sábado, 18 de octubre de 2008

El tío Bautista

Bueno será recordar, en especial para los jóvenes, que este tratamiento de tío antepuesto al nombre, lejos de ser un descalificativo, constituía una señal de respeto y veteranía que siempre admiré y, en estos momentos, quiero expresarme con los mismos términos con los que yo los recuerdo.
En mis muchos años de monaguillo estuvo de sacristán el tío Bautista, hombre de múltiples facetas que por salirse algo de lo corriente, fue una verdadera institución en el pueblo.
Como veterano sacristán nos enseñaba a cantar en la iglesia y cuando el introito y demás textos resultaban demasiado largos y monótonos, le recuerdo perfectamente con un largo lapicero en la mano que le servía de batuta y puntero marcándonos el salto que teníamos que dar para acortar el cántico. Este detalle os puede dar una idea de lo práctico y resolutivo que era en todos los órdenes de la vida. Como buen castellano siempre iba directo al grano, sin ambages ni subterfugios, cuando estaba convencido de obrar con buena intención.
También era práctica y única la manera que tenía de quitarse el picor que ocasiona el polvo de la cebada. El día que terminaba de trillarla y el barrido del solar, al oscurecer, se le veía salir de su casa tapado con una amplia manta. Se encaminaba a un buen tojo en el río donde se bañaba a fondo y con su manta, volvía a casa donde previamente se había desnudado y luego se vestía con la máxima comodidad.
Demostrando su agudo ingenio, siempre tenía la frase justa en el momento adecuado, incluso mofándose de sí mismo. En una ocasión que regresaba del campo cargado con un buen espino, al pasar por la solana bastante concurrida, una viuda de su tiempo trató de ridiculizarle echándole en cara su afán desmedido de traer para casa todo cuanto encontraba. Él, rápido como una centella le contestó: “ Ya ves que suerte has tenido, pues pensaba regalártelo para que te rasques “la cuquiminea” la gracia que hizo a todos fue tan grande como la vergüenza de la aludida, que fue a por lana y salió trasquilada.
Fue siempre entusiasta de conservar las costumbres antiguas y le encantaba que los mozos cantáramos las rondas por las calles del pueblo. Recuerdo oírle decir muchas veces, que en las noches que oía cantar a los mozos, era cuando más a gusto dormía, pues en aquellos tiempos en que solía haber algún robo de mulas o ganado, sería más difícil realizarlo si había gente por las calles.
Durante muchos años fue alcalde pedáneo de San Nicolás, organizando las senaras con mucho tacto y sentido práctico, cosa nada fácil según pude comprobar yo mismo años más tarde, por el espíritu independiente y poco solidario que siempre hubo en estos pueblos.
El día uno de Marzo se hacía senara con plantación de chopos y por la tarde la Junta Vecinal organizaba una merienda festiva. Todavía le recuerdo muy solícito para que no faltara el típico escabeche, yendo y viniendo a su cercana bodega con una cuartilla de barro, para que el vino estuviera lo más fresco posible.
En aquellos años llegó al pueblo un asturiano con su familia que se llamaba Eugenio poniendo una pequeña cantina. Para ganarse malamente la vida se dedicaba a vender baratijas por los pueblos, que llevaba sobre un pequeño jumento al que escasamente podía mantener.







Aprovechando la buena hierba que la era tenía en los meses que estaba cota, este buen señor, no sé si por ignorancia o malicia, soltaba su burro para que matara el hambre en la jugosa hierba.
Ante las quejas de los vecinos a su alcalde, este le previno de palabra varias veces para que no lo hiciera, pero el burro fuera por el día o por la noche no salía de la era.
Dispuesto a terminar de una vez con este abuso, el tío Bautista le mandó por escrito esta diplomática y amenazadora esquela: “Amigo Eugenio; sacarás el burro de la era y si no, te buscaré el bulto por otro sitio”. Excuso deciros que esta misiva sí logró el efecto deseado.
Quiero reseñar una anécdota que mi madre nos contaba muchas veces, con respecto a este señor siendo joven y que ella llegó a conocer perfectamente.
Los mozos casaderos entonces tenían la costumbre de lo que se llamaba “pretender”. Esto no era ni más ni menos que declarar sus intenciones a una chica, digamos de una manera formal.
Con la manera tan expeditiva que habéis podido apreciar, no se le ocurrió mejor cosa que pretender, a la que luego fue su esposa, un domingo a la salida de misa, a la vista de todos los vecinos del pueblo.
Echándole valor a la cosa, invitó a su pretendida a mantener con él una conversación de más de una hora en el centro de la plaza, haciendo públicas sus intenciones. No le importó lo más mínimo los comentarios que hicieron sus vecinos ni el peligro que suponía el exponerse a recibir unas públicas calabazas.
No quisiera que formaráis con estos datos la opinión de que fue un hombre insolidario y apartado del trato con sus vecinos, con los que siempre tuvo relaciones normales y presto en hacer un favor a quien se lo pidiera.
Recuerdo lo mal que lo pasaron mis padres, con ocasión de ponerse borracho un mozuelo que tenían de criado. Como nunca habían visto de cerca un caso parecido ni en propios ni extraños, alarmados llamaron al tío Bautista para que les sacara de aquel apuro. Tan pronto le vio les tranquilizó diciéndoles: “esto es una soberana borrachera, taparle bien y mañana estará como nuevo”. El joven inexperto despertó antes de lo previsto y avergonzado se retiró a sus obligaciones.
Cuando en las madrugadas del crudo invierno se organizaba la salida de los carros para bajar con trigo a Villada, una rampa muy pindía que subía a la carretera entrañaba el riesgo para alguna pareja de mulas de no poder subir y tener que recular con el riesgo que suponía el ir a parar a la cuneta.
Todavía recuerdo como si le estuviera viendo, a la tenue luz de la madrugada, la figura enjuta del tío Bautista cargado con un grueso madero, siguiendo a todos los carros que subían. A más de uno salvó de caer interponiendo su madero detrás de las ruedas, impidiendo el seguro entornazo.
Con estas pinceladas espero que os hagáis una idea de la vida tan independiente, libre y solidaria que siempre llevó. Que nos sirva de ejemplo en estos tiempos tan marcados por los convencionalismos sociales que muy pocos nos atrevemos a desterrar.
De este señor conservo buenos recuerdos, pues supo llevar su vida como un hombre de bien.

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