sábado, 16 de mayo de 2009

LAS COFRADÍAS

De muy antiguo se conocen estas asociaciones que no sólo serían para fomentar la devoción a determinadas imágenes, sino que tenían también un fin solidario de ayudar a los más necesitados y fomentar la unión entre los vecinos.
La más antigua que conocí en mi pueblo fue la de la Virgen del Rosario, de la que eran cofrades casi la mayoría de los matrimonios del pueblo.



















Al poco tiempo de casarse se daban de alta con una pequeña cuota, para gastos de cera, pues cada cofrade tenía su vela y una pequeña rodela de hojalata para no mancharse de cera en la misa y las procesiones que se celebraban todos los domingos finales de cada mes.

El mayordomo que se nombraba por turno todos los años tenía la obligación de poner en las andas a la virgen y preparar las velas para los cofrades que acompañaban a la virgen en la procesión alrededor de la iglesia antes de la misa.
Todos los domingos del mes de Octubre por la tarde se cantaba el rosario en procesión por todo el pueblo. Cuando se llegaba a la era que coincidía con el comienzo de la letanía, los que llevaban la virgen la dejaban sobre la hierba. Todo el mundo de rodillas se rezaba una oración y se comenzaba a cantar la letanía, al llegar a la petición de “Santa María” los cofrades levantaban la virgen y siguiendo el rezo se llegaba a la iglesia.
En la parte solidaria la cofradía tenía estipulado que cuando moría un cofrade que no tuviera familiares directos, la obligación era de velarle durante toda la noche y asistir al funeral, entierro y cabo de año.
Aunque en estos tiempos parece una cosa exagerada, la necesidad y pobreza de entonces, aconsejó a la cofradía comprar una sencilla caja mortuoria para transportar el difunto hasta el cementerio, tanto si era cofrade con pocos medios económicos, o pobres y transeúntes que fallecieran en el pueblo.
Esta caja común que estaba en un rincón debajo del coro de la iglesia siempre me produjo fuerte impresión. Se la utilizó para enterrar a una pobre viuda cofrade, fue la primera vez que vi enterrar a una persona directamente en la fosa.
Los cofrades después de depositarla en ella taparon caritativamente su rostro con un pañuelo, regresando la caja a la iglesia, lo que no sé si está o ha desaparecido.
También tenía esta cofradía del Rosario desde tiempo inmemorial una tierra de unas tres hectáreas que, antes de la concentración parcelaria, era una extensión de las más grandes del pueblo y cuya renta era abonada al mayordomo de la cofradía.
Cuando llegó la concentración parcelaria, el Señor cura se quejó al ingeniero de que la finca de recambio era más pequeña y de inferior calidad que la antigua y el ingeniero, con el esnobismo de hacerse el moderno, quiso emular a Mendizábal cuando confiscó
los bienes de la iglesia y le contestó : “A la virgen no la hacen falta tierras”. Creo que adjudicó la finca al rentero que entonces la cultivaba, con lo que la cofradía se extinguió totalmente.
En años posteriores a esto y con ocasión de comprar un San Isidro se formó una cofradía con este nombre que nunca tuvo mucha pujanza.



En la actualidad se sigue manteniendo la costumbre de que el día del santo, el mayordomo y el abad nombrados por turnos anuales invitan a los cofrades a una merienda.
Como se ve estas cofradías ya no tienen futuro, pero lo malo es que ni se modernizan, ni se suplen con otras asociaciones más modernas que procuraren conservar el espíritu solidario que tenían las antiguas. Según el dicho, “pueblo más pequeño más infierno” pues al más pequeño roce que tengas con el vecino, como ya no tienes la ayuda de los convecinos en reuniones o senaras, para ir limando asperezas, cada vez el trato se hace más difícil.

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