Cuando damos nuestro paseo diario por el campo vemos a los labradores afanados en la siembra de sus fincas.
Este año, debido a que ha llovido por aquí a tiempo, estas labores se hacen muy bien. Contribuyen a ello la variedad de aperos de tractor que dejan la tierra muy bien preparada para recibir la semilla. Aunque esta no nazca ahora, porque las diferentes labores de la tierra la dejan sin humedad, a poco que llueva en otoño germina con fuerza y uniformemente.
Esto debió de ser siempre así, pues oí decir a mis mayores, que lo importante era “preparar las sopas que el caldo ya vendría.” Con esta metáfora recuerdo cuán diferentes eran las sementeras de antes y las de ahora.
Esta diferencia la puedo comentar con todo detalle, pues por mi edad me ha tocado vivir las dos etapas.
La mayor diferencia que existe entre el laboreo mecánico actual y el antiguo de tracción animal, es que se hace en menos de la mitad del tiempo. Tampoco es comparable la tranquilidad y comodidad que te da levantar los pies del suelo conduciendo un tractor, que cada vez son más perfectos y sin esfuerzo físico obedecen las órdenes que tu consideres más convenientes.
Este año, debido a que ha llovido por aquí a tiempo, estas labores se hacen muy bien. Contribuyen a ello la variedad de aperos de tractor que dejan la tierra muy bien preparada para recibir la semilla. Aunque esta no nazca ahora, porque las diferentes labores de la tierra la dejan sin humedad, a poco que llueva en otoño germina con fuerza y uniformemente.
Esto debió de ser siempre así, pues oí decir a mis mayores, que lo importante era “preparar las sopas que el caldo ya vendría.” Con esta metáfora recuerdo cuán diferentes eran las sementeras de antes y las de ahora.
Esta diferencia la puedo comentar con todo detalle, pues por mi edad me ha tocado vivir las dos etapas.
La mayor diferencia que existe entre el laboreo mecánico actual y el antiguo de tracción animal, es que se hace en menos de la mitad del tiempo. Tampoco es comparable la tranquilidad y comodidad que te da levantar los pies del suelo conduciendo un tractor, que cada vez son más perfectos y sin esfuerzo físico obedecen las órdenes que tu consideres más convenientes.
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En cambio con las mulas, tenías que ir andando detrás del apero y en el caso del arado sujetando sus manillas y aguantando el mal piso por los cavones en el tiempo seco, o chapando el barro en el húmedo. Además como delante de ti llevabas a dos seres vivos, que aunque les llamamos animales, el instinto de conservación les hacía aprender mañas para mitigar en lo posible el tremendo esfuerzo a que se veían sometidos.
Si consentías y aceptabas sus tretas estabas perdido y tenías quedemostrarles quién era el que mandaba. Utilizando la inteligencia que ellos no tienen tienes que intentar contrarrestar sus tretas con algún invento, o aplicándoles fuertes castigosen los que tienes que usar la fuerza física.
Para labrar casi la misma tierra que ahora se necesitaba reponer con frecuencia las mulas de labor. Esto se hacía preferentemente en las ferias, lo que resultaba más económico que en las cuadras de tratantes, por lo que estaban muy concurridas.
Había mucha gente que vivían de ellas, como tratantes corredores, correates y demás farándula, que infestaban las ferias con su acción maléfica.
Gracias a la mecanización se ha acabado con todo esto y ahorrado un sin número de horas en el campo.
Como en los meses de Octubre y Noviembre los días son más cortos había que aprovechar las horas de luz para rematar cuanto antes la sementera.
Aunque hay muchos refranes sobre este tema, citaré sólo tres, por ser los más usados en esta comarca. “Por San Froilán siembra tu pan”, "Por San Simón lo bueno y lo mejor” y "Por San Clemente alza la mano de tu simiente”
En ello se indica que el mejor tiempo para hacer la sementera está entre los días cinco de Octubre y veintitrés de Noviembre, siendo la época óptima sobre el veintiocho de Octubre.
Como el tiempo algunos años no acompañaba se acortaban los días y había que compensarlo con un trajinar nocturno. La falta de luz eléctrica se sustituía por la de un candil de acetileno o carburo, como se le llamaba comúnmente.
Al atardecer, después de aprovechar los últimos resquicios de la luz solar se regresaba a casa, donde, después de atender las labranzas, se cenaba. Luego se iba a la panera a “hacer la piedra” que consistía en mojar la simiente con “piedralipe”que era sulfato de cobre disuelto en agua, y se lo dejaba en reposo hasta el día siguiente.
Sobre las cuatro de la mañana empezaba la nueva jornada envasando la simiente en “talegas” que eran sacos largos de lona propios para el transporte a lomos de las mulas.
A continuación se almorzaba concienzudamente con un buen plato de sabrosas patatas con carne que te daba calorías para estar trabajando hasta el mediodía.
Mi madre es la primera de la izquierda
Intentaré explicaros este plato: Mi difunta madre que tenía una mano especial para los estofados, preparaba la víspera las raciones de carne que fueran necesarias en un puchero de barro tapado con una pequeña cazuela de barro llena de agua.
Al rescoldo de la lumbre de paja le daba unos movimientos especiales para que se pasara uniformemente y lo dejaba reposar hasta el día siguiente.
Con qué grata nostalgia recuerdo las disputas que mis hermanas tenían por no levantarse tan temprano, y proponían a mi madre que lo podían hacer la víspera. Pero ella las razonaba que las patatas tenían que pelarse al tiempo de cocerlas, para que nuestro almuerzo estuviera siempre en su punto. Con mucha diplomacia las proponía que una se encargara de hacer la cena y a la que la gustara más madrugar hacer el almuerzo. Con esto las quería inculcar el hábito de responsabilidad que siempre tuvieron y que aprendieran a cocinar correctamente en cualquier circunstancia. El secreto de estas patatas con carne estaba en el buen gusto que las daba la carne de oveja que matábamos de nuestro rebaño, engordadas con la espiga y yerbas que se dan en estas rastrojeras castellanas.
Una vez que dábamos buena cuenta de este plato aparejábamos las mulas y cargábamos sobre sus lomos las talegas de simiente. Lo difícil era buscar el equilibrio que tenía que hacer la talega que iba sola, para que no se cayese, ya que la otra, al ir montado encima, era fácil promediar el peso.
Según la distancia de la finca se salía antes o después, pero siempre la llegada era poco antes de que empezara a verse. Colocada la simiente repartida por toda la tierra, se enganchaban los aperos y mi buen padre se colocaba la sembradera que pendía de su hombro y ofrecía a las parejas un bocado de simiente. No sé si esta costumbre tenía un objeto curativo por contener sulfato, o era la costumbre de cuidar bien a sus labranzas.
Con un atisbo de luz nos poníamos en marcha. Mi padre delante, sembrando a boleo, y nosotros cubriendo la simiente con dos gradas tipo araña, que llevaban cada una de calle un metro aproximado.
Era tal la destreza de nuestro buen sembrador que llevaba más paso que las mulas y en toda la mañana no éramos capaces de alcanzarle.
Según me decía para que aprendiera a sembrar, la mano tenía que entrar decidida en la simiente y coger la mayor cantidad posible. Luego, calculando el recorriendo del brazo, ir soltando esta por entre los dedos pulgar e índice para hacer como un abanico de simiente que empezaba en tus pies y acababa tocando algún grano en tu oreja.
Aprendí a sembrar a boleo, pero no con la perfección y rapidez que él tenía. Pero con la llegada de las máquinas sembradoras, esta faena ancestral se perdió, como tantas otras.
La cantidad de la tierra cultivada en el núcleo principal de la Tierra de Campos, cuyo punto central se sitúa en Villalón, creo que habrá sido la misma cultivada por los Romanos, que ya apreciaron las buenas condiciones de esta zona para el cultivo del trigo.
Si lleva el título de “Tierras de pan llevar " era porque su buen trigo candeal se lo llevaban a todas las naciones de su vasto imperio. Alrededor de esta zona privilegiada se extiende una zona de páramos y montes bajos que fueron roturados cuando, después de la guerra, sufrimos el bloqueo de Europa.
En 1951 un buen ministro de agricultura del gobierno de Franco, llamado Cavestany, para intentar compensar el déficit de alimentos, implantó la ley de la reserva, que incentivaba con doble precio aquellas producciones que se lograran en terrenos nuevos, en donde nunca había entrado el arado.
Como de azúcar no andábamos muy sobrados, ya que se consumía negro y apenas refinado, se impusó la moda de hacer pozos para producir remolacha en estos nuevos regadíos, que también llevaban el doble precio.
Como la naturaleza no entiende de leyes ni subvenciones, la mayoría de estos pozos han desaparecido, pues la capa freática de esta zona es muy pobre y si se realizan nuevos regadíos es trayendo el agua de ríos o pantanos caudalosos.
Estas diferencias de las sementeras podrían muy bien extenderse a otras facetas de la vida, en las que el hombre siempre ha logrado adaptarse al medio en que le ha tocado vivir.
Que esta evolución favorable, que siempre acompañó al hombre a lo largo de toda su existencia, continúe como hasta ahora en beneficio de todos.
1 comentario:
Modesto, perdona mi ausencia de tu rincón...he estado muy atareada todo el verano haciendo reportajes de las fiestas de los pueblos, romerias,eventos cultuales,y el conflicto minero...pero ahora que anochece ya temprano y nos queda todo el invierno por delante, prometo visitarte mas a menudo.
Que bien cuentas lo de la siembra, has hecho un relato lleno de poesia, a pesar de la dureza de la vida de aquellos años.
He visto tambien, que te has dado una vuelta por el sur. No os perdeis una...
Un abrazo para los dos
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