Mi mujer Raquel está leyendo estos días el libro "Las rosas de piedra", de Julio Llamazares. En él se describen multitud de nuestros mejores templos, que constituyen un tesoro reconocido a nivel mundial.
Esto me ha estimulado para hacer aquí una pequeña mención a la catedral de Palencia que por méritos propios se ha ganado a pulso el título que encabeza este escrito.
Tiene muchos valores artísticos, especialmente
en su interior, con un coro con maderas primorosamente labradas, sus cruceros
superpuestos la dan un empaque especial y una colección de pinturas y tallas de
alto relieve.
Su patrono San Antolín concita una devoción especial en las gentes de esta comarca. Su vida e historia es muy conocida y comentada por el pueblo llano.
El día 2 de Septiembre fiesta de
este patrono se acude a Palencia para celebrarlo con el alborozo de las grandes celebraciones.
Las reliquias de San Antolín
fueron traídas desde Narbona nada menos que por el rey godo Wamba, el penúltimo
de la lista que nos enseñaban de carretilla en la escuela.
La puerta de Poniente en la
catedral es la principal pues tiene el tras coro a su frente. Aunque no lo
parece es la catedral que por sus dimensiones ocupa el tercer puesto de todas
las de España, después de las de Sevilla y Toledo.
La distribución de sus naves es la habitual, pues se cruzan entre ellas formando una cruz latina
orientada hacia el Este.
Por este y otros muchos detalles
que alarman al visitante se empieza a comprender porque la llaman La Bella
Desconocida.
A la Cripta de San Antolín es
tradicional bajar a beber el agua fresca que brota de un pozo situado en lo más
profundo de la cueva. Para atender en orden al mucho público que acude, el
personal encargado del culto la sirve en jarras o vasos.
Sobre esta cueva hay muchas leyendas, como la
que un buen día el rey Sancho de Navarra, persiguiendo un jabalí, entró en ella
y descubrió la imagen de San Antolín, lo que le lleva a mandar construir una
iglesia sobre ella.
En el museo catedralicio no
podían faltar dos tablas de Berruguete el gran pintor paredeño, y tapices,
custodias y otros objetos de gran valor, convenientemente bien guardados bajo
llave en las diferentes salas.
La catedral por fuera tiene un
modesto campanario que apenas emerge de las cercanas casas. Pero entre las
muchas campanas que alegran el entorno siempre ha tenido mucha tradición el sonido
de un campanín, que llaman “el cimbalillo” que ha sido durante muchos años el
salto y seña del comienzo de las emisiones radiofónicas palentinas.
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