Domingo 12-9-2010




En el libro de firmas leo una dedicatoria que dice: "Este es David San Martín Torrecilla, peregrino de Vitoria que nació con una poesía debajo el brazo.” Este es el caso de David, orgulloso de que su abuelo poeta le dedicara, cuando nació, un amplio poema.
Al no acordarse más que de algún verso suelto ha quedado en mandarme el poema completo. Este buen vitoriano trabaja en una fábrica de yogures como encargado de pedidos. Hoy he podido comprobar que si preguntas a cualquier español peregrino, la mayoría de sus abuelos han sido labradores, a los que recuerdan con cariño, no exento de cierta envidia, pues añoran la vida sana, laboriosa y sacrificada con que vivieron.

Llegó un matrimonio joven de Québec, Canadá, que fotografiaron la,iglesia de cabo a rabo por dentro y por fuera y les gustó mucho. Comentaba un irlandés compañero de camino, con su humor negro tan característico, pues había encontrado a tantos peregrinos canadienses,que dudaba hubiera quedado alguno en su país.
José Miguel de Madrid pasó con un chico joven y amigo de Granada, para que aprendiera el camino que él había hecho varias veces. Con el típico viento cierzo soplando en la espalda, decía que, estas etapas llanas propias de esta zona, se hacían sin apenas esfuerzo. Otra cosa eran las etapas de Ponferrada a Santiago y las de los Pirineos, que requieren darle al pedal con ganas.
Eduardo Sánchez de San Blas, Madrid, pintor-decorador, también recordaba con nostalgia a su abuelo labrador en un pueblo de Cuenca.
Al cerrar, llegó un chico catalán de apellido Torradellas, que estaba haciendo oposiciones a bombero.

Se interesó por nuestras costumbres y su afán por viajar lo estaba cumpliendo en este buen Camino, en el que había aprendido muchas cosas. También se quejaba de que en un albergue le habían llevado nueve euros por una latilla de sardinas, un tomate y una fruta del tiempo. Se oye a muchos peregrinos quejarse del caro precio que les cobran en los albergues. Creo que se debía reglamentar mejor este negocio pues si no, puede que entre todos estemos matando la gallina de los huevos de oro