domingo, 23 de septiembre de 2012

LA BELLA DESCONOCIDA



 Mi mujer Raquel está leyendo estos días el libro "Las rosas de piedra", de Julio Llamazares. En él se describen multitud de nuestros mejores templos, que constituyen un tesoro reconocido a nivel mundial.
 Esto me ha estimulado para hacer aquí una pequeña mención a la catedral de Palencia que por méritos propios se ha ganado a pulso el título que encabeza este escrito.
Tiene muchos valores artísticos, especialmente en su interior, con un coro con maderas primorosamente labradas, sus cruceros superpuestos la dan un empaque especial y una colección de pinturas y tallas de alto relieve.

 
 























Su patrono San Antolín concita una devoción especial en las gentes de esta comarca. Su vida e historia es muy conocida y comentada por el pueblo llano.



El día 2 de Septiembre fiesta de este patrono se acude a Palencia para celebrarlo con el alborozo  de las grandes celebraciones.

Las reliquias de San Antolín fueron traídas desde Narbona nada menos que por el rey godo Wamba, el penúltimo de la lista que nos enseñaban de carretilla en la escuela.

La puerta de Poniente en la catedral es la principal pues tiene el tras coro a su frente. Aunque no lo parece es la catedral que por sus dimensiones ocupa el tercer puesto de todas las de España, después de las de Sevilla y Toledo.

La distribución de sus naves es la habitual, pues se cruzan entre ellas formando una cruz latina orientada hacia el Este.

 Por este y otros muchos detalles que alarman al visitante se empieza a comprender porque la llaman La Bella Desconocida.

A la Cripta de San Antolín es tradicional bajar a beber el agua fresca que brota de un pozo situado en lo más profundo de la cueva. Para atender en orden al mucho público que acude, el personal encargado del culto la sirve en jarras o vasos.




 Sobre esta cueva hay muchas leyendas, como la que un buen día el rey Sancho de Navarra, persiguiendo un jabalí, entró en ella y descubrió la imagen de San Antolín, lo que le lleva a mandar construir una iglesia sobre ella.

En el museo catedralicio no podían faltar dos tablas de Berruguete el gran pintor paredeño, y tapices, custodias y otros objetos de gran valor, convenientemente bien guardados bajo llave en las diferentes salas.



 La catedral por fuera tiene un modesto campanario que apenas emerge de las cercanas casas. Pero entre las muchas campanas que alegran el entorno siempre ha tenido mucha tradición el sonido de un campanín, que llaman “el cimbalillo” que ha sido durante muchos años el salto y seña del comienzo de las emisiones radiofónicas  palentinas.

         

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