sábado, 27 de junio de 2015

LA MILI



Aproximadamente un año después de entrar en quinta te llamaban para cumplir el servicio militar. Con antelación se celebraba un sorteo para designar a los que iban a África. 
Tuve suerte y me tocó a España, no así a un quinto compañero del pueblo que fue a África. Acompañado por este fuimos a presenciar el sorteo a la caja de reclutas de Palencia y nos pudimos dar cuenta en el tren de los muchos reclutas que entonces salían de Paredes, que eran más que los de Palencia, y apoyados en su mayoría se hacían destacar por sus gamberradas tanto en el tren como en Palencia.

El sorteo se efectuaba con el bombo y las bolas en orden alfabético con los nombres de cada uno. Nosotros comprobamos nuestros nombres en las listas y dimos vueltas al bombo con las bolas como otros muchos invitados por la mesa. Se sacaba sólo un número que hacía de primero para África y a continuación seguían los demás hasta completar el cupo.
Mis queridos padres, para que me dieran un buen destino, buscaron amistades por todas partes y en esta ocasión la de un brigada hijo del pueblo, que estaba en la caja de reclutas de Palencia. No sé si con su recomendación o sin ella me mandaron a un grupo de Intendencia en Burgos.
El día de la marcha me entretuve con este brigada y otro conocido del pueblo y cuando llegamos a la estación ya había arrancado el tren de nuestra expedición. Tuve que coger un tren de viajeros hasta Venta de Baños donde, según el brigada tenían previsto darnos la cena. Incorporado a mi expedición, ya de noche, nos metieron en un vagón en los que se transportaba el ganado, que si abrías la puerta te congelabas y si la cerrabas te asfixiabas en la más completa oscuridad.
De esta guisa llegamos a Burgos, cargados con las maletas entramos en formación en el patio del cuartel, desde donde se nos distribuyó a las compañías donde dormimos la primer noche de mili.
A la mañana siguiente pasamos uno a uno por vestuario y nos dieron un montón de ropa militar sin tener en cuenta tallas o medidas. El espectáculo que dábamos en la compañía era digno de verse: a los más altos les habían dado unos pantalones que no les llegaban a las rodillas y a los bajos otros que les arrastraban. Se imponía por tanto el intercambio con el que después de muchas pruebas y arreglos de algún mañoso, quedamos todos regularmente vestidos.
Pasados tres días nos llevaron a Miranda de Ebro para aprender la instrucción en un campamento que había sido campo de concentración de prisioneros durante la guerra.
De los tres meses que pasé en Miranda tengo muy buenos recuerdos, pues la gente es muy abierta y hospitalaria, donde los militares éramos apreciados, quizá debido a nuestra corta estancia.

Miranda es un importante centro de población situado estratégicamente junto al Ebro. Es nudo de líneas ferroviarias pues de él parten los enlaces de todo el Noreste de España con la frontera francesa, Barcelona y Zaragoza y los que van a Vitoria y Bilbao.
Nuestro campamento estaba junto al Ebro y como los servicios sanitarios no estaban lo bien que pudieran desearse, y como normalmente hacía buen tiempo nos dejaban salir al río para asearnos. Afeitarte con el espejo apoyado en una roca a la espléndida luz del sol primaveral y darte un buen chapuzón de medio cuerpo, sin las trabas de un cuarto de baño, era para mi un placer disfrutar de las cristalinas aguas del río. También intenté aprender a nadar con la ayuda de unos amigos de la parte de Saldaña y casi lo logré, pues sólo con el apoyo de un dedo lograba mantenerme a flote, pero como el miedo es libre, no tuve suficiente valor de lanzarme en aguas profundas en las que, según la opinión de mis amigos, lo hubiera conseguido.


En los descansos que hacíamos en la instrucción se acercaban muchas mujeres de clase baja que tenían en nosotros un apoyo de subsistencia, vendiéndonos unos bocadillos de cocina muy bien preparados, limpios y variados con los que reponíamos fuerzas a media mañana.
Por las tardes, que eran libres, también se podía merendar bien en los muchos bares que había. Recuerdo uno particularmente en el que servían unas grandes y muy bien cocinadas raciones de callos a la marinera que quitaban el hipo. Regado todo esto con el vino de la Rioja cercana y amenizado con la juvenil canción de algún recluta aficionado, nos hacía pasar la tarde agradablemente y volvíamos al campamento sin acordarnos del rancho de la cena.  
Como coincidió esto en el mes de Mayo, una tarde al pasar por la puerta de una iglesia se percibían que estaban cantando el ejercicio de las flores. Picados por la curiosidad entramos y como la iglesia estaba llena nos quedamos atrás de pie. Mas cual no sería nuestra sorpresa, que cuando se apercibieron de nuestra presencia varios asistentes, muy amablemente, nos buscaron asientos en los bancos que ellos ocupaban.
Este detalle, os confieso sinceramente, me conmovió pues esto que puede parecer no tener importancia para un recluta con uniforme lejos de su entorno y con la impresión de haber perdido el contacto con el mundo paisano, me hizo volver a la realidad de la vida. Asistimos varias veces a las flores en esta iglesia, tanto por lo bien engalanada que estaba y el buen coro de cantores, como por la inmejorable acogida de la gente con los militares.
Extraño puede parecer este comportamiento a algunos de unos reclutas recién incorporados y la única explicación que puedo darles es que estos grupos de reclutas que se formaban al principio de la mili tenían un fuerte comportamiento gregario y donde iba uno íbamos todos, hasta que con el paso de los días se seleccionaba a los amigos y sus costumbres.
Lo mismo íbamos a las flores que otras tardes a las verbenas, cafés cantantes y a la única casa de “niñas”oficial que había en Miranda, situada a las afueras en una especie de chalé donde había mucha limpieza e inspeccionado el personal  semanalmente por las autoridades sanitarias.
Las prácticas de tiro las hacíamos en un lugar donde se celebraban verbenas populares, un valle paradisíaco rodeado de pequeñas montañas cubierta de exuberante vegetación, cuyo fondo muy cuidado estaba tamizado por abundante hierba. Este lugar tan hermoso para un habitante de la meseta como yo me parecía profanarle con las prácticas de tiro que si las autoridades lo permitían era por ser un lugar idóneo para ello ya que poniendo las dianas sobre la pared rocosa se evitaba cualquier peligro.
Lo pasábamos muy bien los que no teníamos problemas para disparar, no así los nerviosos que no se atrevían y para hacerles perder el miedo les daban balas de fogueo para que se entrenaran. En este aspecto no tenía dificultad ya que el primer cargador que disparé de las cinco balas metí tres en la misma diana, figurando desde entonces en mi cartilla militar como tirador de primera.

Una vez fuimos de excursión a un pueblecito de la Rioja alavesa rodeado de unas excelentes y bien cuidadas viñas de las que lograban un vino tan excelente que muchos aficionados a la bebida les hizo coger una media curda.
Como despedida de los tres meses de instrucción, convertidos en perfectos soldados, desfilamos en formación de nueve en fondo por la principal calle de Miranda. Fue un acto muy emotivo en su parte positiva recibiendo los grandes aplausos de despedida que nos prodigaban mucha gente congregada en la calle, en lo negativo ver llorando a las pobres mujeres las que con nuestra partida se las terminaba la fuente de ingresos vendiéndonos bocadillos.


             
                                              EN BURGOS...





Con nuestra llegada cambió diametralmente el panorama en lo que respecta el aprecio del militar, ya que la gente estaba harta de su presencia masiva en las calles a las horas de paseo. Este comportamiento puede considerarse casi normal en una ciudad, que como Capitanía general, se concentraban casi todos los cuerpos del ejército con su secuela de veteranos, muy caras y prepotentes que con su comportamiento machista eran el terror de las chicas.
Recuerdo la primera guardia que hice en la puerta principal de la agrupación de intendencia donde pasé la mili. Mi aspecto no debía de ser muy aguerrido con el casco en el cogote porque me molestaba, la guerrera mal ajustada por la falta de uso y un sin fin de detalles que denotaban la poca experiencia del nuevo centinela.
Luego comprendí que aquello no iba conmigo pues estar toda la noche levantándote a intervalos para ocupar los puestos de guardia me era más molesto que estar sin dormir acarreando en el pueblo.
Un paisano veterano me propuso entrar en la oficina de la compañía con la aprobación del brigada jefe. 



Como no sabía escribir a máquina, empecé extractando los oficios en los libros de salidas y archivando los duplicados. Con esto ya me libré de prestar servicio, he hice los primeros pinitos escribiendo a máquina los rutinarios oficios que siempre dicen lo mismo y te cansan enseguida. 
Para uno como yo acostumbrado a los espacios abiertos del campo, las cuatro paredes de la oficina se me venían encima y opté por otro destino.
Al licenciarse un chico que estaba en el almacén de víveres del economato dependiente de la misma oficina antes citada, pedí al brigada que me pusiera en su lugar. De la noche a la mañana me vi convertido en dependiente de ultramarinos, peleando con las mujeres de los sargentos, que en aquellos tiempos de escasez, trataban siempre de lucrarse agrandando el vale del racionamiento que les daba aquel economato.



Como en la mili el que no roba es tonto, estas buenas señoras siempre iban provistas de esas botellas de anís del mono que seleccionaban muy bien para que todas hicieran más del litro. Nosotros mediamos el aceite con una bomba aspirante de vaso y aunque la llenaras a tope nunca se llenaban las dichosas botellas y ya podías discutir con ellas lo que quisieras, que siempre acababas dándolas un chorretón a mayores. Con el peso del arroz, azúcar, harina, café y otros alimentos que venían a granel, nos pasaba casi igual, nuestro jefe el brigada nos decía que teníamos que ser duros con ellas, pero cuando teníamos muchos clientes bajaba él para ayudarnos y tampoco era capaz de imponerse y le pasaba igual que a nosotros.
Hasta que no te ves tras un mostrador despachando a los clientes, no te das cuenta lo difícil que es contentar a todos, desde entonces admiro a los buenos comerciantes que derrochando amabilidad y fino tacto son capaces de atraer a la clientela.
Para que los vales de salida cuadraran con los de entrada teníamos que enjugar el desfase con lo que quitábamos en los vales del suministro a la cocina de la tropa, para lo cual el mismo brigada nos daba instrucciones para hacerlo. En la medida del aceite no debíamos de subir el émbolo hasta el tope y en la báscula de pesar al por mayor nos sacaba un apoyo en la palanca inferior de manera que si marcaba cien kilos no llevaban más de ochenta.
Esta maldita cadena de robos era consustancial en todos los estamentos militares y era progresiva cuanto más alto fuera el nivel del funcionario con quien trataras. Cuando nosotros íbamos a reponer suministro al depósito central de intendencia, a pesar de la advertencia del jefe que iba con nosotros para que estuviésemos atentos, siempre nos la mangaban con las más diversas tretas.
Como anécdota os contaré que suministrando cebada para los mulos del cuartel, para llenar los sacos teníamos que previamente picar la cebada con una horca para que cayera de lo alto de un muro que se hacía la cebada al hincharse con la mucha agua que la echaban.
Extrañado por aquel estado de la cebada, comenté con los compañeros:
- Esto parece el muro de las lamentaciones.- 
Alertado por las risas de todos, acudió un sargento que muy serio me dice:
- Usted no sabe nada de cebada pues está tan seca como se produce.-
Si esto se lo hubiera dicho algún chico de ciudad ignorante de estas cosas podría pasar por verídico, pero que se lo diga a uno que le salieron los dientes atropando espigas de cebada y durmiendo alguna vez sobre su grano seco, tiene bemoles. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no contestarle pues hubiera faltado a la disciplina militar, que siempre había que aceptar aunque fuese a regañadientes.
Otro aspecto de la corrupción y peloteo lo demostraba que a los encargados del economato nos daban de comer gratis en una residencia de suboficiales de todo Burgos que había en el cuartel, sólo por que les diéramos los suministros con largueza, aunque fuera a costa del pobre soldado que es quién siempre acaba pagando los platos rotos.
Como estas labores de sisa requerían un cierto entrenamiento, al brigada no le hablaras de permisos y para lograr alguno, especialmente durante la siega, mis padres mandaban regalos para conseguirlo.
En vista de que estos regalos eran agradecidos pero inútiles, pues cuando llegaban aquí resultaban incomestibles, determiné dejar este buen puesto y pasar a asistente de comandante del grupo que para que no le faltara asistencia tenía a dos soldados con este fin que se alternaban los permisos cada mes, con lo que pasé a estar un mes en casa y otro en la mili.
Además de esta ventaja, que para mis padres era fundamental, pasé a disfrutar de una amplia libertad de entrar y salir del cuartel a cualquier hora, con la excusa de las hipotéticas llamadas del jefe. Llevarle la leche por la mañana y el pan al mediodía eran las obligaciones principales que tenía diariamente y cada mes el suministro del economato.
Mención especial merece contaros que el recipiente donde llevaba la leche era una especie de herbidera de aluminio con tapa, que para facilitar su traslado la habían puesto un asa de cuerda. Este cacharro, por su rareza, era muy conocido en el cuartel hasta por los oficiales de guardia, circunstancia que yo aprovechaba para salir y como casi siempre iba vacía, la guardaba entre las abundantes junqueras que crecían en el río Arlanzón que pasa junto al cuartel.
Con esta treta tenía libre toda la tarde-noche para disfrutar de mi afición al cine y como en algunos daban programas triples, asistía a ellos con un buen bocadillo para resistir impávido las tres proyecciones seguidas. 
Todavía recuerdo una que se titulaba : “Miss Cristina Guzmán  profesora de idiomas”que me impactó por relatar las peripecias pasadas por una pobre maestra que se ganaba la vida dando clases de idiomas a domicilio.
El vestir de paisano un militar en Burgos era todo un privilegio, al librarte de las abundantes vigilancias militares que llenaban las calles y espectáculos.
Quiero contaros algo del comandante Ángel Lázaro Guilarte y su familia, del que fui asistente hasta que me licencié. A pesar de su carácter reservado propio de los militares, denotaba una gran cultura y exquisitos modales por lo que se podía deducir que sus ascensos se debían más a los estudios en la academia militar, que a los méritos del escalafón por los años de servicio a los que comúnmente se les llamaba “chusqueros”. Vestía siempre el impecable uniforme militar con botas de medía caña y compensaba su corta estatura con un estiramiento de cuello y espalda que parecía agrandarle, especialmente cuando ejercía de jefe de día.
Como sabe todo aquel que haya estado en la mili, en todo cuartel con mucho personal rebajado de servicio, no se ve junta a la gente más que a la hora de comer, que es cuando más se esmeran en la cocina, por tener que llevar reglamentariamente la prueba del menú al coronel y al jefe de día.
Cuando ejercía como tal, mi comandante entraba en el comedor con aire marcial, con el sable sobre el hombro contestando militarmente a sus subordinados. Ahuecaba la voz de tal manera que no sé de donde podía sacarla, y su fuerte sonido me parecía extraño cuando lo comparaba con el suave murmullo que usaba familiarmente no oyéndole ni el cuello de su camisa.
Estaba casado con una señora de aspecto afable y bondadoso y tenían dos hijas, una de dieciocho años que ya empezaba a “bobear” con los oficialillos de la academia y la pequeña de trece, muy inquieta y vivaracha, que se interesaba en aprender las costumbres de mi pueblo que yo le contaba.
Para atender esta corta familia tenían a dos criadas, una de siempre que hacía de ama de llaves y cocinera y otra, podríamos llamar accidental, contratada como obra de caridad por la señora para que pudiera estar cerca de su marido.
Gran respeto y admiración me producían estas pobres mujeres, que en gran número dejaban a su pueblo y familia por hacer más llevadera la prisión de sus maridos presos en el tristemente conocido penal de Burgos. Mucha gente pasó por él después de la guerra pues casi su única función era retener a los presos políticos, que aunque la mayoría no tenían delitos de sangre, sufrían este castigo por tener ideas contrarias a la dictadura. Estas abnegadas mujeres, muchas de ellas de clase media, no las importaba entrar a servir en cualquier casa, con tal de poder visitar semanalmente a sus maridos y poder llevarles algo de comer estrictamente vigilado y a veces interceptado por la rigurosa vigilancia.
Esta criada de refuerzo me libraba de muchas obligaciones, que según dicen, eran obligación del asistente. Entre ellas limpiar las botas del comandante, cosa que nunca hice y alguna vez la criada me decía: - Mira que nunca limpias las botas del jefe
   - ¿ Cómo voy a hacerlo, la contestaba si cuando vengo las tienes más limpias que los chorros del oro? – Y la decía: - Si alguna vez te empeñas en que lo haga no respondo del resultado :-
¿ No comprendes que teniendo cinco hermanas en el pueblo no he tenido nunca en mi mano un cepillo? .
  •    Con estas amables reflexiones me ganaba su afecto y como buena andaluza la gustaba quejarse, pero la faltaba tiempo para ayudarme en todo. Cierto día que el jardinero de la barriada había podado las cuatro acacias que había en el jardín de la casa, me puse a recoger la leña y partirla en trozos pequeños con un hacha. No sé si por recordar faenas del pueblo o por que estaba de buen humor, me puse a canturrear canciones y entre ellas la misa de Ángelis.
        Como estaba cerca de una ventana, me escucharon la mujer e hijas del jefe, y un poco sorprendidas de que un soldado corriente supiera cantar la misa y me invitaron a que pasara dentro para oírme mejor. Desde aquel día muchas mañanas me dedicaba un rato a enseñar a cantar a las hijas, con el beneplácito de su madre, el variado repertorio de canciones populares.
       Como prueba del trato casi familiar que esta familia me dispensó, os diré que cuando venía el otro asistente del permiso pronto, iba a pedir el mío. Aprovechaba que estuviesen reunidas en el salón la familia y si el jefe ponía alguna pega, su esposa siempre me apoyaba. Cuando él decía que me hicieran en el cuartel el escrito para firmarlo, echaba mano al bolso y le sacaba el permiso que ya había preparado poniéndoselo a la firma, disculpándome por no darme tiempo a coger el tren.
       El primer día que lo hice se me quedó mirando con una sonrisa benevolente como diciendo:- Mira que tiene cara, venir a pedirme permiso y traer ya el pase en el bolso.
      Con la apreciada firma salía disparado al tren y tan malas eran las combinaciones que me costaba una noche entera de peripecias para llegar a casa de madrugada.
       También debo recordar al comandante Molaguero, natural de Moratinos, muy apreciado en Burgos por su carácter sencillo y campechano, que tanto a mí como a los conocidos de estos pueblos procuró siempre ayudarnos cuanto podía. Recuerdo la pequeña terraza de su casa atestada de maletas que le llevábamos al empezar la mili y que recogíamos al licenciarnos. No daba nunca importancia a las muchas molestias que dábamos a su familia y siempre tenía la puerta abierta a todos sus paisanos que agradecidos siempre teníamos con él algún detalle.
       Como había ascendido desde sargento, sabía al dedillo todos los trucos y misterios de la cocina y rancho, por lo que cuando se incorporaban los nuevos reclutas durante los tres meses de instrucción, que era muy fuerte por tratarse del cuerpo de caballería, el coronel del cuartel donde servía le nombraba, fuera de turno, capitán de cocina por lo bien que daba de comer a los soldados, con el mismo dinero que otros colegas suyos no tan duchos en estas materias.

       
                Los recuerdos de la mili
                fueron tema muy manido.
                Si se trata con mesura
                puede ser entretenido.
               
                En Burgos hice la mili
                y en Miranda la instrucción
                pues Burgos fue capital
               de la séptima región

               Parece tiempo perdido
               lo que en ella nos pasamos
               pero muchos soñadores
               con nostalgia recordamos.

              Por aquí, antes de la mili
              casi nadie se casaba
              en cambio después de ella
              esposa pronto se hallaba.

               Muchos mozos de estos pueblos
               que de aquí nunca salieron
               aprovechando la mili
               muchas cosas aprendieron.

               De tanto les sirvió a muchos
               que al pueblo ya no vinieron
               asentando allá sus vidas
               a la capital se fueron.

               Que con la nueva reforma
               en profesión convertida
               sea útil para unos pocos
               y a todos bien nos sirva.



domingo, 21 de junio de 2015

MI PRIMA RUFINA




  No podría precisar desde cuando conozco a Rufina, hija de mi tío Francisco, hermano de mi padre, pues desde que yo recuerdo siempre la asocio con mi abuela Patricia con la que pasó la niñez y parte de su adolescencia.
  El recuerdo que tengo de mi tío Francisco, cuando venía los domingos a ver a su madre e hija es la de un hombre bueno y sincero sin ambages ni postizos que viendo la soledad de su madre no dudo en traer de Sahagún donde vivía a su hija, para que primero la acompañara y después la asistiera.
  Esta costumbre de traer los chiguitos de los pueblos grandes a la escuela de los más pequeños, no era nueva pues duraba desde los buenos tiempos de Don Marcelo. 
A mi modo de ver se debía a que los varios padres que estaban casados en Sahagún estimaban que la formación de sus hijos era más completa en el pueblo, donde acudir a la escuela, más que obligación era como un aliciente muy necesario y útil en la vida del pueblo.
  No dejaba de ser también instructivo el contacto con el señor cura en la catequesis, donde además del catecismo se aprendían otras cosas útiles para la vida.
  Ocioso es decir que Rufina era, tanto para mis hermanas como para mi, como una hermana más, pues con ella compartimos además de escuela y catequesis los juegos y diversiones propios de nuestra edad, así como los trabajos y obligaciones que desde muy pequeños impone la rígida costumbre rural.
  Con ella compartimos también la buena enseñanza de Don Paco y demás maestros y sufrimos la desastrosa de Don Leovigildo, así como las manías de Don Ángel.
  Acaso Rufina aprendiera  a comportarse más formalmente que nosotros pues la generación de nuestra abuela era un tanto rígida, que la de nuestros padres, pero no la impidió participar con nosotros en alguna fechoría que maquinábamos juntos.
  Desde muy chica la vi hacer las labores de la casa, especialmente las que mi abuela por la edad no podía hacer y en los últimos años aprendió los muchos secretos de cocina que mi abuela usaba.

 
También recuerdo su presencia en todas las celebraciones conjuntas familiares, como la picatuesta, fiestas patronales y “antruidos” o carnavales, en el que la repostería tradicional eran las “orejuelas”. 
Esta tradición debía ser tan antigua como su mismo nombre “antruidos” que mi abuela Patricia nunca se la olvidaban, enseñando a sus hijas y nietas la receta para hacer excelentes orejuelas. Este dulce se hacía mezclando harina, huevo y una copita de aguardiente y la pasta resultante, después de dejarla reposar una hora, se extendía lo más fino posible y al freírla en la sartén, con una aguja se las daba la forma de oreja, rociándolas finalmente con miel o azúcar, al gusto de cada uno.
  Cumplida muy bien su misión, cuando mi abuela vino a vivir con nosotros, se reunió con su familia, empezando a usar los conocimientos adquiridos tanto con su familia, como con sus convecinos de la calle la estación que no dudaban en acudir a ella para que les hiciera instancias, reclamaciones y cualquier asunto que ella gratuitamente y encantada les hacía.
  No la faltaron pretendientes de Sahagún, pero se casó con un buen chico del pueblo cercano a Sahagún llamado Villamol. 


Por tener en su pueblo este chico de nombre Balbino una buena cuadra de ganado vacuno, entendía mucho de ello y facilidad en el trato, lo que a mi me faltaba, por no tener nunca en casa de mi padre vacas, siendo estas muy diferentes a las mulas con las que estaba más impuesto.
  Como nuestra amistad con esta familia fue siempre y sigue siendo muy buena, al surgir esta necesidad me acompañó a la feria de León y con su buen consejo compramos unas  vacas, que me dieron buen resultado.
  Al ir juntando bastante tierra de labranza y no poder ayudar a Raquel en cuidar todo este ganado, pasados unos años las vendimos.
  Como los años no pasan en balde y nos estamos haciendo viejos, Balbino ha tenido dos achaques de los que desgraciadamente murió. Rufina está con sus tres hijos a temporadas y para matar   la nostalgia pasa también su turno en Sahagún.
  Este pobre poema hecho con más buena intención que acierto, sirva como prueba de nuestro aprecio.

    Tío Francisco de Sahagún                        Sus hermanos confundían
    a San Nicolás traía                                      sin tener mala intención
    a su hija de pequeña                                   los toques de las campanas
    que se llamaba Rufina                                 de la iglesia y la estación

     Prima carnal nuestra era                            Hecha ya una adolescente
     y nuestros años contaba                             con su familia volvió
     como niños todos juntos                             con lo que aprendió en el pueblo
     a nuestro lado jugaba                                  en su calle destacó

     Como los niños del pueblo,                         Con un buen chico de pueblo
     a la escuela también iba                              en Villamol se casó   
     y como era aplicada                                     y como madre ejemplar
     sus deberes siempre hacía                          sus tres hijos bien crió

      Presta a la iglesia acudía                            Que nuestra amistad perdure
      al toque de la campana                               tan sincera y consecuente
      y el catecismo aprendía                               y venciendo los achaques
      como muy buena cristiana                           nuestra vejez nos respete.


sábado, 13 de junio de 2015

LA BUENA INTENCIÓN DE EXTENSIÓN AGRARIA




Cuando esta agencia auspiciada por el gobierno estaba en todo su auge empeñada en el desarrollo de estos pueblos, hace ya bastantes años, estuvo aquí su director, ingeniero agrónomo, hombre muy voluntarioso y emprendedor que quería sacar el máximo provecho de lo que aquí teníamos.
Intrigado por los trozos de cristal que había puesto en las tapias del corral que tengo frente a mi casa, y que para el era una novedad, le invité a pasar y quedó impresionado de lo grande que era y lo poco aprovechado que estaba.
Con la mejor intención, su mente de ingeniero comenzó a diseñar lo que podría ser una completa explotación ganadera, haciendo incluso los planos que creía más conveniente para lograrlo.
Como el castellano se ha caracterizado siempre por su carácter reservado para las innovaciones drásticas, opté por un camino intermedio aceptando parte de sus consejos que me parecieron más viables para optar a resultados prácticos.

Uno de sus consejos que me pareció muy avanzado, era que me hiciera socio de una cooperativa cuyo centro estaba en Terradillos, que pretendía estabular permanentemente el ganado lanar que teníamos, afirmando que era más rentable económicamente por eliminar el sueldo del pastor. 
Esta teoría fracasó en muchos sitios, pues la oveja necesita salir al campo por su genética y metabolismo, y a la vez aprovechar los pastos y rastrojeras, que sin su única intervención se perderían, compensando con creces el sueldo del pastor.

El ganado de cerda, entonces como ahora, tenía el mayor inconveniente en  la brutal oscilación de los precios. Debido a la gran reproducción de esta especie, cuando los precios estaban altos, todo el mundo dejaba cerdas madres y al aumentar el censo, los precios se hacían antieconómicos. 
Varias veces comenté con el ingeniero este problema esencial y le proponía que si me aseguraba un precio normal estable, incluso aceptando un cupo de producción obligatoria, estaba dispuesto a renunciar a cualquier ayuda que me diera el estado.
Como sabía que esto era una utopía, aprovechando el amplio corral que disponía, en uno de sus laterales hice unas cochiqueras para instalar unas cuantas cerdas madres que en poco tiempo nos proporcionaron lechones, que cebados al principio con piensos compuestos y luego con los cereales producidos en casa, pronto estaban de salida para el mercado.
Su atención como toda clase de ganado comporta unos cuidados, especialmente cuando paren las hembras, a las que hay que vigilar la noche antes de cumplir su gestación. 

Recuerdo alguna que pasé escuchando la radio, cuando estaba empezando su carrera la célebre locutora Encarna, que me hacía más llevadera la vigilia con su programa Encarna de noche. 
Cuando el parto era inminente avisaba a mi mujer que, con su gran afición a los animales, a veces lograba sacar adelante camadas de catorce crías. Como algunas madres no tenían más que doce mamas, había que repartir los lechones en dos turnos de lactancia, que solo con mucha paciencia y sacrificio se lograba sacar a todos adelante.

Para la venta de los cebados me tocó pasar varias peripecias. Con ocasión de haberse declarado la peste porcina africana, el veterinario no me daba guías para su traslado y como los cerdos estaban ya con su peso de salida tuve que contratar un camión y llevarles por mi cuenta y riesgo al matadero industrial de Campofrío en Burgos donde pasé dos días de perros para poder colocarlos.
A pesar de todos estos trabajos y contratiempos lo aceptábamos gustosos como una pequeña ayuda más para pagar los estudios incipientes de nuestros hijos. 
Animados por Extensión Agraria compramos ocho vacas ratinas, y como no había empresas de recogida de leche las dedicábamos como vacas nodrizas para  criar terneros que vendíamos en León y comprábamos otros pequeños para sustituirles.

Para proveer la alimentación de estos animales sembraba como forrajes alfalfa, vezas y esparceta. Cuando las lluvias no acompañaban tenía que comprarlo en las zonas de regadío de Sahagún o Saldaña.
Acaso el inconveniente mayor que tenía este método de crianza de terneros era su adaptación a la leche natural, ya que muchos de ellos eran de vacas pintas o sea lecheras, y no les ponían a mamar sino que les daban leches artificiales.
El cambio a la leche natural de vaca les costaba unos días de adaptación y medicamentos. En cuanto a la adaptación de las madres a las nuevas crías, en general había pocos problemas y tomaban la querencia en pocos días.
Un condiscípulo del Seminario que se llamaba Sabiñano Orejas, de Villamuñío, dejó la carrera del Seminario y siguió la de veterinario estando de titular en Villazanzo

Como por aquí no había todavía mucho ganado vacuno, eran pocos los pueblos que contaban con semental, y para mayor comodidad mi amigo Sabiñano fue el primero que comenzó a implantar la inseminación artificial en esta zona. Casi todos los días venía a recoger personalmente el semen congelado que le mandaban de la facultad de León por tren a Sahagún y tan pronto le avisaba, le faltaba tiempo para venir a inseminar la vaca que estuviera en celo.
Mantuve buena amistad con él, pues era un chico muy tratable que había salido de abajo en un pueblo no muy boyante económicamente en aquella época. 
Desgraciadamente acertó en su diagnóstico, pues cuando comentabamos nuestros achaques, siempre me decía que lo que peor tenía era la “remolacha” refiriéndose al corazón, de lo que murió a los pocos años dejando implantada su nueva técnica.
Para asesorarme en la compra de las vacas me ayudó mucho mi primo  Balbino un chico de Villamol, casado en Sahagún con mi prima Rufina, de la que hablaré en el próximo capítulo. 
      

                                 

viernes, 5 de junio de 2015

LA SIEGA

Esta faena tal como se realizaba hace noventa años, para mí era el trabajo más duro de todas las faenas agrícolas.
    Quiero explicaros con la amplia transmisión oral que mi madre, experta segadora, me contó muchas veces. 


Empezaré por la hoz, herramienta antiquísima que se ha encontrado en excavaciones prehistóricas hecha con silex, mineral muy duro y con casi la forma actual. 


A nuestros días ha llegado hecha de hierro de forma curva, con dientes o de filo por la parte cóncava afianzada con un mango de madera, que el buen segador debe imprimirla dos movimientos muy peculiares. 
El primero, introduciéndola entre las espigas con un movimiento envolvente sirve para juntar a estas y cogerlas mejor con la mano libre. Una vez sujetas por esta, se baja la hoz para que sea más fácil cortarlas con un rápido tirón.
    

Normalmente el “mayoral”o jefe de la cuadrilla, se ponía delante y haciendo tres veces el movimiento antes descrito, llevaba “una calle” de un metro aproximado de anchura, que iba avanzando seguido por los demás miembros de la cuadrilla.
     
 
Los segadores que trabajaban en estas tierras, procedían de la zona de Santa Maria del Páramo y todos los pueblos del páramo hasta Galicia de la que también venían muchas cuadrillas. Los parameses más cuidadosos dejaban mejor rastrojo que los gallegos más barullas, pues cuando el trigo estaba bajo para aguantar más abusaban del “chancazo”que era cortar de un mandoble con la hoz las espigas sin recogerlas y si el amo no se fijaba bien no advertía la jugarreta.
     Villada, por ser una zona céntrica, era el mercado donde se contrataban a los segadores, que dormían en los soportales de su plaza mientras encontraban tajo.
     Casi siempre las cuadrillas las componían los miembros de una misma familia y en número no superior a seis segadores y el “motril”, un chavalillo que ayudado por un burro llevaba el agua y la comida.
      El compromiso oral se hacía por hectáreas segadas que además del dinero acordado, el amo tenía que darles las ollas estipuladas por lo segado, además de dos panes grandes. 

Esta estaba formada de un cocido de almortas, que aquí se llamaban “muelas”, con el correspondiente tocino y “tasajo” o “petenera”, que era carne de vaca algo salada y secada al sol procedente de la Argentina, gran exportadora de carne, producida en las inmensas praderas de sus Pampas. 


Como en aquella época no se había inventado el frigorífico, tenían que exportarlo a todo el mundo en grandes bloques prensados y a pesar de los lentos transportes llegaba en buenas condiciones y después de remojada se convertía en una carne bastante aceptable por lo que se consumía mucho por esta zona.
     Todos estos alimentos se condimentaban con cebolla y otras especies y como la cebolla era más barata que el tocino, abundaba lo primero y escaseaba lo segundo. Se hizo célebre una queja que hizo un motril en lengua medio gallega:- "Dijo mío mayorale que no echara tanta tiriforfolla en la folla que no fonta el pan."
     Como véis no faltaban quejas por la comida y también divergencias por lo que tenían de cabida en las tierras segadas, por los que los mayorales de cada cuadrilla venían provistos de una vara de madera que tenía una longitud de 3,33 metros que se llamaba estadal con el que, en compañía del amo de la finca, medían esta a estadales recorriéndola en sus lados esenciales para determinar su cabida.
    El motril era el único contacto que tenían con el pueblo pues desde que empezaba la siega dormían siempre en el campo cerca del corte en una gran morena que preparaban sirviéndoles de cama. Para todo cuanto necesitaran, especialmente para llevarles la olla caliente todos los días, tenían al motril y esta ración de alimentos la repartían para tres comidas, al mediodía comían las muelas reservando lo demás para la cena y desayuno.
Para defenderse del frío relente mañanero se arropaban con la mies seca de la morena hecha en el último atardecer.
   Puede parecer exagerado en estos tiempos, que para completar el número de la cuadrilla alguna mujer de la familia viniera a segar con el niño de pocos meses al que amamantaba y según mi madre, estas cuadrillas se las distinguía por la blanca “tabanera”que instalaban cerca del corte para preservar al niño de los rigores del sol y poder la madre solícita dar el pecho cuando lo pidiera.
    Por los años trascurridos quizá pudiera haber algún anciano longevo, en los páramos y limites de Galicia, que fuera criado en estos anchos campos de Castilla.
    El único día en que se interrumpía la faena era el día quince de Agosto, fiesta de la Virgen, que se dedicaban íntegramente a descansar. Por la mañana, en las numerosas y bien cuidadas fuentes que había por todo el campo se procedía a un perentorio aseo personal, afeitándose los hombres y retocándose las mujeres con un ejemplar uso del agua disponible, pues por su propio interés las fuentes debían de estar en condiciones de servir agua potable en todo momento.
  
   
Por la tarde honestamente aseados y vestidos con lo mejor que tenían a su alcance, todas las cuadrillas bajaban al pueblo y en la plaza se organizaba un animado baile que según mi madre, sobrepasaba en número al del día de la fiesta del pueblo.
    Con una moza que tocara la pandereta entonando alguna sencilla canción tenían suficiente para pasar una tarde agradable, relacionándose los jóvenes y mayores con gente de su zona, aunque fueran de pueblos distintos, y tal vez sirviera de ocasión para que los jóvenes entablaran una relación que pudiera acabar en boda.
    Digno de encomio merece el comportamiento de esta gente, que a pesar de aguantar la dura faena de la siega, demostraban que el hombre se divierte cuando su espíritu interior se lo pide, sin influir para nada los medios externos.
    Al atardecer todas las cuadrillas volvían a sus cortes de siega a descansar en la gran cama redonda bajo el sereno cielo de Castilla, tachonado de estrellas que ayudarían a soñar las jóvenes con el chico con el que habían pasado la tarde.
    Con las primeras luces del día siguiente, reanudaban con nuevos bríos la faena hasta su terminación y con el dinero ganado en el “Agosto”volvían a su tierra satisfechos de tener unos ahorros que les sirvieran para pasar mejor el crudo y largo invierno.
     No todos podían darse el lujo de contratar segadores, y muchas familias, como la de mi madre lo hacían con la cooperación de todos sus miembros. Su régimen de trabajo sólo se diferenciaba de las cuadrillas que cuando estaban cerca del pueblo dormían en sus casas, en todo lo demás si querían que avanzara la siega tenían que llevar las mismas normas.
   Como mi abuelo materno Joaquín procedía de Villalebrín, sus tierras estaban en dicho campo distante unos cuatro kilómetros, recorrerlos a pie después de todo un día de trabajo, para venir a casa constituía un esfuerzo adicional por lo que optaban por quedarse a dormir en el campo.
     Me comentaba que para que no se acercaran las culebras y más bichos peligrosos, mi abuela Nicasia les mandaba con la cena abundante provisión de cebollas cuyo olor dice que les distanciaba, poniendo cascos alrededor de la morena que les servía de cama. No sé si esto tendrá algún fundamento científico, pero creo que era más bien el efecto psicológico junto con el cansancio el que les hacía dormir bien.
    Para que en el mes de Septiembre, que algunos años se ponía lluvioso, no se alargara la faena de trilla, había que ir trillando mientras se segaba.
    Los encargados de esto eran normalmente los hombres y se comentaba que al hacer la trilla en la era casi conocían las manadas de cada segadora por la manera de estar atadas, en especial las de tía Eutiquiana que las ataba tanto que había que darles unos cuantos toques de horca para que se soltaran.
  
  
El día que se estrenó la primera máquina segadora debió de ser un acontecimiento en San Nicolás. Todo el pueblo acudió al puente de la carretera para ver el invento y muchos no podían comprender que la fuerza motriz de dos mulas que arrastraban la máquina podía segar más y mejor que varios segadores. Su uso se generalizó rápidamente y aún recuerdo los fuertes cajones de madera en que venía desarmada la que compró mi padre.
    Se la compró a un mecánico de Villada llamado Aurio y era de la marca Massey-Harris imitación de la Qormi americana que junto con la Dehering, eran las dos marcas que mejor resultaban.
   
 

Mi madre y el agostero que cogíamos tenían que ir detrás de la maquina “apañando”las gavillas que en línea dejaba la segadora y hacer con ellas las “morenas”. Hacer bien una morena requería cierta maña y mucha práctica. Según las gavillas que juntaras tenían que calcular la redondez de ella de manera que se cerrara con un solo brazado sobre el que se echaban las arrastraduras del “gavillero” con lo que se tapaba también las espigas de la última gavilla.

  

A mediodía regresaban a casa, donde mi madre preparaba la comida y hacía las demás faenas de la casa. Por la tarde para que no se retrasara la siega seguía apañando hasta el atardecer.
 Mas sobre estos temas en acarreo y trilla en 5 del 11 de 2008 y  en 8 del 4 de 2011.    
       Emocionado por este recuerdo compuse en su honor este poema.


 Si en esta vida tuvimos                                      Los seis hijos que ella tuvo     
una madre bondadosa                                         todos vivos hoy estamos
debemos pues recordarla                                    Dios la premió el amor
más fragante que una rosa                                  y el desvelo de criarnos
                                        
El amor de madre ha sido                                  Siempre tuvo la ilusión
por todos siempre ensalzado                              de ver a alguno casado
es sincero y generoso                                         y el destino no la dio
y muy desinteresado                                           lo por ella deseado
                                         
  Es prudente y prevenido                                  Ya que no pudiste en vida
incansable y consecuente                                   de tus hijos disfrutar
ardoroso y exaltado                                            que Dios nos conceda a todos
amable, puro y paciente                                     muy juntos contigo estar.

No podemos pedir más
de un amor tan regalado
que a todos nos lo dan gratis
con sólo ser deseado

Este préstamo de amor
ningún interés conlleva
sin esperar nada a cambio
lo da todo sin reserva

  Nos la dan sin escoger
como madre no hay más que una
y los que de ella nacimos
tenemos la gran fortuna

 Aunque todos te abandonen
y muy bajo tu nivel
el hijo, no tenga dudas,
su madre estará con él

  El mejor de los amores
que sobre la tierra existe
es el amor de una madre
pues nada se la resiste

  Como nacemos enclenques
necesitamos cuidado
¿ y qué iba a ser de este niño
sin tener su madre al lado?

  Poco agradecidos fuimos
los hijos para sus padres
y ahora que también lo somos
nos parece peor que antes