miércoles, 29 de diciembre de 2010

DEPORTES TRADICIONALES














PELOTA A MANO

Recuerdo ver jugar a los mozos a la pelota los domingos después de la misa. El frontón era la pared espadaña de la iglesia y tenía sus peculiaridades muy bien aprovechadas por los del pueblo y un tanto difícil para los forasteros.
La pared lateral en vez de estar a la izquierda como en todos los frontones, estaba a la derecha, en su parte delantera se ampliaba el frontis con una pared más baja que la principal con muy poco espacio de juego que se llamaba el “rincón” y que en realidad lo era, cuya modalidad de juego sólo se aprendía por algún especialista con mucho entrenamiento.
Para participar la mayor cantidad de gente posible se jugaba tres contra tres, dos en lo que podíamos llamar el campo de juego grande y otro que se encargaba de jugar en el rincón. Los juegos eran de quince tantos y ganaba la partida el que primero hiciera dos quinces.
El castigo por perder era pagar una cuartilla (cuatro litros) de vino de la cosecha que era consumido por todos los asistentes a la partida. Los que ganaban seguían jugando con nuevos contrincantes con lo que se lograba que participaran en el juego casi todos los mozos aficionados a este deporte.














LAS TABAS
También recuerdo las partidas de tabas que se jugaban al remanso de alguna pared aprovechando el tibio calor del sol invernal. Las tabas son un pequeño hueso que tienen las ovejas en sus patas delanteras y se jugaba tirando al alto tres de estas hasta que una de ellas quedaba de canto. Al empezar a jugar se sorteaba el que debía empezar a jugar, tirando al alto una sola taba y se pedía una posición de las dos que tenía más normales que se llamaban “penca y suiz”.
El que acertaba tiraba las tabas y “casaba” una cantidad de dinero a todos los asistentes al corro y si lograba que alguna de las tres tabas quedara pinada de canto en una cara que se llamaba “carne” cobraba a todos lo que había apostado, si sacaba “culo”, la cara opuesta a carne, perdía lo que apostaba y pasaba a tirar las tabas otro del corro.
Al que se agachaba para recoger las tabas del suelo y entregárselas al que las tiraba se le llamaba “garite” y recibía la propina del que ganaba. Este personaje podíamos decir que era el maestro de ceremonias del juego contribuyendo con sus ocurrencias a la alegría del corro. Una vez recogidas las tabas las besaba y soplaba en la mano antes de entregarlas y cantaba cuando estaban en el aire: “hala pindeja, carne de oveja” o también “carne en viéndola” y otras frases graciosas que se le ocurriera.
Este juego también tenía momentos de emoción si el que tiraba las tabas quería dárselo. Si cuando sacaba la primera carne decía : “o todo o nada, juego los tres golpes” se entendía que no recogía las ganancias hasta lograr tres carnes seguidas.
Suponiendo que se jugara una peseta por cada jugador del corro, este, a la primera carne, tenía que jugar dos pesetas, a la segunda cuatro y a la tercera ocho. Algunas veces se conseguía pero la mayoría se fallaba por salir el culo y ganaban todos los que no tiraban las tabas. Si alguno no quería exponer, seguía jugando normalmente y ganaba o perdía según el juego normal.
Como en todos los juegos, este tenía también sus trampas pues algunos las tiraban con efecto o muy bajas y entonces cualquiera de los que jugaban podía decir en voz alta: “barajo” y automáticamente quedaba invalidada la jugada.
Otra trampa poco corriente era jugar con tabas emplomadas. Algún manitas poco escrupuloso, daba unos pequeños taladros en la parte que marcaba el culo y metía en ellos unos perdigones de plomo y lo tapaba con una mezcla de cera, yeso y resina que al secar imitaba muy bien el hueso de la taba. Con este contrapeso había más posibilidades que saliera carne que lo contrario.
En algún pueblo cercano se cruzaban apuestas importantes, aquí se jugaban pequeñas cantidades he incluso los chavales jugábamos con cartones de las cajas de cerillas.

LA PITA

Juego de gran pulso y tino que consistía en derribar una pita de madera que se preparaba con adornos y se ampliaba sus bases para que se pinara mejor y de unos veinte centímetros de alta. Los tejos que así se llamaban con los que había que acertarla eran dos discos de hierro de aproximadamente diez centímetros de diámetro y trescientos gramos de peso.
Para establecer el orden del juego de los participantes se “ tiraba a mano” que era ver quien aproximaba más el tejo a una raya marcada sobre el suelo de algo más de un metro de largo, marcando en sus extremos una raya perpendicular en cada uno que se llamaba “gallífaro” y cuando el tejo de algún jugador rebasaba dicha raya lateral siempre era el último en jugar.
Determinado el orden, se ponían sobre la pita las monedas que se jugaban, y desde una distancia que siempre elegía el primero en jugar, se lanzaban los dos tejos. El primero para acercarle lo más posible a la pita y el segundo con más fuerza para desplazar a la pita lo más lejos posible del dinero.
Como las monedas, al dar a la pita, se esparcían en todas las direcciones, muchas veces, por medio de una cuerda se medía la distancia que había entre cada una de ellas al tejo o a la pita y en el primer caso las ganaba el que tiraba y en el segundo quedaban en “cama” que se decía cuando la pita estaba caída y tiraba el siguiente para ver si podía levantar la cama. Cuando después de varias tiradas, ningún jugador lograba ganarla, se volvía a tirar a mano como al principio y las monedas que quedaban sin ganar se añadían a la “pona” normal.

EL FÚTBOL
Por los años cincuenta se extendió por esta región la afición de su juego y todos los jóvenes, por ser un deporte nuevo ponían mucha ilusión por ejercitarlo.
En San Nicolás se empezó a jugar como diversión local, pero como los demás pueblos lograban formar sus equipos representativos, intentamos hacer lo mismo. Para empezar se hizo una derrama entre los jóvenes con el fin de comprar las camisetas y balón reglamentario imprescindible en cualquier equipo. Recuerdo que acompañado por otro chico fuimos a León y compramos, además del balón y el equipo del portero, diez camisetas numeradas blanqui-rojas. Los pantalones, para no aumentar el presupuesto, nos lo hicimos cada uno el nuestro de color azul oscuro.
Queriendo dar constancia y nombre al club, mandamos bordar a las monjas de Sahagún un escudo con el nombre rimbombante de Real San Nicolás, que lucimos sobre el pecho con tanta ilusión como cualquier equipo de campanillas.
Como partíamos de cero y poco enterados de este juego compramos un reglamento para enterarnos de las medidas reglamentarias de porterías y campo y lo más elemental en las faltas de castigo en el juego así como también el sabernos poner el número del dorsal que correspondía a los diferentes puestos del equipo.
Con estas pobres ayudas y un mundo de ilusiones, comenzamos a entrenar y adaptarnos a los diferentes puestos. La portería la cubría un tocayo mío, Modesto, que por desgracia ha fallecido no hace mucho, que suplía sus cualidades físicas con una excelente colocación y anticipación a la jugada con lo que lograba unas paradas no espectaculares pero sí muy efectivas. La defensa era el puesto que mejor se cubría, pues es más fácil destruir que crear. Por su fortaleza física y decisión jugaban en estos puestos los hermanos Pepe y Ángel, Nicolás, Sixto o José Luis que eran contundentes despejando, especialmente cuando calzaban las pesadas botas de arar en el campo, claveteadas de relucientes tachuelas que imponían respeto en los delanteros contrarios.
De medios jugaban Luis y los hermanos Fidel y Vicente, que como eran jóvenes y muy voluntariosos, enlazaban bien las líneas corriendo mucho, subiendo y bajando según pidiera el juego.
En la delantera jugábamos Zósimo, Agustín y el que lo cuenta. Los dos primeros, además de juventud, tenían un buen toque de balón y rápido regate para burlar las defensas contrarias y yo hacía lo que podía desde el extremo derecha jugando casi siempre rayando el fuera de juego, que entonces casi no se sabía lo que era y aprovechando algún fallo de la defensa.
Aunque las tácticas de juego eran un lujo para un equipo tan bisoño como el nuestro, por lo menos los números de las camisetas, procurábamos llevarlas según la moda del cuatro- tres- tres que empezaba a usarse entonces, como también la W.M. El catenasio italiano y el defensa escoba.
Lo que mejor resultaba en nuestro caso era el patadón y adelante, procurando suplir nuestra falta de técnica con la férrea voluntad de sacar el partido adelante.
Si he mencionado la anterior alineación se debe sólo a que me la recordó la foto que adjunto, sacada en Villelga, sin suponer que jugáramos siempre los mismos. Se procuraba que jugaran todos los mozos y algún casado joven, que con mucha ilusión, incluso nos acompañaban en nuestras salidas.
Colaborando todos se hicieron dos porterías reglamentarias y se marcó un campo de buenas dimensiones, ya que la llana y espaciosa era del pueblo se prestaba a ello.

De nuestras salidas a jugar en pueblos próximos recuerdo la que hicimos a Pozuelos del Rey, pueblo cerca de Villada, una tarde gris del mes de Diciembre. Como ya teníamos concertada la fecha, no nos arredró salir del pueblo, acompañados por varios casados, andando por un camino de herradura y en parte campo a través, con el cielo plomizo y encapotado que poco antes de llegar comenzó a nevar copiosamente, por lo que resultaba difícil jugar un partido de mero trámite y en plan amistoso.
Con buen criterio los mozos de Pozuelos, muy atentos, al no haber bar en el pueblo, nos acomodaron en una bodega que tenía una espaciosa lagar cuyos tablones y madera de prensa nos sirvieron de mesas y asientos bastante confortables.
De la cercana Villada trajeron dos lechazos asados que con otros aditamentos y abundante vino de cosecha, nos brindaron una buena merienda-cena que trascurrió en un ambiente muy cordial por tratarse de juventudes afines en costumbres de pueblos muy pequeños como los de ambos.
En este buen ambiente se nos hizo muy tarde para volver por el camino de ida, nos fuimos a dormir a la pensión de Sofoca en Villada, después de tranquilizar por teléfono a las familias del pueblo. Siguiendo la juerga en la pensión, por la mañana, medio dormidos, cogimos el célebre tren mixto, del que ya os he hablado, que nos trajo a Sahagún retornando al pueblo contentos por el buen trato recibido.
A los pocos días que vinieron ellos a jugar aquí, quisimos corresponder con la misma moneda y después de jugar el partido de trámite, que no recuerdo como acabó, organizamos una fiesta para todo el pueblo en la era. Una semana antes, escotando a cántaro de vino por mozo, preparamos una gran limonada siguiendo las instrucciones de una especialista de Sahagún. En un gran “pozal” mezclamos los catorce cántaros de vino con dos sacos de azúcar y los kilos de limones correspondientes.
Por la noche después del trabajo, con la disculpa de probar y macerar la mezcla, nos pasábamos unos buenos ratos. Para trasportar esta ingente cantidad de limonada tuvimos que echarla en una carral, que puesta sobre una escalera, llevamos entre todos a la era. Servida en jarras se consumió en plan de fiesta y el que no supo reprimir a tiempo el buen sabor de la mezcla acabó dando tumbos y algunos tuvimos que hacer de enfermeros llevándoles a sus casas bastante enfilados.

En otra ocasión para que nos llevasen en su remolque agrícola a jugar a Villlalcón, distante unos veinte kilómetros, recuerdo que nos pasamos toda la mañana empeñados en hacer arrancar el tractor. Este que fue el primero que se vio por estos pueblos quizá porque era de petróleo o por que su amo no estaba muy impuesto en la mecánica, llevaba unos días sin funcionar, por lo que intentamos hacerlo entre todos. Atando dos fuertes maromas le sacamos a la carretera y con la fuerza unida de al menos veinticinco personas y después de cansarnos de dar tirones, se le ocurrió arrancar y pudimos hacer cómodamente el bien ganado viaje.
Vivía en Villalcón Don Primitivo, veterinario titular muy conocido en esta zona, que se brindó a hacer de árbitro. Después de jugar dos cortas medias partes para que no nos cansáramos mucho, en plan chungo nos decía : - Vamos a tirar una tanda de penaltis para que se estiren los porteros. Con este plan jovial nos hizo pasar un buen rato y al final dictaminó un diplomático empate y en el bar del pueblo pasamos una tarde de convivencia con muchos chicos que conocíamos.
Como veis, en muchos sitios que visitábamos, el fútbol sólo era el pretexto para fomentar el buen trato con la mocedad de los pueblos cercanos. Como todos jugábamos por diversión sin estar sujetos a ningún calendario o torneo, el resultado no era lo más importante. Por fortuna muy pocos eran los pueblos que guiados por un prurito de amor propio mal entendido, se tomaban en serio el resultado del partido, con lo que contribuían a fomentar un ámbito hostil que nosotros entendíamos no merecía la pena aumentar.
Durante unos diez o doce años esta afición al fútbol perduró, hasta que se generalizó la emigración y muchos jóvenes marcharon del pueblo. Los que quedamos, con el paso inexorable del tiempo, algunos nos casamos y otros ya mayores no supieron cultivar la afición a los pocos jóvenes que aún quedan en estos pueblos.
Acompaño fotografía, que conservo en el álbum familiar, del equipo que jugamos en Villelga y un poema dedicado a nuestro querido equipo.
Botas con las que jugué al fútbol. En lugar de tacos, llevaban unas bandas de cuero.















La foto está amarillenta , fruto del paso de los años. Este equipo en poco se parece a uno de esos archimillonarios de las grandes estrellas. El estadio en el que jugábamos no era tampoco de los que salen por la tele. Sin embargo este sí que era el equipo de los sueños de todos aquellos que lo componíamos. Se llamaba Real San Nicolás, jugaba en las eras de los pueblos donde íbamos, en este caso Villelga, junto al cauce del Templarios.
Estaba compuesto por los siguientes jugadores: ( de izquierda a derecha y de arriba abajo)
Nicolás Borge, Sixto Borge, José Santos, José Luis Celada, Vicente Velasco, Zósimo Garrán, Agustín Campos, José Luis Borge, Fidel Velasco, Modesto Celada y Modesto Carvajal.

domingo, 19 de diciembre de 2010

SEMBLANZAS DE D.MIGUEL DELIBES



















Aunque ya son muchos los trabajos y estudios que se han hecho y seguirán haciéndose sobre la obra de este gran escritor, quiero recopilar en estas líneas mi modesto parecer de los recuerdos que tengo, después de haber leído y releído su extensa obra.
En ella ha logrado reflejar como nadie el alma, vida y costumbres de esta zona de Castilla, con epicentro en Valladolid donde pasó su vida. Aunque tuvo buenas oportunidades, nunca quiso salir de su Valladolid natal y Castilla sería el escenario donde desarrolló su extensa obra literaria. Nació en Valladolid siendo el tercero de ocho hermanos el día 7 de Octubre de 1920 y murió en el mismo después de haber cumplido los 89 años el día 12 de Marzo de 2010.
Sería ocioso decir que para mí Delibes ha sido el escritor moderno que mejor ha sabido expresarse en el rico idioma castellano, empleando con suma maestría los modos y giros que el pueblo llano usa, y que son la expresión del buen hablar de nuestros antepasados.
Aunque oficialmente no dejó escrita ninguna memoria, sin perjuicio que puedan aparecer ya, nos las dejó indirectamente expresadas, pues en cada una de sus novelas nos desvela aspectos íntimos de su personalidad que denotan a un hombre muy cabal.
Cuatro cosas son las que coincidieron para que Delibes fuera el gran escritor que llegó a ser:
1ª) La carrera de derecho mercantil que hizo, por seguir la tradición familiar, enamorándose de la manera de escribir que tenía su profesor Garrigues.
2ª) El haber entrado en el periódico el Norte de Castilla, primero de caricaturista y después de la guerra haciendo críticas de libros, cine etc.
3ª) El premio Nadal, que consiguió con su primera novela “La sombra del ciprés es alargada.”
Y 4ª) y principal la ayuda de su novia primero y esposa después Ángeles Castro, que le impulsó a la afición a la lectura haciendo también de mentora y consejera del novicio escritor.




















Según propia confesión tres fechas fueron decisivas en su vida: en 1947 en que ganó el premio Nadal, el año 1974 en que murió su esposa Ángeles y en 1990 en que cumple 70 años en los que había fijado la meta de sus actividades, tanto deportivas como literarias.La influencia de su padre Adolfo Delibes fue decisiva para la formación de su carácter como lo cuenta en su estupenda novela “Mi vida al aire libre”, en la que preferentemente recuerda sus enseñanzas. A su madre Maria Setién la recuerda siempre al cuidado de la casa. Aunque siempre tuvo varias criadas, la compra y la reparación de la ropa siempre fue cosa suya. Era una consumada cazadora de los chinches que abundaban en las camas, relata Delibes con una sinceridad que le honra, y con no menos ternura confesaba que su madre hacía de dos cuatro y que las sabanas tenían más puntadas que la fábrica de Sabadell donde las hicieron.















Le gustaba jugar al fútbol y montar en bicicleta y como el sueldo de su padre no daba para comprar libros nuevos tenía que contentarse con los libros usados de sus hermanos.
Donde su padre no era tan tacaño era en los gastos de compra y arreglos de bicicletas con las que inculcó a sus hijos la afición al aire libre y a los deportes.
Es célebre la anécdota que cuenta Delibes, de cómo su padre cuando cumplían sus hermanos seis años les amarraba una soga a la cintura y les lanzaba al agua sosteniéndoles un rato, hasta que al cabo de una semana se soltaban a nadar solos.
Del tiragomas pasó a la carabina de aire comprimido, que su padre le regaló por los Reyes cuando tenía once años.
En la novela “ Madera de héroe” relata el principio del alzamiento de la guerra civil del treinta y seis. Aunque Valladolid siempre estuvo en la zona nacional, recuerda que su madre nunca fue muy amiga de los falangistas y en su casa nunca hubo una camisa azul. Como expresión de su religiosidad, su madre les puso a todos los hermanos una pequeña cruz en la solapa, que fue motivo de más de un enfrentamiento con los chicos republicanos.
Al cumplir los 18 años se alista voluntario en la marina, siendo designado al crucero Canarias. Al acabar la guerra se licenció al cumplir los 19 años.









Cuenta en la novela “Un año de mi vida” que el único placer que tenían dentro del crucero era lanzarse al mar desde la cubierta y disfrutar nadando teniendo de profundidad muchos metros de agua, por lo que muchos compañeros no se atrevían a hacerlo. La guerra la compara como el drama de Caín y Abel, pues en los dos bandos hubo mucho ensañamiento. Los malos para la derecha eran los de la izquierda y para los de izquierda los de la derecha.
En "Las guerras de nuestros antepasados” Delibes usa la guerra como telón de fondo no comprometiéndose con ningún bando por miedo a la censura, que existía cuando escribía estos libros.
Al terminar la guerra se encuentra en Valladolid con un padre de cerca de 70 años, ocho hermanos por colocar, el bachillerato terminado y tres años de peritaje mercantil. Exigencias económicas le llevaron a estudiar derecho y comercio, con el apremio de gastar poco y estudiar rápido, presentándose a varias oposiciones bastante difíciles.
Acuciado por la necesidad escribió con precisión y sencillez los títulos “Aún es de día” y “Camino”, que denotaron ya las buenas maneras del inminente autor.
Con el seudónimo de “MAX” ( M de Miguel, A de Ángela y X de incógnita) por cien pesetas mensuales se dedica a hacer caricaturas de todo bicho viviente en el Norte de Castilla y aprovechando la limpieza política que hubo después de la guerra entra de simple colaborador. Después de hacer un cursillo de tres meses en la escuela de periodismo de Madrid ya fue de plantilla.
“En mi vida al aire libre” Delibes nos cuenta con todo lujo de detalles sus estrecheces económicas y las palizas que tenía que darse en bicicleta si quería ver a su novia Ángeles. También confiesa que ella fue la que le encauzó a su afición a la lectura y le animó a escribir.
¡Con qué detalle y sinceridad nos cuenta sus apuros en su boda! El dice que no estrenó ni una camisa y ella tuvo que conformarse con traje negro, a pesar de ser, ya entonces, un sacrilegio no ir de blanco.
Este detalle del traje lo recuerda con mucho cariño justo el 25 aniversario de su boda. También comenta los regalos que se hicieron en la petición de mano. Él la regala una bicicleta y ella una máquina de escribir como algo premoritorio de lo que ella creía que iba a ser.



















A los nueve meses y medio tuvieron su primer hijo y con gran ilusión de ambos se puso a escribir “La sombra del ciprés es alargada” que le valió el Nadal y fue el arranque creativo de su vida de escritor. El premio Nadal lo dedica a su mujer e hijo y a sus padres. Las quince mil pesetas que le dieron por el premio era entonces bastante dinero y para Delibes mucho más pues sólo ganaba 1000 pesetas como profesor en la escuela de comercio y 500 pesetas en el periódico el Norte. Con este dinero puede atender a los gastos de su segunda hija Ángeles y el resto, como buen castellano, lo administró como mejor pudo hasta que llegó una enfermedad que él tuvo, y se llevó el resto.
Desde entonces el nacimiento de sus hijos y la edición de sus nuevas novelas van saliendo casi a la par. Pues el nacimiento de los siete hijos que tuvieron lo consideraban como lo más natural del mundo.
En la novela “Aún es de día” explica con todo detalle los sentimientos de un niño al verse solo y desamparado. La censura le quitó los devaneos eróticos de un pobre contrahecho, pero no puso ningún reparo en admitir los trapicheos del estraperlo, muy en boga en aquellos años.















En "El camino” Delibes recibe la primer sorpresa, pues a pesar de haberla escrito a capítulo por día, tuvo una buena aceptación de todos los críticos. Con esto se dio cuenta que lo mejor era escribir como hablaba, con poco adorno y desde esta novela se dejó llevar por su instinto natural que tan buenos resultados le había proporcionado.
El argumento de esta novela no puede ser más sencillo. Cuenta los avatares de un pequeño pueblo a través de los ojos de un niño Daniel, apodado el Mochuelo y de sus dos inseparables amigos, el Moñigo y el Tiñoso. Con sus peripecias, sabiamente manejadas, conforma el perfil del pueblo donde el autor había pasado muchos veranos de su infancia.
Como cuenta en “Mi vida al aire libre”, de la bicicleta pasó a la moto Montesa, que a pesar de su pequeña cilindrada le parecía una locomotora. ¡Con qué orgullo y satisfacción cuenta lo que fardó con la moto junto a su mujer!
En una ocasión se atrevieron a ir en moto a Santander, pero al subir los puertos Ángeles tenía que saltar de la moto en marcha para que él pudiera coronar el puerto, pues con los dos no podía.














En “Mi adolatrado hijo Sisí” critica un tema de rabiosa actualidad, como es el tener el hijo único. El protagonista procura siempre gozar de los placeres de la vida. Cuando su mujer le anuncia que van a tener un hijo decide que este no necesita educación, cosa que dice es de pobres, y le da cuantos caprichos le pide su hijo, iniciándole en el sexo desenfrenado como reflejo de la conducta paterna. Estalla la guerra civil y su padre le proporciona un destino poco peligroso. Pero Sisí muere y el protagonista incapaz de soportar su ausencia, se quita la vida.















En “Diario de un cazador” Delibes ensaya otro método nuevo de hacer una novela. El sistema de hacer escribir un diario al protagonista le sirve para que el lenguaje vulgar que usa tome visos de naturalidad, expresado en la jerga del cazador, casi siempre exagerada y parlanchina. También incluye un relato explícito de como se debe cazar, en especial la perdiz roja. Esta fue su caza preferida en la versión más pura practicada los domingos, que con el perro y la escopeta al hombro salían al campo a buscar noblemente la pieza, con buenas piernas y mejor vista.















“La muerte de un cazador” está dedica a la muerte de su padre Adolfo Delibes a los 81 años, tan enamorado del campo como de joven. Siguió ejerciendo la caza hasta que le fallaron las facultades físicas y para no estar en casa se pasó a la pesca que practicó hasta sus últimos días.
En “Diario de un emigrante” recoge las andanzas de su viaje a Chile, Brasil y Argentina, que le dieron material para escribir varios libros de viajes, muy bien documentados.
“La señora de rojo sobre el fondo gris”es un cariñoso homenaje literario a su esposa, a la que llama Ana en la novela, que fue protagonista absoluta en la vida del autor. Ella le hizo feliz durante 48 años y a su muerte exclamo: "!Ha muerto la mejor mitad de mi mismo!"
No me resisto a dejar de contaros un pasaje que cuenta en esta novela que demuestra la mutua comprensión y amor que siempre se dieron en esta pareja. Ángeles, además de ayudar a Delibes como una consumada secretaria, creyó conveniente prepararle un despacho apartado e insonorizado para que escribiera más tranquilo. Por deferencia hacia ella se recluyé en él unos días, pero tuvo que desistir, pues en aquel silencio no lograba escribir nada, teniendo que volver a su antiguo escritorio desde donde apreciaba el bullicio que producían sus siete hijos jugando por toda la casa.
En “La hoja roja”, título alusivo a la hoja de ese color que aparecía en los libritos de papel de fumar avisando que ya quedaban pocas. Con esta imagen nos hace meditar sobre lo fugaz que pasa esta vida.















“Las ratas” es una denuncia de la postración del medio rural castellano. El protagonista cazaba ratas, que aquí llamamos aguaderas, con la ayuda de un punzón y un perrito. Para sobrevivir le encargaba venderlas a Niní, niño prodigio que sabe más que nadie, con una ciencia infusa que traspasa e ilumina la brutalidad y suciedad que domina todo el ambiente sin que él se manche en absoluto. Este ambiente tan pobre y miserable fue comprendido por otro castellano, Antonio Jiménez-Rico que filmó esta novela 35 años después, rodando muchos planos en el próximo pueblo de Población deArroyo.
En “Viejas historias de Castilla la Vieja” cuenta la vida de un joven campesino en un pueblecito castellano, duro de mollera y parco en afanar en el campo. Emigra a América Lorenzo, que así se llama el protagonista. Cuando vuelve, después de muchos años, se encuentra conque nada había cambiado en su pueblo, excepto las personas, que ya eran todos para él hijo de fulano y mengano. Todas las demás cosas permanecían inalterables.
“Cinco horas con Mario” es el monólogo de una joven viuda ante el cadáver de su esposo Mario. En principio fue recitado con desparpajo por la vallisoletana Conchita Velasco que entonces era conocida con este diminutivo. Sutilmente en el monólogo va introduciendo el autor todas las carencias que sufre esta tierra, como malas carreteras, escasez de cosechas, calles enlodadas en invierno y polvorientas en verano. Ante este crudo panorama que trata de endulzar lo más posible para despistar a la censura, Delibes hace una pregunta, que cobra actualidad ahora mismo ¿A quien puede extrañar que los jóvenes se escapen? Desde que se hizo esta pregunta han pasado 44 años y el problema no se ha resuelto ni se ha buscado una respuesta fundamental.
















En “Vivir al día” cuenta el autor lo difícil que era entonces vivir de la pluma y más en su caso con la familia super numerosa que tenía. En su manutención y enseñanza gastaba todo lo que ganaba como director del Norte de Castilla y colaboraba en varios más, y la paga de profesor de la Escuela Mercantil.
Los derechos de autor por las novelas publicadas tuvo que negociarlos al alza de quince a veinticincomil pesetas mensuales. Es en esta novela donde más detalla su situación económica no muy desahogada.
Por la “Parábola del naúfrago” sabemos que Delibes, a raíz deun viaje a Praga, sintió miedo tanto de la dictadura de izquierdas de Checoslovaquia, como por la de derechas de España. También narra las primeras revueltas estudiantiles en la universidad de Madrid y el primer atentado mortal de un guardia civil perpetrado por ETA.
En “El príncipe destronado” relata la historia de un niño de tres años que con mimos de sus padres y de cinco hermanos más se siente muy feliz las doce horas que está despierto. Mas todo esto se va al traste cuando llega una hermanita de un año. Aquí se demuestra la gran veteranía del autor para hacer protagonista, muy bien definido, a un niño de tres años.















La novela de “El disputado voto del Sr Cayo”es una de las que yo he leído varias veces, encantado de lo bien reflejado que está en ella el ambiente y personajes que hoy día todavía perviven en estos pequeños pueblos en los que nos ha tocado vivir.
Para mi es un misterio no fácil de explicar, por qué un hombre de ciudad como el autor haya sido capaz de penetrar en el acervo cultural tan cerrado que ha existido en estas comunidades minúsculas del campo castellano. Solo con la fina perspectiva de Delibes visitando muchos pueblos semidespoblados es posible llegar a la redacción de esta novela, tan bien fijada en la cruda realidad.
Su argumento es una fina ironía sobre las campañas electorales, que unos candidatos que tratan de lograr el voto del Sr Cayo. A este Sr le describe como arquetipo del campesino castellano,hombre íntegro, sobrio y sacrificado con una buena retranca, que trae de cabeza a los candidatos, que daban por sentado, al principio, lo fácil que sería lograr su voto. Delibes contrapone en la novela dos modos de vida y también de lenguajes: El urbano y el rural. Cada palabra del Sr Cayo encierra una sentencia, en cambio el candidato Rafa es un chiquilicuatro con mucha palabrería y poca enjundia. En este pueblo de la novela solo quedaban dos viejos que no se hablaban, como desgraciado ejemplo del egoísmo y envidias tan perniciosas como inútiles.
"Los santos inocentes” es la novela donde los personajes están retratados con una maestría inigualable. El inocente Azarías, el señorito Iván, la Régula y su marido Paco el Bajo, sus hijos la Charito y la invalida niña chica y otros que componen lo más representativo de esta singular novela. A esta disposición de los personajes añadió otra no menos rara pues en ella no hay puntos más que al final de cada capítulo, empleando solo la coma y en muy contadas ocasiones el punto y coma. El episodio de la alfabetización de los señoritos que vinieron de la ciudad, es una crítica al barullo que se forma con los diferentes sonidos que emiten ciertas consonantes según la vocal que se acompañe. La novela se lee con fluidez y le basta al autor con prescindir de los convencionales signos para obtener un inusitado y brillante efecto.















Dada la popularidad que alcanzó esta novela el director de cine Mario Camus la llevó a la pantalla con un reparto de lujo. Entre ellos destaca el de Paco Rabal interpretando al inocente Azarias. Para interpretarlo con la perfección que lo hizo tuvo que entrenarse a conciencia y el traje de pana agrandado y los pantalones remendados a cuadros que usa en la película, dicen que tuvo que recorrer muchos pueblos hasta encontrar este que juzgó el más adecuado. También Alfredo Landa destacó en su personaje de Paco el Corto y en su papel de secretario de caza del señorito Iban, interpretado por Juan Diego. Paco Rabal y Alfredo Landa fueron premiados por su interpretación y tienen dos secuencias para mi, antológicas. El primero por el ahorcamiento del señorito y el segundo por lo bien que supo imitar el rastreo de un perro de caza.
La publicación de esta novela, un tanto anómala, por ser una crítica a las directrices muy rígidas de los academicistas, suscitó entre estos no sé si prevención o envidia por el gran éxito logrado.Esto dio pie a una disimulada campaña de desprestigio del autor, diciendo que no sabía escribir más que de campo y perdices.
Para demostrarles que sabía escribir también como el mejor Delibes empezó la recopilación de datos y construcción de la trama de su mejor novela.













“El Hereje , novela que tardó en escribir cuatro años. Con ella consiguió una obra diferente, con pasión pausada y con inteligencia alerta logrando uno de los mejores compendios de la literatura. Aunque no quería hacer una novela histórica, al fin le salió una de su estilo, aunque ambientada en el siglo XVI. Cipriano Salcedo de la secta luterana de Valladolid es el protagonista que sufre las persecuciones de la iglesia católica por medio de la Inquisición, que entonces regía todo.
"El Hereje" es la obra más densa y completa que he escrito, aseguró Delibes y se extrañaba que también la alabasen la jerarquía católica, religión que decía profesar él, aunque con dudas que le atormentaban mucho.
Lo curioso del caso es que también los protestantes en el 2007 otorgan a Delibes el premio Unamuno por el comportamiento ejemplar que tuvo Cipriano antes de morir en la hoguera.
“La Tierra herida” escrita a la limón por Delibes padre y Delibes hijo en 2005. En ella el acervo científico del hijo se contradice un poco con la naturalidad del padre, por lo que esa mezcla resta el interés que las demás novelas nos han proporcionado a sus incondicionales lectores.


Debo poner fin a estas semblanzas, pues cuando las empecé no creí que saldrían tan extensas, pero la sola enumeración de los 22 títulos que abarco llevan su tiempo, a pesar de no poner en cada una más que lo mínimo que recuerdo, quedando algún detalle en el tintero.
Su distribución por títulos puede facilitar su lectura, escogiendo a gusto de cada uno.

Doy las gracias al bibliobús provincial que al cabo de estos años me proporcionó estos ejemplares.


Me doy por satisfecho si con estas semblanzas lograra aportar algo a la biografía de Miguel Delibes, el gran clásico popular de nuestras letras

viernes, 3 de diciembre de 2010

TRES PEREGRINOS CURIOSOS
















Una fría mañana de Noviembre y con una niebla muy cerrada pasaron por nuestra puerta tres peregrinos muy diferenciados por su origen pero unidos por el anhelo de hacer el Camino de Santiago.
Uno era de Huesca, perito agrícola, que como español hacía de intérprete. Otro de Brasil, era ingeniero químico, que tenía que hacer uso del intérprete y el tercero de Estados Unidos, maestro que quería estudiar el castellano.
Como el primero era hijo de labrador, al ver los aperos de labranza antiguos que tengo retirados en el portalón, se acercó para verlos y preguntar por sus nombres.
Pasaron luego a ver las dependencias agrícolas donde tengo muchos cachivaches del oficio de los que sacaron un sin fin de fotografías y explicándoles el uso y funcionamiento de todos ellos. Este deseo de conocer cosas nuevas es uno de los incentivos que mueven a estos peregrinos a dar por bien empleadas todas las grandes fatigas y sacrificios que el tránsito del Camino lleva consigo.
Ya puede llover, hacer frío o caer chuzos de punta, que cuando ven cualquier cosa que pueda interesarles sacan la cámara, aunque la tengan bien guardada en el intrincado laberinto que todos portan en su mochila.
Como la mañana era fría les invité a que se calentaran en la gloria que Raquel estaba prendiendo. El nombre de gloria les llamaba la atención pues es como aquí tradicionalmente se llaman estas instalaciones tan antiguas que ya los Romanos las usaban con el nombre de hipocaustum y les servían para el mismo fin.
Al ser esta zona muy productiva en cereales se aprovecha como combustible la abundante paja que estos producen y que resulta muy barata.
Me dejaron una fotografía que sacamos con Raquel y comentaron que les encantaría la pusiera en mi blog.


Confortados con el calor y contentos de haber aprendido cosas de por aquí emprendieron la marcha en la que tenían programado llegar hasta El Burgo Ranero