sábado, 29 de noviembre de 2008

ACARREO Y TRILLA

"IR Y VENIR, LO LLAMAN ACARREAR", sabio consejo tenía este dicho popular que entendía que traía más mies en dos viajes que en uno y a veces con menos trabajo.
Como el nombre acarreo indica, el elemento principal de esta faena era el carro. Antiquísimo debe ser su origen pues en los grabados sirios y egipcios ya aparecía como arma de guerra. Su uso y formas han ido evolucionando con el paso del tiempo para adaptarlo a las nuevas necesidades.
El que yo conocí ya era como el de la fotografía que acompaño, aunque todavía llegué a ver una rueda completamente de madera y eje del mismo material que se guardaba como reliquia. La pieza mayor de esta rueda se la usó para hacer bancos de matanza que aún se siguen empleando.



Los artesanos que los construían se llamaban “carreteros”, que tenían que dominar la técnica de trabajar la madera junto a la del hierro, únicos elementos que entraban en su fabricación.
También tenían que saber las maderas apropiadas en cada caso. La rueda, elemento principal, llevaba tres clases, la maza de negrillo por su fácil taladro de los muchos que llevaba, los radios de encina por su dureza y resistencia y los cambones de haya por su poca veta necesaria para darles su forma curva. La viga era de negrillo bien seco pues tenía que resistir bien las tensiones de tiro y palanca que muchas veces tenía que aguantar, los aimones y cabezales de haya o negrillo y los tableros de las barandillas de pino o chopo por su menor peso.
Ya veis el conjunto de detalles que a simple vista no se aprecian, pero que juntos contribuían a que el carro fuera sólido y duradero.
Su empleo abarcaba todo el año en múltiples traslados de grano, paja, uva, abonos etc. También se llevaban a vender en él a los mercados los productos obtenidos en la explotación. Como no había entonces otros medios de transporte cercano, servía para traslados cortos de personas como ir de compras, coger el tren e incluso en las bodas trasladaba a los novios y acompañantes con comodidad sentados sobre unos sacos de
paja cubiertos con una manta.
Recuerdo cuando nuestro obispo de León, diócesis a la que entonces pertenecíamos hizo su visita pastoral a San Nicolás en pleno invierno. Para llevarle hasta Riosequillo trajeron un carro engalanado con colchas al que le costó mucho trabajo subir, con todo el acicalado vestuario de sotana y capas que en aquel tiempo usaban.
Muy popular era la leyenda de que en una ocasión de estas el carro obispal “atolló”en un pésimo camino. El carrero, coartado por la presencia del obispo no lograba animar a la pareja con suaves palabras para salir del trance. Como no había manera de seguir, excusándose ante él, profirió un juramento tan fuerte que las mulas atemorizadas salieron del “tollo”.
Cuando más se le usaba era para traer la abundante mies a la era para trillarla. El mucho volumen y poco peso de esta aconsejó poner unos complementos al carro para aumentar su capacidad.
Había dos modalidades de acarreo: a picos y a mallas. La primera consistía en poner tres maderos puntiagudos en cada barandilla en los que se sujetaba la mies que tenía que ser siempre bastante larga. A esta necesidad no fácil de cumplir en esta zona se unía el inconveniente de ser casi imposible de usar en noches de mucho viento.



Venciendo estas dificultades se impuso el sistema de mallas más apto para toda clase de mies y casi indemne contra el viento.
Poner la armadura consistía en fijar cuatro sostenes de madera en cada cornejal del desojado. A estos iban sujetos unos palos redondos y largos en forma de cuadro, de los que colgaban las mallas que en el caso de los dos laterales terminaban en “latillas” formando lo que se llamaba bolsas. Como estas, si los caminos lo permitían llegaban casi al suelo, su peso aumentaba la estabilidad del conjunto, de por sí escasa, pues todo un gran volumen de mies tenía como base la escasa distancia entre las dos ruedas.
Para cargar intervenían dos personas: el “carrero”, que también se encargaba de conducir las mulas portadoras hasta la era, con una horca de hierro con mango largo iba dando los brazados de mies al “ponedor” que, apretándoles entre sus brazos, los iba colocando convenientemente en las mallas.
Esta rutinaria faena de cargar y descargar se hacía seis veces al día, dos por la tarde y cuatro durante la noche y mañana. Lo normal era echar tres viajes por la noche, pero en casa de mi padre por no comprar un carro más, que hubiera facilitado la abundante faena de trilla que había, teníamos que aprovechar al máximo el que disponíamos para meter dos viajes más cada trilla.
Siempre había algún “entornazo” o se podía atollar en alguna reguera que trajera agua y el mero hecho de que se te cayera alguna “latilla”o pico de mies, era motivo de comentarios con lo que la gente avivaba un poco el monótono devenir del acarreo. Cuando por cualquier de estas causas quedaba mies tirada por los caminos se decía “hacer la gocha” y si pasaba alguien por el camino o apartado de él, mientras recogías la mies, con animo de pitorreo, emitían un sonido lo más parecido al gruñido del cerdo.
También existía la sana emulación por terminar el primero y cuando, al salir el sol, se iba tomando el desayuno en el carro, consistente casi siempre en dos pastillas de chocolate, pan y vino, se voceaba las “pastillas” que quedaban de consumir hasta acabar la faena, sin que decir tiene que el que voceaba la última pastilla era el más envidiado aunque los demás también contestaban con: “me quedan dos, tres o cuatro pastillas” equivalentes a los días que faltaban.
En cuanto a cargar más y mejor los carros también había controversias y comentarios en los corros que tomaban el fresco en la calle.


Cierto día cargamos un carro tan grande que nos atascamos en la calle de entrada en la era motivando la discusión que si éramos nosotros los que más cargábamos o los de un vecino llamado Pablo. Estos, como reto, dijeron que veríamos mañana quien cargaba más. Un poco mosqueados a la mañana siguiente empezamos a cargar en una tierra que tenía buena mies con la que sacamos bien los picos de las mallas pero se acabó la buena mies y no teníamos con que redondear la faena con una buena “vuelta”por encima los palos. Tuvimos que hacerlo en otra finca que tenía la mies más corta y por tanto más pesada con lo que la carga quedo descompensada al llevar más peso en lo alto que en lo bajo.
A pesar de tomar muchas precauciones para llegar a la era, nuestro gozo cayó en un pozo, pues en un pequeño bache el carro perdió el equilibrio y dimos un entornazo monumental, aunque sin ningún peligro, y tuvimos que estar hasta las doce trayendo a la era de tres viajes la mies que pretendimos traer en uno.
Siempre admiré el sentido de orientación que tenían que derrochar los que se “ajustaban” de carreros en el corazón de Campos, pues el amo les subía a un alto y desde allí les enseñaba las tierras que tenían que acarrear las noches siguientes, dándose muy pocas equivocaciones a pesar de no conocer el campo y tener muy pocos puntos de referencia.
En estos pueblos tenían la buena costumbre de no acarrear por la tarde como se hacía aquí para poder dormir un par de horas después de cenar, pero tenías que aguantar el calor del sol y lo que suelta la mies, costando más traer los dos viajes de la tarde que los cuatro de la mañana.
Para aprovechar todo el frescor de la noche, en aquella zona después de “aparvar” tenían un tiempo de descanso, antes de cenar. Hacían esto a la puesta del sol y con el fresco ambiente que trae un viento muy regular del saliente que aquí llamamos cierzo o “amargacenas”, marchaban a cargar los cuatro viajes reglamentarios durante toda la noche y hasta las nueve de la mañana.



Con la costumbre de aquí tenías desde la hora de cena a las doce, un par de horas para descabezar un sueño entrecortado, pues si en la era te ponías a un buen remanso de un “bálago” corrías el peligro de que a las doce estuvieras dormido como un tronco, y en prevención de esto muchas veces tenías que tumbarte al fresco cierzo en medio del solar tapado con una simple manta.
Tanto mi padre como yo nunca usamos reloj en las faenas del campo guiándonos de día por el sol y de noche por las estrellas. Cuando cogíamos algún veranero, esclavo del reloj, me ponía a prueba preguntándome la hora varias veces durante la noche, y llegué entonces a saber la hora con un error máximo de quince minutos.
Para mí el sereno y estrellado cielo de Castilla era el mejor reloj, pues a todas las horas están saliendo refulgentes estrellas por el Oriente. Nada más oscurecer, sobre las diez, salen “Las siete cabritas” acaso la constelación de siete estrellitas más apiñada de todas. “Las tres marías”, que son tres estrellas bastante brillantes que salen no muy juntas y en posición vertical por el Oriente, salen sobre las doce de la noche. A las tres salen las que yo llamaba. “La uve doble” figura que hacen cinco estrellas de buen brillo.
Poco antes del amanecer sobre las cinco y media sale el “Lucero del alba” gran estrella de color rojizo que según he sabido después es el planeta Marte que tiene ese tono por estar próximo a nosotros.
Estas salidas de estrellas en mi reloj espacial eran como la aguja pequeña del reloj que marcan las horas. Pero donde yo aquilataba los minutos, era en la posición que tomaba la “viga del carro triunfante”con respecto al horizonte norte.


Considero que saber buscar la Estrella Polar con precisión puede ser muy útil en caso de emergencia, y procuraré explicaros como lo hice con mis hijos y nietos, aunque por falta de práctica no sé si con buenos resultados.
La “Osa Mayor”, como se llama astronómicamente, aquí se la llamaba el carro triunfante, esta formado por siete estrellas muy iguales y brillantes, situadas al norte de nuestro hemisferio, en el que cuatro de ellas en casi cuadro forman lo que podríamos llamar el deshojado del imaginario carro, otras tres parten de un ángulo del cuadro y forman la viga algo curva de dicho carro.
Si tiramos una línea normal que coincida con las dos estrellas de atrás, vamos a parar a la estrella Polar que en la fotocopia tomada de la enciclopedia tercer grado de Alvarez, supongo será con fines pedagógicos, representa la estrella Polar con más tamaño que las de la Osa Mayor siendo en la realidad una estrella pequeña y corriente con mucho menos brillo que las otras, pero tiene el privilegio no pequeño de ser la única que no se mueve de todo el hemisferio Norte, circunstancia que ha sido aprovechada por el hombre para la navegación nocturna desde los más remotos tiempos.
En el hemisferio Sur deben tener otra estrella que llaman “Cruz del Sur” con las mismas características y utilidad que esta.
Dada la pequeña luz que la estrella Polar emite junto con todas las estrellas menores que componen la Osa Menor, en noches de buena luna o en las que haya una pequeña bruma apenas son visibles. Entonces tenemos que valernos del gran destello que emiten las siete estrellas de la Osa Mayor y que también marcan el Norte aproximado.


Con todas estas descripciones, puede pareceros que he empollado todo un tratado de Astronomía y nada más lejos de la realidad. Esto no es más que una afición heredada de mi buen padre, y practicada en muchas noches de acarreo, procurando medir las horas para que la trilla estuviera hecha a su debido tiempo.
Como demostración de que en mi tiempo había muchos que también se guiaban por los astros para saber la hora, os contaré esta anécdota.
Había en mi pueblo un viejo pastor, encorvado por los muchos años de oficio, de rostro curtido por los secos aires de la meseta, con tanta necesidad como afición a su oficio que murió con la cacha en la mano y que me tenía intrigado con su alzada de manos.
Estando arando cerca de su rebaño, notaba que principalmente por las tardes, miraba hacia el Poniente, estiraba sus brazos y colocaba juntas sus manos frente al Sol. Le pregunté un día y me dijo que medía en dedos la distancia del horizonte al Sol y estos le daban la hora bastante aproximada. Desde entonces también apliqué esta teoría a las estrellas.
Para daros una idea de lo poco que me ha gustado el reloj os diré que estando en la mili en Burgos, compré el primer reloj de pulsera que he gastado y que todavía marcha perfectamente. Esto no se debe a que fuera un reloj excepcional, sino que sólo lo he usado cuando salía de viaje y entraba en el mundo de las prisas y ajetreo donde el reloj se convierte en el gran tirano de la gente. Afortunadamente en el mundo del campo desaparece esta tiranía a poco que te lo propongas y sepas aprovechar el gran placer de vivir tranquilamente a tu libre albedrío.

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