Con ocasión de ver una película
que pusieron en televisión días pasados, escrita y dirigida por el gran actor
Fernando Fernán Gómez, donde narra las grandes dificultades que tuvieron que soportar
los cómicos en sus últimos tiempos para mal vivir, pues el empuje del cine,
radio y nuevas técnicas les hizo abandonar su vida nómada condenada a
desaparecer.
Como esto ocurrió por los años cuarenta y cincuenta que yo viví en mi niñez y juventud quisiera recordar a estos cómicos ambulantes que recorrían estos pueblos con mil maneras de ganarse la vida.
Debido a que en esta zona de
Castilla y León los pueblos son pequeños para adaptarse mejor a labrar de cerca
sus propiedades, los grupos de estos cómicos eran más reducidos que en
Andalucía, pues casi nunca pasaban de tres componentes, pues lo poco que podían
sacar no debían repartirlo entre muchos.
El primer cine que se vio en San
Nicolás fue proyectado en cine mudo en un portalón donde se guardaban los
carros y poniendo una sábana en el patio que les servía de pantalla y que no
dejó de ser una novedad.
Para estos espectáculos en que se
espera juntar a mucha gente se necesitaba un habitáculo en donde se entrara por
una puerta para que todo aquel que quisiera verlo tenía que pagar la
correspondiente entrada. En aquellos tiempos de penuria económica rara vez
sobrepasaba el importe de una perra gorda, moneda de cobre muy corriente que
equivalía a diez céntimos de peseta. El sistema de pasar la gorra para que se
echara voluntariamente el donativo no debía ser lo más eficaz.
Adecentado un poco el local y
puestos cuatro tablones para verlo sentado, para darle publicidad recorrían el
pueblo tocando un tambor y anunciando la hora del espectáculo.
Esta pareja del cine lo tenían
bien montado, pues traían una lámpara muy parecida a la de los hermanos Lumière
cuando inventaron la imagen en movimiento, que es el principio fundamental del
cine.
La llamada lámpara mágica consistía en un recipiente forrado de espejos donde se introducía un quinqué de petróleo con una pequeña chimenea para dar salida al humo.
La luminosidad aumentada por los
espejos se la hacía pasar por una lente que incidía en las imágenes previamente
gravadas en una cinta con una cadencia determinada para imitar el movimiento
natural de los personajes que aparecían en la sabana blanca que hacía de
pantalla.
Como la luz eléctrica no había llegado, la cinta se movía con una manivela que movía el operador con el ritmo adecuado. Para compensar la mudez de las imágenes su compañera leía lo que se podía llamar el argumento.
Empujado por la curiosidad me
puse casi detrás de ellos y noté lo bien acompasados que estaban. Para que la
cinta durara un poco más de tiempo recuerdo que salía un camión que iba cargando
los muebles pero cuando llegaba a la casa el operador cambiaba el sentido de la
manivela con lo que las imágenes avanzaban hacia atras y se volvían a descargar
los muebles en el mismo camino. Esto producía mucho efecto visual en todos por
lo que lo repetía cuando se perseguía a un delincuente o se subía a una
montaña, pues el andar para atrás parecía un milagro.
Otro grupo formado por un
matrimonio y una hermana de la mujer tuvo mucha aceptación por esta zona. Esta
chica joven la podíamos llamar “contorsionista”, pues se doblaba hacia atrás
hasta pegar con la cabeza en el suelo. Hacer esto en una zona que la mayoría se
estaba inclinado hacia delante, por la dureza de las faenas agrícolas, era
considerado como una verdadera proeza.
Este número, como más suerte, lo
dejaban para el final empezando con una pequeña obra de teatro ejecutada por
los tres. Para dar más énfasis a la obra el actor principal repetía con
frecuencia la frase de “tira palante” nombre con que se conocía a este grupo.
Al final para dar más emoción a
la acción de la chica su hermana tocaba rítmicamente un tambor y el marido acompañaba como si la
amenazaba con un cuchillo el movimiento pausado de doblarse hacia atrás.
En tono menor pasaban también
ciegos acompañados por sus lazarillas. Si digo lazarillas es por que casi
siempre eran parejas muy conjuntadas donde él sabía hacer de ciego aunque no lo
fuera. Para la picaresca siempre hemos sido los mejores como se explica
magistralmente en la novela anónima del “Lazarillo de Tormes”.
Los ciegos, de verdad o de pega, tocaban el violín acompañando con cánticos de unas coplas muy tremendistas que encogieran el corazón de los oyentes, con relatos de crímenes, raptos y toda clase de calamidades cual a cual más espeluznantes.
Primero recorrían el pueblo y
cuando encontraban un rincón o plaza soleados aunque uno solo les diera cinco
céntimos se ponían a cantar, pues ya sabían que no tardando se juntaban un
grupo de vecinos que les jaleaba. Al final, para completar la limosna que les
habían dado, vendían unas cuartillas que traían impresas con las canciones que
habían recitado.
Todavía persiste la frase de “no
tiene ni para mandar cantar a un ciego” para expresar que se anda muy mal de
pecunia.
Otros cómicos pasaban acompañados
de animales que con un poco de ensayo lucían sus habilidades logrando atraer la
atención del publico.
También es típico decir “pasas
más hambre que el perro de un volatinero”.
Otros pasaban con monos, que
solían ser pequeños, también bailaban y daban saltos acrobáticos, pero lo que
más privaba era dejarse coger en brazos, especialmente de mujeres, y hacer con
ellas toda clase de “monerías”.
Otros pasaban con cabritas, animal
que en esta zona siempre tuvo un especial atractivo pudiendo pastar en
cualquier parte, singularmente si se sabía que con su leche se estaba criando a
un niño.
También eran muy hábiles en saltos, y para demostrar su gran poder de
equilibrio se las hacía permanecer un rato sobre el pico de una botella sobre
sus cuatro patas.
No quiero cansaros más con los mil recursos que se inventaba
la gente para sobrevivir, pues el hambre agudiza el ingenio. Contar esto no es
muy agradable pero las nuevas generaciones deben tener en cuenta que la
prosperidad actual, labrada con el sacrificio y el trabajo de nuestros mayores,
no nos la podemos jugar por el prurito de nuestras disputas partidarias.
Actualmente todavía quedan muchas
naciones que no tienen ni Seguridad Social, Jubilación y ninguna clase de
subvenciones, como aquí pasaba entonces, y tratan, aun jugándose la vida, de
emigrar a naciones más prósperas, como ha sido siempre la aspiración de todos
los pueblos de la tierra.
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