Cuando, acompañado de Raquel,
paseamos por el campo casi a diario buscando nuestro bienestar y recomendado
por los médicos, sentimos como un sosiego y tranquilidad que solo en el campo
se ha conseguido en todas las épocas.
Actualmente es muy relajante ver,
debido a la concentración, extensas fincas magníficamente labradas por los
tractores y abonadas con largueza, en donde las plantas se desarrollan con un
vigor extraordinario produciendo rendimientos mucho mejores de los que se
lograban en épocas no muy lejanas.
También es digno de ver la limpieza de malas hierbas en toda clase de cultivos, pues la variedad de herbicidas es tan específica que quedan ya pocas plantas sin un tratamiento propio.
Todos estos adelantos contribuyen
a que los rendimientos del labrador sean en cantidad muy buenos, pero
condicionados a la evolución de los precios que rigen en todo el mundo,
amenazados siempre por la ley de la oferta y la demanda y otros muchos factores
comerciales.
A pesar de estos problemas el
nivel de vida de los labradores ha subido bastante si lo comparamos con el de
los años 40 y 50. No seré yo el que diga como nuestro excelente Jorge Manrique
“que cualquier tiempo pasado fue mejor.”
La concentración de las muchas
fincas que antes había y la mecanización de las labores han aumentado el
bienestar de las faenas del campo.
Sin embargo los que vivimos estas
dos etapas, no es que queramos retroceder en el tiempo, sino que simplemente se
nos deje expresar la nostalgia que sentimos cuando recordamos lo distinto que
era el campo en nuestra juventud.
Lo primero que se echa en falta es la carencia de vida en él, pues raro es el pájaro que ha resistido el cambio, tanto del avance de los herbicidas, como de la tala de los matorrales que les servían de refugio.
Este conjunto de árboles, zarzas,
espinos, balsas y otros muchos arbustos que espontáneamente crecían en lindes,
regueras, cárcavas y linderotes que contribuían a mejorar el paisaje un tanto
árido de esta comarca.
Esto lo aprecian muy bien los
peregrinos del Camino Santiago que
añoran la vegetación abundante de otros tramos del Camino.
Los pájaros como seres vivos, era
lo que más animaba el ambiente, tanto los que pasaban el día cantando entre los
árboles en los que hacían sus nidos, como los más pegados a la tierra con la
que se camuflaban con su pardo color.
Estos últimos eran los que
siempre hacían sus nidos en las tierras de labrantío al abrigo de algún cardo o
forraje que en abundancia nacían entre los cereales.
Esta circunstancia es la que,
cuando se iba a escardar de adolescentes, animaba la monótona faena, pues se
encontraban los nidos en las diferentes fases de su desarrollo.
La faena de escarde era
fundamental en muchos casos, pues la falta de herbicidas unida a la menor
profundidad de labor que se daba con las mulas, hacía que en muchos casos la
abundancia de cardos y otras malas hierbas era tal, que si no se quitaban
ahogaban a los cereales.
Para hacer más llevadera esta faena y no tener que agacharse, los herreros hacían una especie de pequeña hoz que se llamaba escardín con corte por dentro y por fuera. Se mangaba en un palo de aproximadamente un metro que servía para cortar el cardo ayudado por una horquilla con la que se le sujetaba para cortarlo cómodamente.
Todas estas faenas de escarde se hacían con preferencia en el mes de Mayo, pues si se adelantaba Abril, había una sentencia que decía “ en Abril cortas uno y salen mil.”
Como en el mes de Mayo coincide
el tiempo de los nublados, raro era la tarde que no llovía, con lo que la chupa
era corriente, si no encontrabas cerca un albaron o zarza para protegerte.
Para hacer esta labor los que
labraban muchas tierras cogían escardadoras a jornal. Estos contratiempos de
los nublados al patrono no le agradaban mucho y procuraban minimizar el peligro
de mojarse.
Todavía recuerdo lo que comentaba
una pobre huérfana que la tocó hacer esta labor muchos años. Cuando se
presentaba un nublado el patrón las decía “ no hay cuidado porque las nubes una
marcha para Ledigos y otra para Población” y remataba ella con mucha gracia “ y
veníamos siempre de agua hasta las pelotas.”
Pero volvamos a la faena del escarde que era imprescindible en las tierras que se sembraban de avena. Este cereal tiene la particularidad de mejorar la fertilidad de la tierra, y se recurría a él cuando escaseaban las lluvias en primavera y no se podía rematar el barbecho con las mulas.
Entonces se aguardaba a que
llegaran las lluvias del otoño y se araba, para que las heladas del invierno
mulleran la tierra. Esta, bien preparada, se sembraba en Febrero de avena, y no sé
por qué circunstancia siempre se llenaba de cardos, que había que escardar por
necesidad, pues sino acababan con la avena.
Al tener tantos cardos de remanso
los pájaros aprovechaban para hacer sus nidos y me servían de pretexto para
dejar un rato de escardar. Se dejaban los cardos junto al nido, que me servían
de guía para recorrerlos luego y ver su evolución.
En la época que tenían polluelos me encantaba engañarles con una paja para que abrieran sus amarillos picos, esperando el alimento de su madre.
En la época que tenían polluelos me encantaba engañarles con una paja para que abrieran sus amarillos picos, esperando el alimento de su madre.
Cuando me acercaba a alguno en
que los polluelos ya eran grandes, su instinto de conservación les hacía
abandonar el nido precipitadamente y me gustaba verles con que astucia sabían
camuflarse en cualquier accidente del terreno.
Con esto sentía una especie de
pesar por no volver a visitar este nido, pero me quedaban muchos más de
repuesto.
Para explicaros su abundancia os
diré que una tierra sembrada de avena de media carga que equivalía a media
hectárea llegué a contar hasta cinco nidos. Ya sé que este caso no es válido
para sacar una media, pero echando por corto se podía calcular dos nidos por
hectárea, y tres pájaros, por nido.
Esta ingente cantidad de pájaros que se criaban en estas llanuras de Castilla, cuando llegaba el final del verano se reunían en grandes bandos con lo que procuraban defenderse mejor de las aves de presa y de otros muchos peligros. Pasaban el día volando de un lugar a otro buscando el cereal del que se alimentan.
Al ponerse el sol cesa su
actividad y no vuelven a levantar hasta que no llega el nuevo día. Esta
circunstancia dio origen a una modalidad de caza muy antigua, pues es comentada
en viejos textos, que consiste en seguir los bandos hasta la noche e irles a
cazar con una luz potente que les deslumbre y el ruido de un cencerro que
simule el paso de ganado.
Para entender mejor esto he sacado fotos de un viejo candil de aceite que encontré en el desván y que, según me han dicho, servia para estos fines.
En mi adolescencia tenía mi padre de criado un muchacho muy aficionado a estos manejos. Una tarde de domingo, viniendo de descansar de su pueblo cercano, avistó un bando de estos.
Con su gran imaginación nos
convenció que había que ir a pájaros esa noche. Como ya era la época de los
candiles de carburo, metimos uno dentro de un bidón y buscamos un cencerro, que
por cierto no tenía badajo y me tocó a mi aporrearle con un hierro.
Puesta en marcha la comitiva llegamos al lugar y en vez de guardar silencio, con el jolgorio que llevábamos, los pájaros se iban levantando sin lograr coger alguno.
Para remate de fiesta se apagó el
carburo y quedamos medio perdidos en la oscuridad de la noche.
Este fallo demuestra que para ser
efectivo este método no deben pasar de tres sus componentes y muy conjuntados.
Nosotros como suele decirse “ no matamos un pájaro” pero pasamos una alegre
noche muy serena de septiembre de juerga por el rastrojo que, por su novedad, no
olvidaremos.
A propósito de las faenas de
escarde recordamos con emoción a nuestra querida madre Avelina, que para hacer
más llevadera la faena, nos ensayaba canciones de su amplio repertorio y con su
buena voz nos repetía estas hasta que las aprendíamos. Este bagaje sirvió para
que durante muchos años no faltó alguna Celada en el coro de la iglesia
cantando en el mes de Mayo, novena del Corazón de Jesús y San Antonio, que eran
las tres épocas del año en que se cantaba su celebración.
Como veis en el campo se hacían
las más variadas cosas desde ensayar una canción a ir tras el arado de las
mulas, que al ser más lentas ocupaba la mayoría de los días, y cuando no se
podía arar se hacían otras muchas labores manuales que eran muy necesarias para
la buena marcha de una explotación labradora.
Todo este conjunto de seres vivos
que os he detallado contribuía también a que la caza fuera abundante y muy
respetada y con todas las demás especies, la sabia naturaleza se valía de las
aves de presa para que ninguna dominara las demás, formando un conjunto armónico
en perfecto equilibrio.
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