domingo, 6 de diciembre de 2009

DE BUENOS AIRES A IGUAZÚ















Después de cuatro días de tiempo nublado salimos para Iguazú desde la terminal secundaria del aeroparque con un tiempo espléndido. Desde el aire se ve muy bien la cuadricula perfecta de sus calles,donde sólo en las principales tienen semirrascacielos en su orilla y el resto son casas menores. Se aprecian también los múltiples canales del Delta del Paraná. Desde el aire se ven mejor que desde la barca la parte interior de sus islas cuya superficie es de arena. Este fenómeno creo se debe a que cuando la vegetación ha chupado todos los jugos del limo, se traslada lentamente buscándolo en las orillas, quedando en el centro solo la estéril arena.

Siguiendo nuestro vuelo hacía el norte se ven tierras de cultivo no muy grandes que van tomando el color verde de los prados, cercadas por vegetación cada vez más tropical. Cerca de Iguazú los pinos plantados en formaciones rectas rompen la monotonía de la selva, que envuelve tanto al aeropuerto como al hotel escalonado donde nos hospedamos.














Las ventanas de este están protegidas con mosquiteras. El bufet bien abastecido y variado, especialmente en frutas tropicales. Sus amplios salones se complementan con terrazas orientadas a la agreste naturaleza.

En esta selva tropical viven animales como los monos Carayá,conocidos como monos “aulladores”por los potentes gritos que los machos emiten.












La urraca ladrona, que como las de aquí se dedica a robar todo lo que encuentra. El Coatí, que como nos contaba la guía se enseñó al dulce cuando un turista le tiró un caramelo. Desde entonces busca su comida entre los equipajes y desperdicios humanos.














Es tal la maestría que ha llegado a desarrollar con su fina nariz que es capaz de abrir las correderas de las bolsas y comer selectivamente lo que encuentra en su interior.

Como la fiera de más tamaño se encuentra el Jaguarete, más pequeño que el Jaguar, pero con mayor agilidad que le permite subirse a los árboles. Es muy cazado por los furtivos para venderlo en el prohibido comercio internacional.








El caudaloso río Iguazú recibe las aguas terrosas de su cuenca en Brasil. La selva tropical es muy llana con espesa vegetación, impedidiendo que tenga un cauce profundo. Como sucede en los deltas, ha tenido que desparramarse en muchos ramales, que al encontrar una falla geológica de piedra ha formado multitud de cascadas.















Para que los turistas puedan contemplarlas cómodamente han montado una red bastante extensa de pasarelas metálicas estratégicamente colocadas.Aunque el día que las visitamos la parte de Argentina estuvo lloviendo, su belleza es tal que se puede apreciar en cualquier situación.















Nos contó la guía que toda esta enorme extensión perteneció a un vasco coetáneo del que fundó Buenos Aires por segunda vez. El gobierno argentino, con vistas a explotarlo para el turismo, le ofreció un precio, que tuvo que aceptar bajo la amenaza de ser expropiado.

El pueblo emprendedor vasco pronto se dio cuenta de las inmensas riquezas que tenía este país y tuvo posesiones además de estas en Brasil, Uruguay y muchas más naciones que estaban sin explotar, muy aptas para desarrollar la iniciativa empresarial de que siempre ha hecho gala este pueblo.

En el año 1979 Brasil y Argentina se hicieron cargo de una gran extensión de selva tropical que linda con este río especial de Iguazú.Para tratar de cuidar mejor la naturaleza lo declararon Parque Nacional.

















Brasil administra 185.000 kilómetros cuadrados y Argentina 60.000. Para acortar las distancias y poder acercar la masa de turistas a las pasarelas, se trajo de Europa un tren impulsado a gas que sólo alcanza los 20 kilómetros por hora. Sus vías muy estrechas bordean el río Iguazú. Sus vagones están techados pero los laterales están abiertos para poder ver el paisaje selvático, que se ha procurado preservar con el corto trayecto de siete kilómetros.














El final de su trayecto es la estación de la Garganta del Diablo,así llamada por los indígenas, que asociaban el vapor y las finas gotas de agua con el humo. Al salir este de una estrecha garganta lo comparaban con el infierno, donde se supone que está el diablo.


















A pesar de la ayuda del tren hay que andar ocho kilómetros sobre pasarelas metálicas montadas sobre las aguas extendidas del río para poder admirar las cataratas más notables de este lado de Argentina.

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