sábado, 7 de febrero de 2009

ESPLENDOR DE CASTILLA















Castilla era la región más rica de España, ya los romanos la llamaban el granero de Roma debido a la ingente cantidad de trigo que desde esta especifica región de campos se exportaba a todo el mundo.
Complementaba esta riqueza cerealista el gran mercado de lanas merinas que se centraba en Medina del Campo, desde donde sus finas lanas se mandaban a las más refinadas y ricas ciudades del mundo, que por su elevado precio eran las únicas que podían vestirse con tan codiciados paños.
Ya en tiempos que yo conocí, el buen trigo “candeal” cosechado en esta zona de Campos, que llamaban tierras de “pan llevar”, era molido por una potente industria harinera y se mandaba a toda Hispanoamérica.

Esta industria estaba montada en su mayoría aprovechando los saltos de agua que en cada desnivel proporcionaba el Canal de Castilla. Esta gran obra de ingeniería fue concebida para facilitar la salida de los cereales hacia el puerto más próximo de Santander.


















Este doble uso industrial y de navegación tuvo su momento de máximo esplendor en la última mitad del siglo XIX en que las comunicaciones terrestres estaban poco desarrolladas.
El Canal tuvo sus primeros proyectos en el siglo XVIII reinando Fernando VI, a instancias del Marqués de la Ensenada.
El proyecto definitivo lo redactó Antonio de Ulloa, con la colaboración del ingeniero francés Carlos Lamaur en 1753. Su construcción duró casi un siglo y fue muy complicada pues tuvo que superar la guerra de la Independencia y la Carlista, cuyos prisioneros trabajaron manualmente en ella, como lo atestiguan los muchos huesos humanos que por la erosión se descubren ahora en muchos desmontes de la obra.














También trabajaron de los pueblos próximos, el ejército y presidiarios y según cuentan las crónicas, en el año 1834, se emplearon más de cuatro mil de ellos.
Hacia el año 1934, acompañando a mi padre en un viaje a Palencia, todavía pude contemplar desde el tren el espectáculo bucólico de una simple mula arrastrando por el canal una barcaza cargada con sacos de trigo.
A pesar de que las barcazas cargadas seguían un curso ascendente, los tramos entre las esclusas iban casi a nivel. Estas esclusas eran un ingenioso invento para salvar los desniveles y consistían en una balsa con compuertas a ambos lados. Si se quería que la barcaza subiera, se cerraba la compuerta de atrás con relación a la corriente y, al llenarse de agua la balsa la ponía en el nivel del tramo siguiente. Si se quería que bajara, la maniobra de las compuertas se hacía en sentido contrario.
















Estos cuarenta y nueve desniveles que tiene todo el canal eran aprovechables hidráulicamente usando su energía en molinos, fábricas de harinas, batanes para “pisar” las célebres mantas de Palencia y centrales eléctricas, como la Grijotana, que yo conocí en funcionamiento.
Este método de trasporte tenía sobre el actual la única ventaja de ser más económico, pues la fuerza de una mula podía trasportar el peso equivalente a un camión de treinta toneladas.
Con la llegada y desarrollo del ferrocarril, su uso como trasporte decayó y siguieron unos años en los que se aprovechó la potencia hidráulica de sus “saltos” y en la actualidad sólo se utiliza como canal de riego.
Recientemente el proyecto Adeco-Canal, ha puesto en servicio con fines turísticos dos barcazas, una en Frómista y otra en Herrera de Pisuerga,además de las de Medina de Rioseco, que facilitan el principal recorrido de esta histórica vía de agua.








Los que vivimos aquella época no podemos comprender el porqué de no aprovechar estos recursos naturales y tengamos que depender todos de la omnímoda voluntad de las grandes compañías eléctricas y otros trusts industriales.
Como veis en todas las regiones en las que la economía marcha bien, son las primeras en innovar los más modernos métodos en todos los órdenes de la vida. Castilla, con la construcción de este canal, se puso a la cabeza de las obras modernas de entonces.
Debido a la escasez de cereales que en todo el mundo había, esta región se enriqueció mucho y como al hombre, siempre que logra una buena posición, le gusta exhibirse ante los demás, los pueblos tenían una sana emulación por tener la torre más alta, el órgano mejor y en la iglesia los mejores y más cotizados retablos, imágenes, cuadros y todo objeto de arte que fuera mejor que el del pueblo vecino.
En cuanto a las torres, la de Autillo de Campos tiene la fama de ser la más alta y bella de todas, pues en verdad cuántas catedrales no tienen una torre tan esbelta y estilizada como esta. Construida en piedra caliza, eleva al cielo sus hermosos capiteles semejando la blanca vela de un navío surcando el mar ondulante de sus campos de trigo mecidos por la suave brisa del atardecer.













También tenían empeño en tener el mejor músico, palabra muy apropiada y genérica para llamar a estos profesores, que contratados por los Ayuntamientos de los pueblos grandes, servían para fomentar toda clase de actividades musicales.
El tener el mejor órgano obligaba a complementarlo con un buen organista que sacara el jugo a la buena y variada trompetería de plomo que muchos órganos todavía conservan, sus varios teclados, completo pedaleo y variadísimos registros que usados con manos y pies expertos son capaces de emitir armonías tan completas que pueden ser comparadas con las de una buena orquesta.
















También estos músicos para todo fundaban coros y dirigían bandas de música y no había pueblo grande que se preciara de serlo que no tuviera su banda municipal para amenizar sus fiestas patronales, acompañar las procesiones y dar escolta musical a todas las autoridades.
Para corroborar la gran calidad que tienen varios órganos de esta zona de campos, os contaré una anécdota que me sucedió en la parroquia de San Miguel, una de las mejores de Palencia. Invitado a la boda de unos familiares me encantó lo bien que lo hacían tanto la cantante solista como su acompañante al armonio. Finalizado el acto me acerqué para felicitar a ambos y comentamos cómo iglesia tan principal no tenía órgano. El organista se lamentaba de que tantos órganos buenísimos estuvieran mudos en los pueblos y en la capital, quitando el de la catedral, no hubiera ninguno ni parecido.
En un arranque de celo musical, me confió que todos los amantes de la música de órgano habían presionado al Obispo para que por decreto trajera alguno de esos órganos a la capital.
La desventaja que tienen estos sobre las torres, que no se pueden trasladar, es evidente y no sé si el celo de los pueblos, que los tienen como reliquia de sus antepasados, logrará salvarlos de la codicia capitalina y de los muchos expolios a que son sometidos por muchos desaprensivos que quieren lucrarse de este singular patrimonio.
El tercer motivo de emulación de estos pueblos era aspirar a que su iglesia estuviese lo mejor dotada en objetos de arte. En orfebrería llama la atención la filigrana que tenían todas sus cruces parroquiales, sus valiosos cálices y estilizados relicarios.
En imágenes también su patrimonio es muy bueno tanto de Gregorio Hernández como de todos los buenos imagineros de aquella época.
Pero donde yo quedo maravillado es ante las siete tablas del paredeño Pedro Berruguete que se exponen permanentemente en el museo de Santa Eulalia de Paredes de Nava. No sé cómo explicar lo bien trabajadas y pintadas que están. Empezaré por los fondos que otros artistas no dan importancia, que están forradas con “pan de oro”al gusto castellano donde también hay muchos retablos forrados con este material.











Sobre estos fondos de oro destacan sobremanera los contornos de sus regias figuras, pintadas con una minuciosidad admirable. Se dice que para dibujar los ojos y sus pestañas usaba un pincel hecho con una sola cerda de jabalí.
También tiene este mismo museo un retablo con los cuatro evangelistas pintados con la técnica de la escuela flamenca – italiana, pero con la fuerza y vigor contagiado por el gusto y ambiente castellano.
Como los vecinos de Becerril de Campos no iban a ser menos que los de Paredes, también encargaron a este gran pintor cuatro buenos cuadros que conservan actualmente.
Visitando las Edades del Hombre en las diferentes capitales de Castilla me he dado cuenta que en la primera, la de Valladolid, la mitad de las obras expuestas pertenecían a la provincia de Palencia y en la de León sucedía casi igual. Por contra, en la última que se celebró en Palencia con las obras de arte traídas de los pueblos de su contorno fueron capaces de llenar la catedral y apenas se veían obras de otras provincias.
Esto demuestra el gran tesoro artístico que tenemos y que no sabemos apreciar. Nos bastaría tener en Palencia un director como el de las Edades del Hombre para que pudiéramos hacer un museo importante, que atraería un sin numero de turistas.

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