viernes, 10 de junio de 2011

EMILIO BARRIALES, AGENTE DE EXTENSIÓN AGRARIA











Entre los varios conocidos con los que estuvimos en la excursión hecha hace pocos días a Menorca, nos encontramos con Emilio que nos asesoró varios años cuando yo seguía de labrador activo.
Cuando vi a Emilio entre los jubilados sentí en mi interior algo extraño, pues cuando me jubilé él seguía ejerciendo su profesión.
A veces nos parece que el tiempo sólo pasa en nuestra contra y olvidamos que el tiempo es implacable y justiciero, condenándonos a que pase para todos con el mismo ritmo.
Grandes fueron las enseñanzas que este buen agente, en unión de su compañero Jose María, nos inculcó.
Aquellos años coincidieron con el cambio importante que se realizó en la agricultura pasando a usar las nuevas técnicas, que siguen vigentes actualmente.
En su meritorio afán de ayudar a los pueblos no les importaba asesorarnos también en todos los problemas que surgieran.
En el caso de Moratinos debo recordar su estimable ayuda cuando pusimos comunalmente las redes de agua corriente y alcantarillado. Con procedimientos sencillos nos marcaron el trazado de la red y el nivel adecuado para su buen funcionamiento.


















Poco después se afirmaron las calles y también nos ayudaron para que, conjuntamente con la colaboración de todos los vecinos, pudieramos dar de hormigón la mayoría de las calles, con el escaso presupuesto que nos dieron.
Otras múltiples facetas podría enumerar, pero en esta ocasión quiero referirme a como nos enseñaron a usar los herbicidas adecuadamente, para sacarles el máximo provecho.
Recuerdo un año que me pidieron permiso para hacer unas pruebas, en una finca que tenía buenas condiciones para ello.
Con una simple cinta métrica medían unas pequeñas parcelas de igual extensión, que delimitaban con unas mimbres en cuya punta ponían un trozo de cinta roja que las hacia más visibles.











A la parcela que hacía de testigo no se la tiraba herbicida y servía para comparar la producción. Llegada la época de la recolección, se mandaba a la cosechadora que diera una sola pasada a lo largo de la pequeña parcela. Luego se arrimaba el remolque a la máquina y se vaciaba en un saco el cereal conseguido. Se pesaba con el método ancentral de la romana y se hacía la proporción de los metros cosechados y los kilos conseguidos.
Sacada la producción por hectárea se hacía la misma operación en la colindante parcela que servía de testigo sin herbicida y se hallaba la diferencia.











La mayor de esta era en la que se había tratado contra la avena loca, muy abundante entonces pues muchas parcelas estaban infestadas y requerían un herbicida muy fuerte y que también era el más caro.
A falta de básculas para pesar los remolques, que poco después se implantaron, estos activos agentes de Extensión Agraria se daban maña para hacer estos cálculos dentro del remolque, no exentos de coger el polvo que el grano siempre desprende.
Meritoria labor para imponernos en las modernas técnicas agrícolas, y que muchas veces tenían que luchar con nuestra incomprensión.
El labrador castellano siempre ha sido muy aferrado a la tradición y toda innovación tardábamos mucho en asimilarla.
Sirvan estas líneas como homenaje agradecido a Extensión Agraria y demás organismos, como el Servicio Nacional del Trigo, que fueron implantados durante la dictadura y que sirvieron para remediar la escasez de alimentos en la posguerra, aumentando el nivel de vida en el campo y en toda España.

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