sábado, 27 de diciembre de 2008

RELATO DEL TÍO DIMAS

Había una vez un hombre de mediana edad y gran cultura adquirida con el paso de los años, que se dedicaba en Sahagún a tejer las muchas mimbres y balsas que crecían en las viñas y en las orillas de los arroyos. Familiarmente todos le llamaban el tío Dimas.
Cuando no tenía encargos en Sahagún, cogía el tren de San Fernando un rato a pie y otro andando y venía a trabajar a los pueblos.
Como se sentía un artista trabajando con la mimbre, no le gustaba hacer cestos y terreros tan necesarios para vendimiar.

Donde ponía todo su arte e inspiración era cuando le mandaban hacer una cuna de mimbre donde mecer a un recién nacido con su toldo donde colgar los primeros juguetes de entretenimiento.
También le hacía una “pollera” con un amplio y pesado rodete para que no se cayese ese niño cuando empezara a andar y un sillón pequeño para que jugara a ser mayor.

Igualmente tejía una extensa gama de sillones desde el más sencillo de respaldo bajo, hasta el más encopetado de respaldo alto adornado con figuras y si el cliente lo pedía le encantaba poner las iniciales del nombre de este, trabajadas en mimbre como adorno especial.
Para que los viejos pudieran dormir la siesta preceptiva con comodidad al calor de la hornilla, también hacía unos amplios divanes para tres plazas, y otros muchos complementos útiles para la casa.

Pero sucedió que este buen silletero, con gran felicidad, soñó una noche que tenía una viña propia para comer uvas y cosechar vino para el gasto. Este sueño era contagioso en aquellos tiempos de euforia plantadora de viñas para muchos obreros que no tenían más que el jornal y querían tener algo propio. Aunque les faltara mucho de lo imprescindible, su sueño dorado era precisamente tener una viña, que en la mayoría de los casos, les costaba trabajar duro los domingos, único día que tenían de descanso.
Cierto día viniendo a trabajar a San Nicolás, nuestro héroe descubrió al lado derecho de la carretera un cárcabo bastante llano y de buena calidad de tierra denotada por sus frondosas tomillas y exclamo: ¡Eureka!, esta es la ocasión de hacer realidad mis sueños.
Sin más trámites comenzó decidido a cavar las tomillas. Hizo las hoyas y plantó con esmero las cepas, que en tres años, comenzaron a darle las uvas tan deseadas.
Pasaron unos años disfrutando de su preciado tesoro, pero el paso del tiempo mermó su fuerza física para cavar las rebeldes tomillas, que reclamando su propiedad, invadieron a las pobres cepas que perdieron su producción y lozanía.
Los pastores siempre tan intransigentes en ceder sus derechos, comenzaron a pastar la viña dándola por perdida, contra la voluntad y despecho del tío Dimas.
Malhumorado por este atrevimiento encontró en un viejo baúl un polvoriento libro de leyes que ojeó ávidamente, deteniéndose concentrado en una página que leyó con interés.
Al acabar la lectura sus ojos tomaron un brillo especial y en su arrugado rostro se dibujo una sonrisa amenazadora.
Tomando sus viejas tijeras de podar se dirigió a su abandonada viña, con rabia comenzó a podar las cepas quitándolas toda la leña vieja que tenían.
Los pastores no hicieron caso de esta operación y siguieron pastándola hasta que recibieron la notificación de la denuncia que el tío Dimas había interpuesto contra ellos en el juzgado. Interrogados por el juez, los pastores declararon en su descargo que no respetaban la viña por estar plantada en terreno de pastos, y no estar cultivada como tal.

Severamente el juez los recriminó por no respetar las cepas recientemente podadas por su dueño y este según la ley, con esta sola operación demostraba su propiedad aunque le faltasen todas las demás condicionantes.
Con gran alegría el tío Dimas recibió el importe equivalente a una cosecha normal con lo que el juez los condenó, recomendándoles que en adelante tuvieran en cuenta esta máxima.

La viña que esté podada
será siempre respetada.


Y... colorín colorado....el tío Dimas ha ganado.

1 comentario:

Tío Dimas dijo...

acongojante, primita