domingo, 10 de febrero de 2013

MI TÍA CONSTANTINA



 A mi tía Constantina, hermana de mi madre, se le puede aplicar lo dicho anteriormente sobre mi tía Eutiquiana.
Por ser la de menor edad de todos los hermanos, ayudó mucho a todos cuando los avatares de la vida les ponían frente a tantos problemas, que ella generosamente trató de mitigar.
Por lo que respecta a mi familia, diré que ayudó mucho a mi madre a sacarnos adelante. Para criar a seis hermanos, con poca diferencia de edad, en aquellos tiempos difíciles, toda la ayuda era poca.
Al nacer nuestras hermanas menores, nos llevaba a Severina, la mayor, y a mí a dormir  en casa de nuestra abuela, ya que entonces las normas eran muy estrictas. 
Después del nacimiento, conocíamos al nuevo hermano, siempre sobre la caliente trébede, tapado con una manta muy vistosa, hecha por mi abuela con trozos de tejidos de diferentes colores, que contrastaban con la cara sonrosada del recién nacido.
Un día, cuando mi tío Guillermo se separó de su mujer, la hija discapacitada que tuvieron apareció abandonada por su madre en el portal de mi abuela. Ante ese hecho consumado, mi tía se hizo cargo de la niña, a la que cuidó con cariño hasta el día de su muerte prematura.



Siendo ya adolescente acompañé a mis tíos en un viaje a Valladolid, para consultar la enfermedad de mi tío Guillermo con un especialista. Nos lo había recomendado un amigo de mi tío, que era policía armada y se llamaba Nicolás. La casualidad quiso que, cuando más tarde me casé, este señor fuera hermano de mi suegra Áurea.
Cuando entramos en la consulta, me sorprendió ver que el médico vestía uniforme militar, con dos gruesas estrellas de ocho puntas en la bocamanga, como teniente coronel. Desconocía entonces que también los médicos militares ascendían.
Hecha la consulta con malos resultados, al regresar al coche, íbamos por la calle Santiago. Por una acera, mi tío Guillermo y yo; y por la otra mi tía, tragándose las lágrimas, al escuchar del que sería mi tío Nicolás los detalles del diagnóstico.
Otro detalle de aquel viaje fue que, antes de llegar a Villalón, en la estrecha carretera y debido a que parte estaba ocupada por piedra picada, casi atropellamos a un ciclista. Menos mal que el taxista de Sahagún que nos llevaba, llamado Walfrido, pudo intuir con tiempo, gracias a sus reflejos y veteranía, la maniobra del ciclista, evitando el accidente.
Cuando faltó mi tío Guillermo dormía en el camastro a fin de cuidadar su labranza y yo la ayudé.
Posteriormente se casó con un buen labrador del pueblo, llamado Valentín. Llevaron la labranza varios años, se jubilaron y fueron a vivir a Palencia. Pasaban los veranos en el pueblo hasta que murieron.

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