que maquinábamos juntos.
Desde muy chica la vi hacer las labores de la casa, especialmente las que mi abuela por la edad no podía hacer y en los últimos años aprendió los muchos secretos de cocina que mi abuela usaba.
También recuerdo su presencia en todas las celebraciones conjuntas familiares, como la picatuesta, fiestas patronales y “antruidos” o carnavales, en el que la repostería tradicional eran las “orejuelas”.
Esta tradición debía ser tan antigua como su mismo nombre “antruidos” que mi abuela Patricia nunca se la olvidaban, enseñando a sus hijas y nietas la receta para hacer excelentes orejuelas. Este dulce se hacía mezclando harina, huevo y una copita de aguardiente y la pasta resultante, después de dejarla reposar una hora, se extendía lo más fino posible y al freírla en la sartén, con una aguja se las daba la forma de oreja, rociándolas finalmente con miel o azúcar, al gusto de cada uno.
Cumplida muy bien su misión, cuando mi abuela vino a vivir con nosotros, se reunió con su familia, empezando a usar los conocimientos adquiridos tanto con su familia, como con sus convecinos de la calle la estación que no dudaban en acudir a ella para que les hiciera instancias, reclamaciones y cualquier asunto que ella gratuitamente y encantada les hacía.
No la faltaron pretendientes de Sahagún, pero se casó con un buen chico del pueblo cercano a Sahagún llamado Villamol.
Por tener en su pueblo este chico de nombre Balbino una buena cuadra de ganado vacuno, entendía mucho de ello y facilidad en el trato, lo que a mi me faltaba, por no tener nunca en casa de mi padre vacas, siendo estas muy diferentes a las mulas con las que estaba más impuesto.
Como nuestra amistad con esta familia fue siempre y sigue siendo muy buena, al surgir esta necesidad me acompañó a la feria de León y con su buen consejo compramos unas vacas, que me dieron buen resultado.
Al ir juntando bastante tierra de labranza y no poder ayudar a Raquel en cuidar todo este ganado, pasados unos años las vendimos.
Como los años no pasan en balde y nos estamos haciendo viejos, Balbino ha tenido dos achaques de los que desgraciadamente murió. Rufina está con sus tres hijos a temporadas y para matar la nostalgia pasa también su turno en Sahagún.
Este pobre poema hecho con más buena intención que acierto, sirva como prueba de nuestro aprecio.
Tío Francisco de Sahagún Sus hermanos confundían
a San Nicolás traía sin tener mala intención
a su hija de pequeña los toques de las campanas
que se llamaba Rufina de la iglesia y la estación
Prima carnal nuestra era Hecha ya una adolescente
y nuestros años contaba con su familia volvió
como niños todos juntos con lo que aprendió en el pueblo
a nuestro lado jugaba en su calle destacó
Como los niños del pueblo, Con un buen chico de pueblo
a la escuela también iba en Villamol se casó
y como era aplicada y como madre ejemplar
sus deberes siempre hacía sus tres hijos bien crió
Presta a la iglesia acudía Que nuestra amistad perdure
al toque de la campana tan sincera y consecuente
y el catecismo aprendía y venciendo los achaques
como muy buena cristiana nuestra vejez nos respete.
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