sábado, 25 de abril de 2015

LLEGADA DE LA PRIMAVERA


sábado, 18 de abril de 2015

LOS INTERNADOS EN LOS AÑOS 70



 En el internado de Sahagún, por tener pocas alumnas, el ambiente era familiar, enseñándoles a comportarse correctamente aun en los menores detalles, tales como el comedor, donde también les estimulaban a comer de todo.
Otros padres coincidían con nosotros en la gran labor que hacían con las niñas inapetentes, como Avelina, lo que fue acaso la causa de llevarla pronto al internado.
Ya entonces empezaba a notarse el excesivo celo de los padres por la alimentación de sus hijos; y conscientes de ello, muchas familias acomodadas de Sahagún dejaban que sus hijas hicieran la comida del mediodía en compañía de la comunidad.

También les enseñaban a actuar en público, como salir los domingos a pedir para el culto en la misa mayor, recitar poesías y actuar en pequeñas obras de teatro, en una de las cuales actuó Avelina vestida de ángel, con lo que perdían el miedo e iban perfilando su carácter.
Prueba de ello fue que un año, el día del Corpus, una vecina muy ocurrente disfrazó a la niña de Virgen, poniéndola de cara al público en uno de los altares que se levantaban en cada barrio y por los que pasaba el sacerdote con el Santísimo. Nosotros temíamos que no fuera capaz de aguantar, pero supo permanecer inmóvil todo el tiempo que duró la posa, con la vista de todos fija en ella.


En el internado de las teresianas en León, donde Avelina hizo el bachiller, el ambiente era más sofisticado, pues esta Congregación aparentaba dar una enseñanza más corriente, pero trascendía, a poco que te fijaras, el afán de marcar su sello particular de buenas educadoras.
Una vez, en las reuniones de padres, un listillo de “capi” que tal vez fuera un desertor del arado, comentaba con los reunidos, con aire despectivo, la aridez de esta comarca y la incultura de sus habitantes, que se trasmitía a los hijos y que estimaba un obstáculo para la buena marcha del colegio.
Indignado por su descaro, le rebatí uno a uno sus planteamientos, acusándole de fatuo y egoísta, por querer la educación sólo para sus hijos, tal vez menos aplicados que los de los labradores.
La polémica subió de tono hasta que la directora zanjó la cuestión diplomáticamente.
Hablando con padres labradores, me dicen que la gente se va mentalizando sobre esta cuestión; pero en aquellos años, en que empezaba la masificación de la enseñanza, muchos de ellos tuvieron que aguantar, si no un caso tan llamativo como he contado, sí un comportamiento adverso larvado, como si te miraran por encima del hombro.


En el internado de los maristas de León, donde cursaron el bachillerato Hilario y Carlos el ambiente era un poco más abierto, lo que no impedía que no se les midiera a todos los alumnos por el mismo rasero.
En las reuniones de padres, que no servían para nada, no se abordaban los verdaderos problemas de la enseñanza. Cuando se debatía el tema de las expulsiones, motivadas por la mala conducta de algún alumno aislado, que nunca falta, como estaba establecido que antes de la expulsión se amonestara al alumno tres veces, la primera y segunda se hacía normalmente, pero la tercera y definitiva nunca llegaba, sobre todo si el infractor era hijo de una persona influyente.
Con este mal ejemplo, los buenos alumnos se sentían defraudados, por no ver castigados al envalentonado compañero que se hacía destacar por su mal comportamiento.
El primer día de curso era muy ajetreado. Los nuevos alumnos eran sometidos a una verdadera selectividad, con el natural nerviosismo de los padres, que a toda costa querían ver ingresados a sus hijos.
Los veteranos, como era mi caso, llevábamos muy mal que fuéramos cargados con los libros de texto anterior usados por Hilario, y que ya no sirvieran para Carlos. 
En la tienda para venta de los textos, que era una verdadera librería, se formaban verdaderos tumultos por los padres, que teníamos que comprar libros caros, muchos de ellos iguales a los que teníamos que traernos para casa.
 No sé si actualmente sigue el auténtico momio montado entre las editoriales y los colegios, para todos los cursos cambiar en los libros cuatro fotografías y poco más, con lo que lograban sangrar la cartera de los sufridos padres.
De los colegios mayores donde estudiaron Hilario y Carlos poco puedo decir, pues a los padres ya no nos avisaban más que para pagar el correspondiente recibo trimestral.
Cuando Raquel hizo el bachillerato en Sahagún se había generalizado mucho la enseñanza y había menos abusos.
Un domingo, en el instituto de Sahagún, en una reunión de padres, me impactó ver al señor director hacer las funciones del conserje, por disfrutar esté del descanso del fin de semana. 
Esta contraposición de derechos y obligaciones, nos es difícil de entender a los de mi tiempo, que pensamos que los avances sociales están bien, siempre que haya igualdad de condiciones. Del nocivo autoritarismo antiguo hemos pasado al no menos pernicioso abuso del inferior, que, como revancha, cree tener más derechos que su superior.

Raquel siguió sus estudios en León, también en el colegio de las teresianas que había cambiado poco con los años; y cuando ingresó en la universidad, estuvo en el Colegio Mayor de las Agustinas, junto a la Escuela de Magisterio.  
                   



En aquellos años 70 se iniciaba, con la mejora de la situación económica, un continuo ascenso en la cantidad de los jóvenes que estudiaban que hubiera sido muy beneficiosa si no se hubiera rebasado el orden natural de ella.


Como siempre nos ha gustado movernos en los extremos se pasó al desprestigio de la formación profesional que estaba implantada y apreciada en los pueblos cabecera de comarca. Como todo el mundo quería ir a la universidad empezaron a faltar alumnos y tuvieron que convertirse en centros de enseñanza media en los que se preparaban con las consiguientes pruebas para pasar a la universidad.
Con esta nueva tendencia se llenaron las universidades con la necesidad de aumentar el número de ellas masificando la enseñanza superior. Pasados unos años la salida de licenciados fue tal que la demanda de la administración del Estado y las empresas particulares no fueron capaces de absorberles.


Con este grave problema de paro de licenciados el Estado y los partidos políticos tratan de minimizarlo echándose la culpa unos a otros y no quieren darse cuenta que es un problema de cantidad que se ha logrado por culpa de todos.
Si en un recipiente que esta lleno de agua tratas de echar más esta se derrama buscando un espacio. Igual pasa con los licenciados, que al no tener cabida en España tienen que salir al extranjero y dejar allí el rendimiento de su trabajo joven, después de haber gastado el Estado ingentes cantidades de dinero para su formación.
Este grave problema nos tiene que hacer volver a la antigua situación en que la formación profesional se educaban muchos jóvenes que hoy ejercer las más distintas profesiones, y sin ningún desdoro, contribuyen a su 
bienestar y el progreso de la sociedad

miércoles, 8 de abril de 2015

MI PRIMER COCHE

  

Voy a hablaros de los años 60 cuando  nuestra situación económica se fue normalizando, y entre los labradores se llevaba comprar unas minimotos llamadas de Gucci-Hispania, un primer avance para dejar las sufridas bicicletas y hacer algún desplazamiento corto y visitar las tierras. A pesar de las continuas ofertas que me hizo un vendedor de motos en Sahagún, siempre me excusaba diciéndole que juzgaba mucho más práctico y necesario el coche que la moto y que cuando pudiera con desahogo me compraría un coche.
  


Al poco tiempo compré un Renault 4-L al que vulgarmente se le llamaba “cuatro latas” por su apariencia poco suntuosa, pero muy prácticos y resistentes para su uso en múltiples transportes.
  Si el coche en todos los estadios de la sociedad es un signo de prosperidad, en el mundo labrador se aumentaba por ser uno de los primeros que se vio por aquí, y cuando iba a arrendar o comprar alguna tierra le dejaba guardado en un callejón apartado si quería regatear en el trato, cosa muy difícil si veían el coche.
  Al ser una novedad, causaba admiración en convecinos y familiares, cuando les visitaba o les trasladaba en  algún viaje, y si soy sincero diré que me causaba más ilusión conducir mi utilitario que el actual Audi que tengo.
  Grandes fueron las prestaciones que este humilde coche me prestó, pues lo mismo servía para trasladar a toda la familia cómodamente instalada, como para escoger uva en las viñas, llevar simiente a las tierras, arreglar ruedas de aperos de labranza, ir al molino con cereales y muchas cosas más.
  ¡Qué placer y comodidad me producía poder llevar a mis tres hijos mayores, cuando empezaron a estudiar en León, así como maletas ropas y múltiples libros que les exigían en los internados!
  También en él hacíamos varias excursiones, como a Zamora, El Valle de los Caídos para visitar la tumba del padre de Raquel allí enterrado como víctima de la guerra civil. 


Con un día de duración también hicimos la ruta del Cares y la de los pantanos, visitando Riaño antes y después de ser anegado por las aguas.

  Si el uso del coche en las capitales, con su desmadrado aumento se pone más difícil cada día, en los pueblos por la galopante despoblación y falta de muchos servicios, se ha hecho casi imprescindible para cubrir múltiples necesidades, y cuando algún matrimonio viejo por carecer de carné de conducir o falta de facultades no puede disfrutar de su uso, aún a su pesar tiene que abandonar su pueblo y emigrar a la capital o pueblos grandes.


El uso correcto del coche ha sido siempre el exponente mejor que detalla la personalidad de cada persona.
Cuando te sientas frente al volante y compruebas que todo funciona según tu voluntad no puedes por menos de sentirte superior frente al peatón, y si ves que otro vehículo, especialmente si es de peor cilindrada, que te adelanta se siente como un menoscabo en tu amor propio, y tienes que contenerte para no seguirle y establecer esas competiciones de velocidad, que casi siempre tienen un desenlace funesto.
Muchos y muy variados son los factores que inciden en que se pierda la concentración frente al volante.

Unos pueden ser los paisajes que a veces son tan llamativos que no renuncias a verlos.
En mi caso te entretiene el ver a los diferentes tractores de conocidos labrando las muchas parcelas ubicadas a lo largo de la ruta.
Pero, según estudios realizados, el teléfono móvil se ha convertido en el aparato más nocivo si se utiliza durante la conducción. 
En apoyo de esto días pasados oí por la radio al director general de tráfico lamentarse que cuantas más aplicaciones se iban incorporando a estos aparatos más accidentes había por esta causa.
Es tal el vicio que muchos van cogiendo con este artilugio, que algunos confiesan no poder ya vivir sin él. Cada vez es más frecuente ver a conductores con una mano en el volante y la otra en la oreja.


Esperemos que esta mala costumbre vaya disminuyendo con el paso del tiempo, igual que pasó con el uso del cinturón de seguridad, que tuvo unos comienzos muy críticos. Mas cuando se comprobó que su buen uso salvaba muchas vidas, fue aceptado por la mayoría de la gente.
A pesar de mis muchos años todavía disfruto del carné de conducir actualizado todos los años y avalado por los quince puntos que pocas veces he mermado. Pero como el tráfico en las capitales de provincia se pone cada vez peor, nuestra hija más próxima Raquel nos lleva a ellas, reservándome el uso del carné para acceder a los pueblos cabecera de comarca en un radio de menos de cincuenta kilómetros, para poder abastecernos de los comestibles que en estos pueblos tan pequeños no se encuentran.

Si con el paso de los años estimo que soy un peligro para circular por carretera restringiré el uso del coche. Aprovechando la buena red de caminos de la concentración usaré el coche para hacer alguna escapada por el campo con mi mujer, para disfrutar de lo que siempre hicimos a lo largo de la vida, y recordar nuestras tierras que labradas diligentemente, nos proporcionaron recursos para elevar el nivel de vida de nuestros hijos, que es la aspiración natural de todos los padres.